Muéstrame tu rostro Cap. 5-1 : Paso del egoísmo al amor


Rectificación
Según la Biblia, ¿cuál es el plan original de Dios, al crear al hombre? Dios quiere entrar en comunión con el hombre. Esta es la finalidad última de las intervenciones de Dios en la historia de la salvación y, sobre todo, es el objetivo final de las Alianzas. Con otras palabras: habiendo creado Dios al hombre al principio, semejante a El (Gen 1,26), posteriormente, con sus diversas intervenciones quiere hacerlo más semejante a El. Es decir, primero quiere formar familia con el hombre, para hacerlo así más parecido a El, haciéndolo participar de su propia naturaleza.

Antes del pecado, esta comunión-semejanza era una cosa fácil y natural porque el hombre, según la Biblia, ha sido diseñado de tal manera que resulta una resonancia perfecta del mismo Dios. Hablando con cierta torpeza, diríamos que las «estructuras psíquicas» de Dios y las del hombre se corresponden exactamente, están en unas mismas armónicas(GS 12, 14). Pero llegó el pecado y se desfiguró el rostro del hombre (GS 13). Desde ese momento, imposible la armonía, imposible la comunión entre dos seres tan dispares. Tendría que venir una profunda purificación de la estructura interna del hombre mediante la penitencia, para restablecer la armonía, la unidad y la semejanza.

La Biblia presenta el pecado como' una trágica realidad que hunde sus raíces en la misma sustancia del hombre: «He sido formado en pecado desde el seno de mi madre»(Sal 50). San Pablo avanza mucho más: «No sé lo que hago...No soy yo quien obra sino el pecado que mora en mí»(Rom 7,14ss). Pecadores, pues, por partida doble: por nacimiento y por culpa personal.

Dios al principio, puso un orden en el hombre. Este orden fue desequilibrado por la irrupción del pecado-egoísmo. Ahora será necesario restablecer el orden original mediante el reordenamiento de la penitencia. Definiríamos, pues, la penitencia evangélica como un restablecimiento de aquel orden inicial establecido por Dios en el hombre. Con otras palabras, una rectificación.

Camino del amor
Penitencia significa, también, convertirse. Y convertirse significa, a su vez, un avanzar dificultoso desde el hombre hasta Dios. Es decir, un incesante «pasar» desde las estructuras psíquicas del «hombre viejo» (Rom 6,6; Ef 4,22; Col 3,9) hacia las «estructuras» de Dios.
 ¿Cuáles son éstas? Son las estructuras del Amor, porque Dios sustancialmente es Amor (1 Jn4,16). Con otras palabras: conversión es un estar «pasando» del egoísmo al amor. 

Como se ve, la penitencia lleva una fuerte carga pascual. En el Evangelio, Jesús nos señala la ruta para este «paso» con la fórmula penitencial «cambiad vuestros corazones»(Me 1,15; Mt 4,17). 

Pero el Sermón de la Montaña es la estrategia más profunda de liberación de las esclavitudes y exigencias del egoísmo. Es un programa dictado en lo alto del monte, voceado a todos los vientos, recogido por sus oyentes muchos años más tarde, proclamado en el estilo libre de exclamaciones. Todo eso dificulta el captar con exactitud el sentido de sumensaje liberador.

Pero, aun así, vemos que en el Sermón de la Montaña está perfectamente delineado el procedimiento de liberación,y su meta final que es el Amor. Efectivamente, en su primera parte se nos habla de la pobreza de espíritu, de la humildad de corazón, de la paciencia, de la mansedumbre, delperdón...Todo ello está significando que las exigencias idolátricas del yo han sido negadas (Mt 16,24), incluso reprimidas(Mt 11,12), y de esta manera, las violencias interiores han sido calmadas.Y, una vez que esas energías han sido liberadas, desatadas y desencadenadas de ese yo inflamado por las ilusiones y los sueños, se transforman automáticamente en amor.

Y ahora sí, en la segunda parte del Sermón de la Montaña, podremos utilizar esas energías egoístas, transformadas ya en amor, al servicio de la fraternidad: hacer el bien a los que nos hacen el mal (Mt 5,38-42), perdonar a los que nos ofenden (Mt 6,12), hacer las paces antes de la ofrenda (Mt 5,23-25), corregir al hermano (Mt 18,15), hacer el bien sin buscar la gratitud ni la recompensa (Le 6,35) presentar la otra mejilla (Le 6,29), amar universalmente, y no sólo a los que nos aman (Le 6,32). En resumen, penitencia es un incesante «pasar» del egoísmo al amor.

Subida a la cumbre
Pero la estrategia secreta de la conversión la encontramos en el Evangelio, en forma de sucesivas escenas, antitéticas y contrapuestas que, como verdaderos golpes psicológicos, estuvieron a punto de aturdir a los Doce. Psicoanalizar estas escenas es descubrir completamente los secretos de la penitencia. He aquí las escenas:

Jesús acepta la «confesión» de Pedro. Efectivamente, El es el Mesías esperado (Mt 16,17). Como efecto de este descubrimiento, en el alma de los Doce despierta el «hombre viejo» como una fiebre delirante. Ya comenzaban a imaginarse a su Maestro como un comandante en jefe por encima de las águilas romanas, y a ellos mismos, ¡naturalmente , participando y disfrutando de las dulzuras del poder y de la gloria.

Jesús, sabiendo cuan peligroso era dejarlos a merced de esos sueños de grandeza, se enfrenta con ellos, y les viene a decir: Muchachos, ¡arriba Vamos a Jerusalén, pero —¡no os equivoquéis — no para ser coronado como Mesías-Rey, sino que me tomarán, me azotarán, me escupirán, me crucificarán y me matarán. ¡Eso sí , al tercer día resucitaré (Mt 20,17; Me 8,31; Le 9,22).

Estas palabras, que resultaron un jarro de agua fría sobre sus delirios, provocaron la típica reacción del «hombre viejo»:
«Ellos no entendieron nada de esto» (Le 18,34), es decir, volvieron la cara a otra parte y no quisieron saber nada. Es la repugnancia que siente el hombre a la vista dela cruz. Entonces, Pedro, haciéndose eco de esa repugnancia, se dispone a librar la última batalla a favor del hombre viejo y sus sueños. Toma aparte a Jesús y comienza a «reprenderle»: ¿Cómo se te ocurre? ¿Subir a Jerusalén? ¡Y además, para ser ejecutado ¡De ninguna manera El Mesías no puede fracasar, el Mesías es invencible e inmortal (Mt 16,22;Me 8,33; Le 9,24).

La respuesta de Jesús fue dura y tajante. «Pero El, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro»: ¡Pedro, hablas como un mundano No sabes o no quieres distinguir las cosas de Dios y las cosas del «hombre». ¿Sabes qué más? Me molestas. ¡Vete (Mt 16,23; Le 9,24).

Tenemos la impresión de que para Jesús este momento es decisivo. Y se encarama en el nivel doctrinal, levanta en alto la antorcha y les muestra las condiciones absolutas, y les viene a decir: Amigos, todavía tenéis tiempo para quedaros o marcharos. Todavía se puede optar. Pero de ahora en adelante, sabed que el que quiera seguirme tendrá que atenerse a las siguientes condiciones: deberá negarse a sí mismo, deberá tomar su cruz cada día; el que tenga miramientos consigo mismo está perdido, no sirve para seguirme. El que se renuncia a sí mismo, en cambio, ése se salvará, vale para mi programa. 

El grano de trigo se convertirá en vida cuando cumpla la condición de morir. Así, pues, quien quiera vivir, tiene que morir (Mt 16,24-27; Me 8,34-38; Le 9,23-27;Jn 12,25). Jesús se dio cuenta de que este duro programa penitencial había derrumbado la fortaleza de los Doce, había resultado como una piedra de tropiezo para la fe y la esperanza de ellos. En vista de esos efectos, Jesús toma a los líderes del grupo, los lleva a la cumbre de la montaña y, para devolverles la seguridad, se transfigura ante su mirada.

En estas escenas, de tanto contraste, descubrimos como en un «inconsciente reprimido» los secretos resortes de la conversión. Vemos, en primer lugar, las resistencias y repugnancias del yo ilusorio que se resiste a desprenderse de sí mismo, a morir en sí mismo. Hay en estas escenas una extraña mezcla de cruz, muerte y transfiguración. Aparece, a primera vista, una confusa mezcla de derrota y fracaso, luz y oscuridad, Tabor y Calvario.

Sin embargo, a pesar de esta aparente confusión, distinguimos una lógica nunca desmentida en el Evangelio. Es la nueva lógica para el nuevo orden: para vivir, hay que morir, la resurrección y la crucifixión son una misma cosa, el Calvario y el Tabor son una misma cosa, la resurrección no es secuencia sino consecuencia de la muerte de Cristo, sólo la penitencia conduce a la transfiguración

Mortificarse ¿para qué?
Es un hecho histórico, fuera de discusión, que hombres de Dios de gran envergadura humana como un san Francisco de Asís o un san Juan de la Cruz realizaron su transformación en Jesucristo en la medida y al mismo tiempo en que se entregaban a penitencias corporales.

Su biógrafo contemporáneo dice de Francisco de Asís que «vivió crucificado», incluso hasta tener que pedir perdón al «hermano asno», por haberlo sometido a tan malos tratos. Y esto nos resulta más extraño si pensamos que Francisco ha sido uno de los hombres que más ha vibrado con las bellezas de la Creación. Es verdad que penitencia no significa tan sólo mortificarse, pero en el contexto bíblico la mortificación queda incluida en el concepto general de penitencia.

En la traducción alejandrina de la Biblia se distinguen dos verbos: metanoein, que señala el cambio mental, la conversión interior, y epistrefein, que se podría traducir por mortificarse, señalando los actos externos de penitencia en cuanto condicionan y facilitan la conversión.

La mortificación, entendida en su sentido ascético, ha recibido en los últimos tiempos fuertes embestidas y, por cierto, a nombre de las nuevas corrientes «teológicas». Hoy día hasta la palabra mortificación suena mal y resulta repugnante.

Y la calificación que, al instante, sueltan sobre ella es ésta: masoquismo. Estoy de acuerdo con una buena, parte de razones por las que se han dado con indignación hachazos contra las mortificaciones voluntarias. Debían, no obstante, haber tronchado las ramas sin herir el tronco. Pero se ha golpeado ciegamente. A partir de la teología de los valores humanos, vienen a decir que debemos amar la vida, que Dios ha creado todas las cosas para que seamos hijos felices y que debemos usar convenientemente de esas cosas, que nadie es feliz privándose, que el verbo renunciar ya no tiene sentido... Yo sé que estas ideas, entendidas rectamente, son correctas. Pero luego las aplican indiscriminadamente a la universalidad de la vida, incluso a la vida consagrada y, ¡hay que ver qué entienden por los tres votos, por fraternidad... Y todo a nombre de estas teorías entendidas con superficialidad y aplicadas con irresponsabilidad.

La impresión que yace debajo de estas teorías (así explicadas y aplicadas) no anda lejos del grito pagano consignado en la Escritura: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos» (Is 22,13). No hace falta teorizar. Basta hurgar un poco en la propia piel, y cualquiera puede experimentar por sí mismo que privarse de algo por amor reporta la característica satisfacción de quien ha amado. En el amor, la privación plenifica.

Cuantas más compensaciones se dan a sí mismos, más vacíos se sienten a la larga. Nunca la gente de la sociedad de consumo había tenido tantas satisfacciones como hoy, y nunca, sin embargo, se sintió tan insatisfecha. Si santa Teresa dice que «quien a Dios tiene, nada le falta», cualquiera de nosotros puede observar que quien a Dios no «tiene», sentirá que todo le falta aunque tenga el mundo entero en sus manos. En este sentido, son elocuentes las estadísticas de los suicidios.

¿Quiénes son los que se autoeliminan de la vida? Principalmente los ricos aburridos a quienes nada les falta y, no obstante, el vacío de la vida los oprime como un peso insoportable. Son verdades experimentales. 

Basta asomarse a las raíces eternas del hombre, y cualquiera de nosotros percibirá que cada persona es un pozo infinito. Y un pozo infinito no se puede llenar con infinitos finitos, sólo un Infinito puede llenarlo. Solamente Dios podrá plenificar el corazón humano y aquietar sus profundas vibraciones. La frase de santa Teresa encierra una gran dimensión antropológica: sólo Dios basta.

Este es el verdadero parámetro para medir y cubrir los abismos humanos ¿Cómo puede decir Jesús que son felices los pobres, los que lloran, los perseguidos, los desprestigiados..., cuando el sentido común califica de felices a los millonarios, a los que ríen, a los que disfrutan de prestigio y libertad? Se sobreentiende que si alguien no tiene dinero, libertad, prestigio, etcétera, pero tiene a Dios, entonces lo tiene todo, bienaventurado, plenitud de bien porque «a quien tiene a Dios, nada le falta». Estas cosas, entendidas intelectualmente, resultan insostenibles y hasta absurdas.

Pero ¿qué sabe la cabeza? Sólo se sabe lo que se experimenta. Para entender el Evangelio, hay que vivirlo. Para entender a Dios, hay que «vivirlo».
Sí, las cosas de Dios sólo se entienden viviendo, y es entonces cuando dejan de ser paradojas.

Cuando el cristiano entra a fondo en el torrente vital de Dios, siente inmediatamente la necesidad de exteriorizar su respuesta de amor con hechos concretos de vida. Se medirá que ese amor debe canalizarse en el ámbito de la fraternidad, en la atención a los pobres, en la aceptación de las enfermedades... En eso estamos plenamente de acuerdo. Pero lo que la vida enseña es lo siguiente: si el cristiano no se entrena en el amor con privaciones voluntarias, normalmente no será capaz de amor oblativo sino que sólo s eamará a sí mismo en forma directa o diferida o transferida.

Lo que ocurre es que hoy día, para armar juicios de valoración, se acude a las llamadas ciencias del hombre y se prescinde, de hecho, de Dios, al menos del Dios vivo y verdadero. Y entonces sí, cuando Dios no es fuente viva de experiencia, cualquier mortificación es masoquismo, el celibato es represión, la obediencia es dependencia infantil, las renuncias son mutilaciones o necrofilias y la vida misma acaba por ser un entramado de desajustes, compensaciones y vías derivadas. Para el que no tiene experiencia de fe, ¿qué sentido tiene, por ejemplo, la fidelidad conyugal o el amor al prójimo?

Nunca se entenderá suficientemente que la privación es amor, y que el amor madura y despliega la personalidad, y que los incapaces de privarse de algo, lo son precisamente porque son incapaces de amar. A lo largo de estos años he asistido a reuniones grupaÍes, encuentros de responsables de comunidades religiosas, y, al tratarse de las prácticas penitenciales manifestaron —-y yo recogí— las siguientes consideraciones y conclusiones.

Consideraciones
Debido a que las mortificaciones, en el pasado, eran exageradas y excesivas, por eso han caducado y por eso también se ha tejido una leyenda negra sobre esta práctica ascética.

También las mortificaciones han caído en desuso porque venían ordenadas de arriba hacia abajo. No había espontaneidad. No sólo se practicaban sin voluntad sino contra la voluntad, por el peso de la costumbre.
Las penitencias, repetidas todos los días, todos los años y toda la vida, han producido saturación, fatiga y rutina.
Y porque faltaba variedad en la práctica penitencial o tal vez porque se practicaba sin amor, en algunos hermanos se ha originado una especie de repugnancia por sobresaturación,y por eso sería conveniente que no existieran penitencias externas durante cierto tiempo, o que fueran escasas.

Es signo de vitalidad espiritual cuando una fraternidad se exige a sí misma distintas privaciones: de esta manera patentiza su fidelidad. Es un signo de amor. En cambio, es síntoma de decadencia cuando una fraternidad es renuente a estos actos.

Conclusiones

Estamos de acuerdo en que la mejor mortificación es la interna, en la humildad y en la fraternidad, pero muchas veces los hermanos no logran dominar sus sensibilidades y se sienten como defraudados consigo mismos. En cambio sienten una sensación concreta de haber amado cuando practican ciertas privaciones.

La vida ordinaria de una comunidad está repleta de exigencias mortíficativas. Es de desear que estas prácticas ascéticas se orienten hacia actos externos- de su vida: por ejemplo, asistir con puntualidad a los actos comunitarios, el trabajar con asiduidad, el sufrir las enfermedades, asistir a los pobres,..Los actos de privación no tendrían que emanar, a ser posible, de la legislación.

Tendrían que ser determinados voluntaria y espontáneamente en el grupo de los hermanos.
La práctica penitencial, cuando es promovida voluntaria y comunitariamente, como vigilias nocturnas, el hacer una hora santa, privarse de algo en ciertas oportunidades... suscita el entusiasmo juvenil, se quiebra la rutina y adquieren incentivo la ilusión y el amor, como en vírgenes fieles que esperan la llegada del Señor.
Es conveniente que las mortificaciones tengan carácter esporádico, para una oportunidad o un tiempo determinado y no indefinidamente, para que no entre la rutina.

Almas víctimas: ¿sustitución o solidaridad?
En la historia de la humanidad, desde siglos remotos, vienen formulándose estas preguntas:

— Si Dios existe y es bueno y poderoso, ¿por qué no entierra de una vez los males que sufren sus hijos?
— Si Dios existe y es bueno y justo, ¿por qué triunfan los malos y fracasan los buenos?
— Si los males que sufrimos son consecuencia del pecado, ¿por qué los justos viven llenos de desgracias, y en cambio los pecadores nadan en salud, prosperidad y alegría?

He aquí formidables problemas que han atormentado el viejo corazón del hombre. Son preguntas que vienen arrastrándose por las páginas de la Biblia y que, aun hoy día, en boca de muchos son verdaderos desafíos lanzados contra el cielo

 Aquí ha salido al camino el problema del mal, problema de grandes complejidades desde los puntos de vista filosófico, teológico y humano. No interesa aquí abordar a fondo el problema del mal, sino solamente tomar esas preguntas y dirigirnos derechamente hacia el terreno que nos proponemos, el de las «almas víctimas».

El Señor me ha dado la gracia (¿privilegio?) de vivir asomado al interior de muchas personas. He sufrido con los que sufren. He compartido la alegría de los que se liberaban o se sanaban. He sufrido también la pena de la impotencia frente a casos que, al parecer, no tenían solución, al menos no la tuvieron. La observación detenida de la vida me ha dejado un conjunto de impresiones.

Hay personas que, al parecer, nacieron para sufrir. Convergió en ellas una cadena implacable de limitación, mala suerte, fallos biológicos o psicológicos, y el sufrir ha sido el pan nuestro de cada día. A veces esos males se alternan, otras veces sobrevienen todos juntos.

He oído a bastantes personas en los últimos años de su vida: En mi existencia no he tenido un solo día feliz.
A mi parecer, la fuente principal de sufrimientos radica en la misma constitución personal, a partir de los códigos genéticos y leyes hereditarias.

Hay personas que nacieron con un deseo insaciable de estima y una carencia notable de cualidades, originándose una personalidad altamente conflictiva.
Otros vinieron a este mundo con tendencias, periódicas o esporádicas, de depresiones maníacas y otras obsesiones que no pueden controlar.
Otros nacieron retraídos y misántropos.

Hay quienes siempre andan dominados por melancolías. Se encuentran tristes y no saben por qué. Nada les alegra y no saben por qué. Nacieron rencorosos y sufren. Son envidiosos y sufren. Vinieron tímidos y por todo sienten miedo. ¿Para qué seguir? Es un pozo sin fondo

Muchos otros se sienten desdichados debido a sus enfermedades, que los limitan, les quitan la sensación de bienestar y la alegría de vivir. Cada cual sabe su propia historia clínica: ciertas deficiencias orgánicas que les acompañan hasta el fin, dolencias transitorias, emergencias graves...

Para otros, es la mala suerte —como dicen— la que les juega una mala partida. Todo les sale mal. No se sabe porqué misteriosos resortes, algunos viven permanentemente entre incomprensiones, persecuciones, envidias...Frente a esta realidad general, cada persona reacciona de diferente manera según sus criterios orientadores o categorías mentales. Hay quienes, simple y pasivamente, se limitan a quejarse: Una sola vez se vive y ¡tan mala suerte

 Hay, sin embargo, una manera casi común de reaccionar, que no se sabría cómo denominar, y que aflora casi unánimemente, aunque con diferentes modalidades. Es una misteriosa constante del corazón humano.

¿Qué es? ¿Cómo llamarla? El hecho es que encontramos en el corazón del hombre —sobre todo del que sufre—como una vocación innata a la expiación. ¿Alienación? ¿Masoquismo? La gente superficial siempre está pronta a lanzar alegremente calificativos sin preocuparse de analizar cuidadosamente los fenómenos.

¿Qué es? Yo diría que se trata de una necesidad de trascendencia, de apertura. En las raíces ancestrales del hombre hay una vocación (¿necesidad?) de solidaridad profunda y trascendente con la humanidad, sobre todo con la humanidad doliente y pecadora. 
¿Será que el hombre encuentra, por este camino, la manera de encauzar y liberarse (¿alienarse?) del peso terrible del sufrimiento, o será que había ya un ansia de redención y solidaridad aun antes que el hombre experimentara el sufrimiento? ¿No habrá en cada tronco humano, como una veta escondida, un pequeño «redentor»?

Soloviev, Dostoyevski, en parte Tolstoi, y Berdiaiev reflexionaron profundamente sobre el mesianismo del pueblo ruso.

Dijeron de muchas maneras que la humanidad se salvaría por los sufrimientos del pueblo ruso, sufrimientos aceptados con silencio y paz. ¿Consolación alienante o solidaridad mesiánica?

Recuerdo haber conocido en mi vida tres personas que se adhirieron fervientemente a la doctrina de la reencarnación.
Sufrían con paz todos los infortunios de su vida, que eran muchos, pensando que estaban expiando los pecados de su vida pretérita. Y eso les daba gran alivio y era lo único que las consolaba en medio de sus aflicciones.

He conocido innumerables personas, acosadas por enfermedades y desgracias, que sentían paz y serenidad solamente pensando que estaban colaborando con Jesús en la redención del mundo. Les daba infinito alivio el ofrecer sus dolores por la solidaridad salvadora. En cuántos enfermos incurables, postrados en los hospitales, al mirar ellos al Crucificado y pensar que compartían sus dolores por la salvación del mundo, he visto en sus ojos una paz profunda y una extraña alegría. ¿Manera de liberarse del sufrimiento, o de corresponder a su vocación de solidaridad? Lo trágico no es sufrir, sino sufrir inútilmente.

Cuando hay un porqué, el sufrimiento no sólo pierde su virulencia sino que el sufrir por lo inevitable de la vida puede transformarse en una hermosa causa y en una «tarea» trascendente. El hombre jamás está aislado ni ante Dios ni ante la humanidad. Tanto el pecado como la salvación tienen, en la Biblia, una dimensión social. El hombre tiene un destino común: la acción mala perjudica a todo el pueblo así como la acción buena beneficia también a todos.

El profeta Isaías fue, en la Biblia, el primero en penetrar en uno de los rincones más misteriosos del corazón humano, y señalar la función sustitutoria o solidaria del Justo a través de sus sufrimientos.

«El llevó nuestras enfermedades y se cargó con nuestros dolores...
Fue traspasado por nuestros pecados y molido por nuestras maldades...
Por sus heridas fuimos curados»
(Is 52,13-53).
En la época de los Macabeos cristalizó la idea de la importancia del sufrimiento y muerte del Justo para la expiación sustitutoria.
El sufrimiento inmerecido y el martirio del Justo representan no sólo la insatisfacción por los propios pecados sino sobre todo por los de los demás.

En lugar de 
El gran pensador francés G. Bernanos trata esas preguntas, desde la perspectiva del miedo, en su famosa obra Diálogos de carmelitas.
Al comienzo de su obra habla de los últimos días de la priora, una mujer de Dios, admirable en todo sentido, que ha ejercido el cargo durante muchos años.
Le llega la hora de morir, y el miedo se le enrosca en su ser entero como una serpiente; hace esfuerzos por disimular ese miedo delante de las hermanas, pero no lo consigue. Se ve dominada, por una situación muy parecida a la crisis de Jesús en Getsemaní: pánico, miedo, tristeza, angustia. Lo único que acierta a decir en su último momento son unas palabras entrecortadas: «Pido perdón... Muerte... Temor de la muerte.» Y así, aterrada, muere. Un mes mas tarde, cuando dos hermanas jóvenes recogen flores en el jardín para la tumba de la priora, se desarrolla entre ellas este diálogo:

SOR CONSTANZA
¡Oh De nada vale ser joven. Bien sé yo que las alegrías y desdichas, más parecen estar libradas al azar que lógicamente repartidas.
Pero lo que llamamos azar, ¿no será la lógica de Dios? Pensad, sor Blanca, en la muerte de nuestra querida madre. ¡Quién hubiera podido creer que le iba a costar tanto trabajo morir, que iba a morir tan mal Casi diría que en el momento de enviársela, el buen Dios se equivocó de muerte, como en el vestuario pueden darnos un abrigo por otro. Sí, debía haber sido la muerte otra, una muerte no a la medida de nuestra priora, una muerte demasiado pequeña para ella; ni siquiera podía ponerse las mangas...

SOR BLANCA
La muerte de otra persona. ¿Qué significado puede tener eso, sor Constanza?

SOR CONSTANZA
Quiero decir que esa persona, cuando le llegue la hora de la muerte se sorprenderá de penetrar tan fácilmente en ella, de sentirse tan a gusto... Quizá basta pueda vanagloriarse diciendo: vean qué cómoda estoy, qué caída tiene este vestido.. (Silencio.)
¿Quién sabe si cada uno muere para sí o, los unos por los otros, o aun los unos en lugar de otros? (Silencio.)

SOR BLANCA con voz temblorosa)
Ya está terminado este ramo

Y así, tan sencillamente, con la ocurrencia de una ingenua novicia, el autor abre un tremendo interrogante, pero al mismo tiempo nos pone en la pista e insinúa la solución a ciertos enigmas que siempre han atormentado al corazón humano.

Se trata de acontecimientos absurdos, sin sentido ni lógica, que todos los días ocurren delante de nuestros ojos. Vemos personas francamente buenas, y las vemos rodeadas de infortunios y fracasos.
Y un poco más allá vemos personas opresoras, bajo una lluvia de triunfos, salud y honores.

¿Quién entiende esto? ¿Qué ha pasado? Dios ha trastocado los papeles: lo que correspondía dar al uno lo ha dado al otro. Como dice Bernanos, los unos están sufriendo y muriendo en lugar de los otros.

Pero, ¿no es esto una evidente injusticia? ¿Por qué hace Dios estas cosas? Tímidamente vamos a aventurarnos a adelantar una explicación. Dios necesita poner equilibrio entre las gananciasy las pérdidas, entre la cantidad de bien y de mal. Vivimos en una sociedad singular en que ganamos en común y perdemos en común.

Sí, la Iglesia es como una sociedad anónima de intereses comunes, en la que hay un flujo y reflujo de bienes y en la que todos participamos por igual en las ganancias y pérdidas.
Y como en esta «sociedad» hay tanta hemorragia o pérdida de vitalidad por parte de los bautizados inconsecuentes, tendrán que equilibrarse las pérdidas de los unos con las ganancias de los otros.

 Ahora bien, como los bautizados que hacen perder vitalidad no serían capaces de hacer rendir vida a las «cruces», por eso Dios se ve «forzado» a poner a los buenos en oportunidades dolientes para que les hagan rendir mérito y vida.
Y de esta manera, Dios logra el equilibrio entre las ganancias y las pérdidas.

Para comprender mejor este misterio y para que la «explicación» del mismo resulte convincente, necesitamos asomarnos al fondo de otros dos misterios.

El Cuerpo de la Iglesia
No somos socios sino miembros de una sociedad especial, la cual es como un cuerpo que tiene muchos miembros, pero todos los miembros juntos forman una sola unidad. Cada miembro tiene su función específica, pero todos los miembros concurren complementariamente al funcionamiento general de todo el organismo (1 Cor 12,12).

Cuando se nos lastima el pie, ¿acaso lo dejamos sangrando, diciendo: ¿qué tiene que ver mi cabeza con el pie? Cuando el oído está enfermo, ¿acaso dice el ojo: yo no soy el oído, qué tengo que ver contigo? ¡No , sino que cada miembro ayuda a los demás porque todos juntos constituyen el organismo. ¿Qué sería del brazo si no estuviera adherido al cuerpo? ¿De qué valdrían los ojos sin el oído, o los oídos sin los pies? (1 Cor 12,14-22).

Pero hay más: «Si un miembro tiene un sufrimiento, todos los demás miembros sufren con él; o si un miembro es honrado, gozan juntamente todos los miembros» (1 Cor 12,26). Y aquí está precisamente el eje de la cuestión. Si a nosotros se nos lastima tan sólo el dedo pequeño, es posible que la fiebre se apodere de todo el organismo: todos los miembros sufren las consecuencias. ¿Por qué las rodillas tendrían que sufrir las consecuencias del dedo pequeño? Porque ganamos en común y perdemos en común. ¿Perdió el dedo?, perdieron todos los miembros. ¿Sanó el dedo?, sanaron todos los miembros.

Existe, pues, en el interior de ese organismo que llamamos Iglesia una intercomunicación de salud y enfermedad, de bienestar y malestar, de gracia y pecado, igual que en los vasos comunicantes. Según este misterio, nosotros no podemos decir: ¿Porqué tengo que sufrir yo en lugar de un sacerdote desertor de Francia o en lugar de un banquero americano? ¿Qué tengo que ver con ellos? Sí, tengo mucho que ver. Todos los bautizados del mundo estamos misteriosamente intercomunicados. El misterio opera por debajo de nuestra conciencia. Una vez injertados en este árbol de la Iglesia, la vida funciona a pesar de nosotros. Esto aparece claro con un ejemplo.

En mi organismo, yo no sé cómo funcionan el hígado o los pulmones, pero sé que funcionan. Yo no sé cómo es la relación entre el hígado y el cerebro, pero sé que existe tal relación, porque cuando el hígado funciona mal, hay que ver cómo me duele la cabeza.

La vida profunda y misteriosa de mi entronque en el Cuerpo vivo de la Iglesia y de mi relación con todos los bautizados, yo no sé cómo funciona, pero sé que funciona. Entonces, no es indiferente que yo sea un santo o un tibio.

Si gano, gana toda la Iglesia; si pierdo, pierde toda la Iglesia. Si amo mucho, crece el amor en el torrente vital de la Iglesia. Si soy un «muerto», es la Iglesia entera la que tiene que arrastrar este muerto. Hay, pues, interdependencia. Con esta explicación, queda esclarecido el misterio y la espiritualidad de las «almas víctimas».

Según la figura de Jesús


El combate nocturno de Jacob
Hay en la Biblia un suceso misterioso, cargado de fuerza primitiva y salvaje. Es el combate que Jacob sostuvo con Dios. Jacob tomó a sus once hijos. Lograron atravesar todos juntos el río Yabbok. Jacob envió a los suyos por delante y él se quedó rezagado. Mientras tanto cayó la noche y lo cubrió con su oscuridad. Y así, envuelto en sombras invisibles, Alguien mantuvo con él un recio combate hasta rayar el alba.
En un momento de la pelea, el misterioso combatiente le tocó a Jacob el nervio ciático y le dislocó el fémur.
El combatiente le dijo: —¡Suéltame, por favor, porque ya ha rayado el alba
Jacob respondió:—No te soltaré hasta que me hayas bendecido.
El combatiente preguntó:—¿Cómo te llamas?
Jacob —respondió el otro.—
De hoy en adelante te llamarás Israel, porque has combatido valientemente contra Dios.Y Dios bendijo a Jacob.

Este, al salir el sol, se dijo a sí mismo:—¿Qué es esto? He visto a Dios cara a cara y, sin embargo, estoy con vida. ¿Cómo se explica esto? (Gen 32,23-33).

Israel es, pues, el nombre propio de una persona: se le dio este sobrenombre a Jacob por haber mantenido un recio combate con Dios

Este relato está lleno de un formidable simbolismo: El hombre que se abraza a Dios, se apodera de alguna manera de su fuerza divina y le arranca su protección. El hombre que se enzarza en batalla con Dios y acepta ser «atacado» por El, es arrebatado y transformado por Dios,participa en alto grado de su ser y potencia.
Ese nervio ciático donde Jacob fue herido es el egoísmo, eje de sustentación y viga maestra de todo pecado.

En ese punto neurálgico ataca Dios, por aquí derriba toda lafortaleza. Vulnerado en este punto, el hombre comienza a transformarse en Dios y a participar de la madurez y grandeza de Jesús.Y la razón profunda de lo dicho es la siguiente: Al experimentar a Dios como un Padre amantísimo, al «conocer» su hermosura y potencia, nace en el hombre un amor vibrante por El. Ahora bien, el amor es una fuerza unitiva y produce un deseo fuerte de llegar a ser uno con El.

Pero es imposible que dos seres tan dispares sean uno en todo, a no ser que uno de ellos pierda su resistencia propia: así, la savia se transforma en planta, una gota de licor se disuelve en el agua, el hierro se convierte en fuego.

En un combate, en un encuentro entre Dios y el hombre, el fuerte que es Dios se apodera y transforma al débil que es el hombre, a condición de que éste ceda en su resistencia. Por eso, nosotros insistimos en todo momento en la actitud de abandono como condición indispensable para toda transformación. Cuanto menor sea la resistencia, y mayor el abandono, el hombre y Dios pueden llegar, en la unión de las voluntades, a ser realmente uno.
Y así, la imagen y semejanza pueden ser tan notables, la participación del misterio de parte del hombre tan fuerte que, entonces sí, éste puede pasar por el mundo como una transparencia viva de Dios. Es un testigo viviente.

Ser y vivir como Jesús
Lo hemos repetido del principio al fin, en este nuestro libro: La meta final de toda oración es la transformación del hombre en Jesucristo. Cualquier trato con Dios que no conduzca a esta meta es inconfundiblemente evasión alienante. A la meta nunca se llega, cierto. Pero la vida deberá ser un proceso de transfiguración: cambio de una figura por otra.
Somos una piedra tosca que el Padre ha extraído de la cantera de la vida. Sobre esta piedra el Espíritu Santo tieneque esculpir la figura deslumbradora de nuestro Señor Jesucristo. Toda la vida con Dios se dirige a esto; y esto la justifica: repetir otra vez en nosotros los sentimientos, actitudes, reacciones, reflejos mentales y vitales, la conducta general de Jesús.

Misericordioso y sensible
En muchos momentos, el Evangelio advierte expresamente que «se compadeció» (Mt 9,36; 14,4; Me 1,41; Le 7,13).Se transformaba su rostro, se identificaba con la desgracia, su estremecimiento interior se reflejaba en las palabras y en los ojos.

Como Jesús, que no podía contemplar una aflicción sin conmoverse: es que nunca vivía «consigo», siempre salía «con» y «para» los demás. Este vivir «para» el otro, sufrir «con» el que sufre fue algo tan notorio, impresionó tan vivamente que los testigos no lo pueden olvidar y lo hacen constar frecuentemente: «Jesús se compadeció del leproso, tendió hacia él la mano, y le tocó diciendo: Quiero, sé sano» (Me 1,41); «Jesús se compadeció de las turbas y los enfermos» (Mt14,14); «Jesús recorría ciudades y aldeas... sanando toda dolencia y toda enfermedad» (Mt 9,35); no puede tomar alimento hasta curar al hidrópico (Le 14,2-4); en la sinagoga interrumpe su predicación para sanar al hombre de la mano seca (Me 3,16) y a la mujer encorvada (Le 12,11-12).

Como Jesús, que convida a la gran masa de oprimidos y agobiados, pues para ellos tiene un mensaje que les dará Paz (Mt ll,28ss). El ha venido para sanar a los heridos de corazón, anunciar la libertad a los esclavos, a los ciegos la vista y a los oprimidos la liberación (Le 4,18ss).

Como Jesús, que se entregó a los abandonados y olvidados con todo lo que era: su pensamiento, su oración, su trabajo, su palabra, su mano (Mt 8,3), su saliva (Jn 9,6), la franja de su vestido (Mt 9,20). Pone las obras de misericordia como el programa de examen final para el ingresoen el Reino (Mt 25,34ss).

Como Jesús, que, con infinita sensibilidad, se identificacon los necesitados: fue el mismo Cristo quien tuvo hambre, sed, fue huésped, estuvo desnudo, enfermo, preso.

Manso y paciente
Como Jesús, que es una persona que respira una infinita paz, sosiego, dulzura y dominio aun cuando lo «apretaban», «asaltaban», «asediaban» (Me 3,10; Le 5,1). Ofrece toda bendición y todo premio a los mansos, pacíficos, a lo sque sufren con paciencia la persecución (Mt 5,5ss).

Como Jesús, ante los acusadores y jueces, con humildad, silencio, paciencia y dignidad. No se defiende, no se justifica. Ante las burdas calumnias no respondió nada ante Caifas (Me 14,56), ante Pilato (Mt 27,13), ante Herodes (Le 23,8), produciendo admiración en el uno y desprecio en el otro.

Como Jesús, que ante la negación de Pedro «se volvió y le miró» (Le 26,69): una mirada de acusación pero con amor y perdón.

Como Jesús, cuya paciencia en la noche de la Pasiónes sometida a duras pruebas cuando lo azotaban, le colocaban un vestido de loco, una corona de espinas en suc abeza, un cetro de caña en sus manos; lo golpeaban enla cabeza, jugaban con El a la «gallina ciega». Por toda respuesta, El sufre y calla. No se debe olvidar que Jesús tenía un temperamento muy sensible.

Como Jesús, a quien acosan en la cruz hasta el último momento con el sarcasmo. Por toda respuesta, El pide perdón para ellos (Le 23,24). Esta mansedumbre y paciencia de Jesús debió impresionar tan fuertemente a los testigos, que Pablo conjura a los corintios «por la mansedumbre y bondad de Cristo» (2 Cor 10,1); y a Pedro, después de tantos años, se le revuelven las entrañas de emoción cuando recuerda que «siendo injuriado no devolvía injurias, siendo maltratado no lanzaba amenazas» (1 Pe 2,23).

Predilección por los pobres
Con el corazón y las manos abiertas a las masas desamparadas (Mt 9,36; Me 6,34).

Como Jesús, que no sólo siente pena por las turbas hambrientas, sino que se preocupa de darles de comer (Mt 15,32; Me 8,2).

Como Jesús, para el cual los favoritos son siempre los pobres (Le 6,21). Para ellos es el Reino (Le 6,20). El signod e que el Mesías ha llegado es que los pobres son atendidos. Para ellos ha venido expresa y casi exclusivamente (Mt 11,5;Le 4,18).

Como Jesús, que mira con una viva simpatía a la pobre viuda que deposita unas moneditas (Le 21,3).
Esa misma simpatía aparece manifiesta cuando al pobre Lázaro lo coloca en el seno de Abraham mientras hunde al rico Epulón en el abismo del infierno.

Como Jesús, que no solamente se dedica con preferencia a los pobres sino que comparte la condición social deellos hasta las últimas consecuencias.

Comprensivo y atento
El primero en entrar en el paraíso es un bandido. El Padre le encomendó preferentemente la atención a los débiles y desorientados (Me 2,17).

Como Jesús, que exteriorizaba tan indisimuladamentesu bondad con los pecadores que lo calificaron de «amigo de los publícanos y pecadores» (Mt 11,19).

Como Jesús, cuyo trato cariñoso y preferente con los publícanos como Leví, Zaqueo y aquellos otros que se sentaban a su mesa tanto indignaba a los fariseos (Mt 9,9; Le19,lss; Le 15,lss).

Como Jesús, cuyo principio era: No son los sanos los que necesitan médicos. Y su grito: ¡Misericordia quiero y no sacrificios (Mt 9,13). Un solo pecador que vuelve al Padre alborota el cielo de alegría, más que todos los justos juntos(Le 15,7).

Como Jesús, que no se asusta por las atenciones de una meretriz sino que la defiende públicamente (Le 7,36ss). A aquella adúltera, condenada a morir bajo las piedras, con qué cariño le dice: ¡Vete en paz (Jn 8,lss).

Como Jesús, que derramó su exquisita sensibilidad humana y se retrata a sí mismo en unas bellísimas parábolas (Le 15 1 lss).

Como Jesús, que no rechazó a nadie a pesar de su indisimulada predilección y simpatía por los pobres y marginados.

Como Jesús, que manifestó una delicada atención con Nicodemo, mantenía amistad con José de Arimatea, honrócon su presencia a varios fariseos y publícanos ricos, socorrió a Jairo y a la sirofenicia. Hasta se relacionó con el centurión de Cafarnaúm, uno de los «dominadores» romanos (Mt 15,21; Me 7,24).

Como Jesús, tener preferencias pero no exclusividades.

Sincero y veraz
Como Jesús, hablar con una transparencia directa: «Sí, sí; no, no» (Mt 5,37), sin tener «personajes» en nuestra persona, es decir sin hablar a unos de una manera y a otros de otra.

Como Jesús, que fue valiente cuando buscaban sorprenderlo en algún equívoco: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis?»(Mt 16,21); dad al César lo que le corresponde, y a Dios lo suyo.

Como Jesús, que estuvo magnífico cuando unos amigos se le acercaron para advertirle que su vida corría peligro porque Herodes lo buscaba para matarlo: «Id y decid a ese zorro» que actuaré donde y cuando vo crea que ebo hacerlo (Le 13,32).

Como Jesús, que no tuvo pelos en la lengua para desenmascarar a los ricos de este mundo (Mt 19,24; Me 10,25;Le 18,25). Entre los confabulados contra él, en la Pasión,¿no estarían los ricos?

Como Jesús, defender la verdad aun a costa de la vida:«Vosotros tratáis de matarme; sin embargo, yo no he hech omás que anunciaros la verdad» (Jn 8,40ss); aun a costa de perder discípulos (Jn 6,66); aun a costa de provocar el escándalo y la persecución (Mt 7,3; Le 7,39). No hay cosa que tanto le repugne como la hipocresía, la mentira y la tergiversación. Una de las expresiones más hermosas del Evangelio: «La verdad os hará libres» (Jn 8,32).

Como Jesús, que a la vista ya de la eternidad, resume el objetivo de su vida: «Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad»(Jn 18,37). Después de muchos años, al evocar Pedro la vida de Jesús, testifica emocionado: «En su boca no fue hallada mentira» (1 Pe 2,22).

Amar siempre
Los suyos tenían vivísima impresión: el Maestro, por encima de todo había amado. Por eso, entendieron perfectamente cuando les dijo que se amaran como El les había amado (Jn 13,34).
Amó con ternura y simplicidad a los humilde sniños (Mt 19,14), a uno de ellos lo tomó en sus brazos (Mt 9,36ss).
Como Jesús, que fue afectuoso con Marta, María y Lázaro (Jn 11,lss); antes de morir, a los suyos los trató de «amigos» (Jn 15,15), pero después de resucitar, los llama «hermanos» (Jn 20,17). Al mismo traidor lo recibe con un beso y una palabra de amistad (Mt 26,50). Como Jesús, que, a un paralítico desconocido le llama afectuosamente «hijo» (Me 2,5), e «hija» a la mujer hemorroísa (Mt 9,22).
Amó a su pueblo tan profundamente que, viéndolo perdido, no le quedó otra solución que lamentarse y llorar (Le 13,34).

Como Jesús, que inventó mil formas y maneras para expresar su amor, porque el amor es ingenioso (Me 10,45;Mt 20,28). En aquella brutal ironía hay un enorme fondo de verdad: «A otros ha salvado; a sí mismo no puede (quiere) salvarse» (Me 15,31). Trajo de parte del Padre un solo encargo: «Como me amó mi Padre, os he amado yo a vosotros. ¡Permaneced en mi amor » (Jn 15,9).

Debió emocionar tan profundamente este amor de Jesús,que los testigos nos transmitieron ese recuerdo, grabado en frases lapidarias: «Dios ha amado tanto al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16); «Me amó y se entregó a la muerte por mí» (Gal 2,20); ha habido en los últimos tiempos una explosión «de la benignidad y amor de nuestro Salvador a los hombres» (Tit 3,4).

Humilde y suave
Perdonar como Jesús perdonó a Judas, a Pedro, al ladrón, a los sanedritas, al agresor de la casa de Anas.

Humilde como Jesús, que rehuía la publicidad al sanar a los enfermos, al multiplicar los panes, al descender del monte de la transfiguración. 

Como Jesús cuando era calumniado delante de Caifas y Pilato: «¿No te defiendes de lo que éstos te acusan?», Jesús no respondió una sola palabra (Mt 27,14).

Como Jesús, que se dejó «manipular» por el tentador, sin quejarse (Mt 4,1-11).
Ser suave como Jesús, que no disputó ni vociferó; nadie escuchó sus gritos en las plazas (Mt 12,15).
Sin preocuparse de sí mismo y preocupándose de los demás

Como Jesús ante las turbas hambrientas (Jn 6,1-16), con los apóstoles en el huerto, con Pedro (Le 22,51), con las piadosas mujeres, con el ladrón (Le 23,39), con su madre al pie de la cruz (Jn 19,25). Nunca se preocupó de sí mismo, sin tiempo para comer, sin tiempo para dormir, sin tiempo para descansar (Me 1,35; 2,7).