Muéstrame tu rostro Cap. 2-1: Como si viera al invisible


Capítulo segundo
COMO SI VIERA AL INVISIBLE
Y [Moisés] decididamente llevó adelante
su gestión con la seguridad de quien ve al Invisible.
Hebreos 11,27

En el mundo entero se están efectuando, en estos últimos años, sondeos, encuestas y evaluaciones sobre el estado de la oración. Se habla de crisis y abandono de la oración, de las dificultades para entrar en comunicación con el Dios trascendente.

Sin embargo, en esta evaluación general se está llegando, con rara unanimidad, a la conclusión de que la decadencia de la oración proviene de una profunda crisis de fe. Se puntualiza en e! sentido de que el centro de la crisis no está tanto en el cuestionamiento intelectual de la fe sino en la vivencia cíe la misma. Se trata, pues, de una crisis existencia! de la fe. Las encuestas más serias llegan a la conclusión de que no se debe cargar el acento en el problema de las formas de la oración. La crisis de fondo no está en cómo expresarse en la oración sino en qué expresar.

Buscando, según la intención que nos hemos propuesto, la utilidad práctica, solamente nos vamos a preocupar en la presente reflexión del acto vital de la fe que, en la Biblia, es siempre adhesión y entrega incondicional a Dios. Vamos a analizar también las dificultades que dicho acto entraña, especialmente cuando sobreviene el silencio de Dios, así como también los desalientos que amenazan constantemente la vida de fe. Esas dificultades, normales e invariables para todo el que trata de vivir «a» Dios, hoy día se ven acrecentadas debido a ciertas corrientes de ideas, que analizaremos con una cierta detención.

Con estas reflexiones habremos adelantado mucho en nuestro empeño de explorar el misterio de la oración, ya que ella no es otra cosa que una puesta en movimiento de la misma fe. Buscaremos, finalmente, algunos medios que nos ayuden a superar los desfallecimientos y situaciones difíciles.

1. El drama de la fe Al abrir la Biblia y contemplar la marcha del Pueblo hacia Dios en la profundización, esclarecimiento y purificación de su fe, llegamos a experimentar vivamente ¡qué difícil es esta ruta que conduce al misterio de Dios, la ruta de la fe! Y no sólo para Israel; sobre todo para nosotros.

Cada día estamos viendo que el desaliento, la inconstancia y las crisis nos esperan en cualquier esquina. Y esto, sin olvidar que la fe, en sí misma, es oscuridad e incertidumbre. Por eso hablamos aquí de drama.
Al entrar, pues, en este verdadero túnel, debemos recordar aquella valiente invitación de Jesús: «Esforzaos para entrar por la puerta estrecha» (Le 13,24).

La prueba del desierto

En distintos momentos, el Concilio presenta la vivencia de la fe como una peregrinación (LG 2, 8, 65). Más aún, nos la presenta en un nivel paralelo a la travesía de Israel por el desierto. Ciertamente aquella marcha constituyó la prueba de fuego para la fe de Israel en su Dios. Sin embargo, aunque es verdad que de esa prueba salió fortalecida la fe de Israel, aquella peregrinación estuvo cuajada de adoración y blasfemia, rebeldía y sumisión, fidelidad y deserción, aclamación y protesta.

Todo ello es un símbolo real de nuestras relaciones con Dios mientras estamos «en camino» y, sobre todo, y esto es lo que aquí nos interesa destacar, es un símbolo de las vacilaciones y perplejidades que sufre toda alma en su ascensión hacia Dios, más concretamente en su vida de fe. Pocos hombres, quizá nadie, se han visto libres de tales desfallecimientos, como lo veremos con la Biblia en la mano.

Llegado el momento oportuno, Dios irrumpió en el escenario de la historia humana. Entró para herir, liberar, igualar. Amigo de Dios y conductor de los hombres, Moisés se enfrenta al faraón, congrega al pueblo disperso, y lo pone en marcha hacia el país de la Libertad. Salidos de Egipto, comienza la gran marcha de la fe hacia la claridad total. 

Pero, ya con los primeros pasos, la crisis de fe comienza a enroscarse como una serpiente en el corazón del pueblo. La duda sube hasta sus gargantas para gritar: «El desierto será nuestra tumba» (Ex 14,11). «¿No te decíamos que nos dejaras servir a los egipcios? ¿No era eso mejor que morir en el desierto?» (Ex 14,12). Se prefiere la seguridad a la libertad. En medio de la confusión, sólo Moisés mantiene viva la fe: no tengáis miedo, Dios «hará brillar su Gloria» y mañana mismo veréis resplandecer esa Gloria (Ex 14,17) porque Dios «combatirá» por nosotros y con nosotros.

Ante estas palabras, la fe del pueblo se enciende de nuevo. Y con sus propios ojos contemplan fenómenos nunca vistos. De pronto comenzó a soplar un viento recio del sur que cortó las aguas y las dividió en dos grandes masas.

Y el pueblo pasó como en medio de dos murallas, mientras los egipcios quedaban atrapados como plomo en el fondo del mar. Ante semejante espectáculo «el pueblo creyó en Dios y en Moisés, su siervo» (Ex 14,31), y entonaron un canto triunfal (Ex 15,1-23). Sin embargo, una vez más, habían necesitado un «signo» para recuperar su fe: «Bienaventurados aquellos que, sin haber visto, creen» (Jn 20,29).

* * *

Avanzó la peregrinación durante tres días, internándose a fondo en el desierto del Sur. El desierto vuelve a poner de nuevo a prueba la fe del pueblo. El silencio de la tierra y, a veces, el silencio de Dios invade sus almas y sienten miedo. Se les han agotado las provisiones. ¿Qué comerán?

Y, como aves rapaces, se abaten sobre el pueblo el desaliento, la nostalgia y la rebeldía. «¿Nos has traído al desierto para matarnos de hambre? Mucho mejor que hubiéramos muerto a espada, a manos de los egipcios» (Ex 16,3).

El pueblo sucumbe definitivamente a la tentación de la nostalgia y «se pusieron a llorar mientras decían: ¡oh aquella rica carne de Egipto!, ¡oh aquel sabroso pescado que comíamos de balde en Egipto, y aquellos melones, y aquellas sandías, y aquellos puerros, y aquellas cebollas, v aquellos ajos!» (Núm 11,5).

Moisés, cuya fe se mantenía inconmovible porque a diario conversaba con Dios «como con un amigo», les dijo: No tengo nada que ver con vuestras murmuraciones, esas voces son quejas contra Dios. Pero os aseguro que «mañana mismo vais a ver otra vez la Gloria de Dios» y vuestras protestas quedarán reducidas a ridiculas voces (Ex 16,5-9).

Y al día siguiente por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campo, y al otro día apareció sobre la tierra algo así como un rocío, con el que el pueblo se saciaba todas las mañanas (Ex 16,13-16).

* * *

La peregrinación siguió avanzando hacia Cades Barne bajo un sol de fuego, sobre un mar de ardiente arena. Y a medida que avanzaban, otra vez el desaliento y la tentación turbaron sus almas; la tentación definitiva de detenerse, abandonar la marcha y regresar a las comodidades antiguas, aunque fuera en estado de esclavitud. «Nos has traído al desierto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado» (Ex 17,3)

Y en este momento una duda punzante echa por tierra el recuerdo de tantos portentos, muerde el fundamento de su fe y se expresa en aquella terrible pregunta: «¿Está Dios con nosotros, sí o no?» (Ex 17,7). La duda había alcanzado la cumbre más alta. Por lo cual aquel lugar se llamó Masa (porque protestaron contra Dios) y Meribá (porque desafiaion ¡i Dios). Esta fue la prueba del desierto en su marcha Inicia Canaán. Pocos hombres de Dios se han librado de alguna fuerte prueba.

Nuevas pruebas en nuevos desiertos
Si siempre fue áspera y difícil la ruta de la fe, en nuestros días han aumentado las dificultades. Hoy la Iglesia está atravesando un nuevo desierto. Las amenazas que acechan a los peregrinos son las mismas de antaño: desalientos por eclipses de Dios, la aparición de nuevos «dioses» que reclaman adoración, y la tentación de detener la dura marcha de la fe para regresar al confortable y «fértil Egipto».

Dificultades intelectuales
El hombre ha vivido durante miles de años bajo la tiranía de las fuerzas ciegas de la naturaleza, fuerzas que él divinizó. Para contrarrestar esas fuerzas divinizadas, el hombre acudió a los ritos mágicos. Aunque la Biblia es una purificación de esos conceptos y costumbres mágicas, en nuestro ancestro más profundo quedan de ese mundo encantado reminiscencias, muchas de las cuales las hemos endosado al Dios de la Biblia. 

La técnica ha desplazado esas convicciones y costumbres. La ciencia explica lo que antes se atribuía a divinidades míticas o se consideraba atributo exclusivo de Dios. Y aquí nace un peligro: el de confundir lo mágico con lo sobrenatural, arrasar indiscriminadamente con lo uno y lo otro sin distinguir convenientemente el trigo de la cizaña, y llegar a la convicción de que todo lo que no sea ciencia-técnica, o no existe o es una proyección de nuestras impotencias y temores.

* * *

Efectivamente, en tiempos pasados muchos fenómenos de la naturaleza los explicábamos relacionándolos con Dios.
Ahora, al comprobar que todo fenómeno natural se explica con los métodos propios de las ciencias, imperceptiblemente estamos desentendiéndonos de Dios. A medida que nuestra mente se despuebla de aquellas explicaciones, nuestra vida consciente se va vaciando gradualmente de la presencia de Dios. Muchos lo sienten íntimamente, y otros lo dicen abiertamente: que la ciencia acabará por explicar todo lo explicable y que, en adelante, Dios será una «hipótesis» innecesaria.

Sin embargo, ni la tecnología ni siquiera las ciencias socio-psicológicas jamás lograrán dar la respuesta cabal a la pregunta fundamental y única del hombre, la cuestión del sentido de la vida. Sólo cuando el hombre tropieza con su propio misterio, cuando experimenta hasta el vértigo la extrañeza de «estar ahí», de estar en el mundo como conciencia y como persona, sólo entonces se plantea esta cuestión central: ¿Quién soy yo? ¿Cuál es la razón de mi existencia? ¿De qué manantial provengo yo? ¿Hay un porvenir para mí, y qué porvenir? Hoy no se llevan a cabo campañas, llenas de argumentos y de pasión, contra Dios. Simplemente se prescinde de él, se lo abandona como un objeto que ya no sirve. Es un ateísmo práctico, más peligroso, que el sistemático, pues va inoculándose suavemente en los reflejos mentales y vitales.

* * *

Nuestra síntesis teológica no resiste la visión cósmica y antropológica que nos dan las ciencias. Las investigaciones sobre el origen del mundo y del hombre distan mucho de los datos de la Escritura, aunque hoy afirmemos que la Biblia no pretende dar explicaciones científicas. Sin poder evitarlo, sentimos el contraste entre nuestra dificultad de expresar a Dios con signos y símbolos, y la expresión de las ciencias que son unas fórmulas diáfanas, evidentes y directas. Nos desconcierta la claridad de los mélodos científicos de investigación, en contraste con nuestros métodos inductivo-deductivos, por las vías analógicas para conocer a Dios.

Si no hemos madurado personalmente una fe coherente con los descubrimientos científicos, sobreviene la secularización que, sin duda, es un proceso purificador de la imagen de Dios. Pero como muchos no aciertan a distinguir las fronteras de este proceso conveniente y necesario, pasan al terreno de la secularidad hasta acabar en un secularismo profano en el que la fe en Dios se debate en una agonía próxima a la muerte. «Todo ello está dando origen a una ideología radical y exclusiva que sólo admite el siglo, el mundo, lo profano»

Como consecuencia de estas ideas y hechos, surge el «horizontalismo», una ideología que debilita la fe y problematiza nuestros solemnes compromisos con Dios, porque viene a decir que cualquier esfuerzo aplicado a lo que no pertenece a este mundo es «alienación». La vida con Dios, tiempo perdido; cualquier «entretenimiento» religioso, tiempo malgastado; el celibato, absurdo y perjudicial; la única actividad válida, la promoción humana; el único pecado, la alienación.

* * *

Esta inspiración ambiental va penetrando en el alma de aquellos hermanos a quienes, en otro tiempo, una fe incondicional los ligó a Dios con una fuerte alianza.

Tengo la impresión de que el nuevo pueblo de Dios se ha atascado otra vez en Masa y en Meribá, donde la fe ha descendido a sus niveles más bajos, y ya se escuchan como allá los lamentos y desafíos. Hoy, la fe resulta para muchos una palabra dura, ¿y quién puede soportarla? (Jn 6,60). Y como en toda época de purificación se cumplirán en el mundo de hoy, aquellas trágicas palabras: «Desde entonces muchos de los suyos se retiraron, y ya no le siguieron más» (Jn 6,66).

Después del desconcierto, vendrá la maduración, es decir, una síntesis coherente y vital, elaborada personalmente y no extraída de los manuales de teología; síntesis en la que se fusionen los avances de las ciencias y una profunda amistad con Dios. Mientras tanto, este período que estamos atravesando ayudará a purificar la imagen de Dios. La fe, como dice Martín Buber, es una adhesión a Dios, pero no una adhesión a la imagen que uno se ha formado de Dios ni tampoco una adhesión a la fe «del» Dios que uno ha concebido, sino adhesión al Dios que existe.

«Como dice Rahner, el mundo moderno se ha entusiasmado con los grandes inventos de la ciencia, la técnica y la organización, como el niño que acaba de estrenar la bicicleta y por andar en ella deja la misa del domingo. La bicicleta se le ha convertido en ídolo, en algo absoluto.
Pero cuando después de darse varios trompazos con la bicicleta toma conciencia de que ésta no es algo absoluto, aunque sí un valor relativo, decide volver a misa, pero en bicicleta.

¿De qué le vale al hombre, decían los universitarios de París, tener muchas cosas o incluso llegar a resolver el problema del hambre, si después todos nos morimos de aburrimiento?»
(2).

Dificultades vivenciales
Se han aceptado como criterios de vida la inmediatez, la eficacia y la rapidez. Por contraste, la vida de fe es lenta y exige una constancia sobrehumana, su adelanto es oscilante y no se lo puede comprobar con métodos exactos de medición; en consecuencia nos sentimos defraudados, confusos y como perdidos en la selva.

Bajo la influencia de las ciencias psicológicas y sociológicas, hoy prevalecen los criterios subjetivos. Aquello que era «objetivo» como las verdades de fe, las normas de la moral o del ideal, ha perdido su actualidad y valoración, mientras se abre paso libre a los valores subjetivos e instintivos. Hoy día está de moda lo emocional, lo afectivo y lo espontáneo.

De ahí deriva el hecho de que se hayan desvalorizado por completo ciertos criterios como el dominio de sí mismo, mientras la comodidad se va erigiendo en la nueva norma del comportamiento. Hoy día no tienen sentido la aseesis, la superación, la privación, elementos indispensables en la marcha hacia Dios; esas palabras a muchos les suenan hasta repugnantes; lo menos que piensan es que son perjudiciales para el desarrollo de la personalidad.

La norma que prácticamente han adoptado coincide en un todo con el ideal de la sociedad de consumo: disfrutar al máximo de la vida, consumir el mayor número de bienes, darse el máximo de satisfacciones dentro de aquel ideal «comamos y bebamos y coronémonos de rosas» (Sab 2,8).

Claro está que esto no se dice con palabras tan desenvueltas. Se dice: hay que evitar la represión, hay que fomentar la espontaneidad, no hay que violentar la naturaleza, es necesario asegurar la autenticidad.

Hoy día no se sabe qué hacer con el silencio. La sociedad de consumo ha creado una variada industria para fomentar la distracción y la diversión, y de esta manera evitar al hombre el «horror al vacío» y a la soledad. De este modo se acomoda el objeto al sujeto, no se soportan las normas establecidas y se da rienda suelta a la espontaneidad, hija del subjetivismo.

* * *

Vivimos en el nuevo desierto. El camino de Dios está erizado de dificultades. Las tentaciones cambian de nombre. Antaño las tentaciones se llamaban las ollas repletas, el pescado frito, la carne asada, las cebollas y las sandías de Egipto. Hoy día las tentaciones se llaman el horizontalismo, el secularismo, el hedonismo, el subjetivismo, la espontaneidad, la frivolidad.

¿Cuántos de los peregrinos llegarán a la Tierra Prometida? ¿Cuántos abandonarán la dura marcha de la fe? ¿Tendremos que hacernos a la idea, también nosotros, de que sólo un «pequeño resto» habrá de llegar a la fidelidad total a Dios? ¿Cuál es y dónde está el Jordán que habremos de atravesar para entrar en la zona de la Libertad? Una vez más el horizonte se nos puebla de preguntas, silencio y oscuridad. Es el precio de la fe.

Estamos en un proceso de decantación. La fe es un río que avanza. Las impurezas se posan en el lecho del río, pero la corriente sigue.