Muéstrame tu rostro- Cap 2-3: El silencio de Dios


Fray Juan de la Cruz expresa admirablemente el silencio de Dios con aquellos versos inmortales: «¿Adonde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huíste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido.» La vivencia de la fe, la vida con Dios es eso: un éxodo, un siempre «salir tras ti clamando».

Y aquí comienza la eterna odisea de los buscadores de Dios: la historia pesada y monótona, capaz de acabar con cualquier resistencia: en cada instante, en cada intento de oración, cuando parecía que esa «figura» de Dios estaba al alcance de la mano, ya «eras ido»: el Señor se envuelve en el manto del silencio y queda escondido.

Parece un rostro perpetuamente fugitivo e inaccesible: como que aparece y desaparece, como que se aproxima o se aleja, como que se concreta o desvanece.

«¿Por qué siempre el alma, cuando ha encontrado a Dios, conserva o vuelve a encontrar el sentimiento de nohaberlo encontrado? ¿Por qué ese peso de ausencia hasta en la más íntima presencia?¿Por qué esa invencible oscuridad de Aquel que todo es luz? ¿Por qué esa distancia infranqueable frente a Aquel que todo lo penetra? ¿Por qué esa traición de todas las cosas que, no bien nos han dejado ver a Dios, enseguida nos lo ocultan otra vez?»

El cristiano fue seducido por la tentación y se dejó llevar por la debilidad. Dios calla: no dice ni una palabrade reprobación. Supongamos el caso contrario: con un esfuerzo generoso supera la tentación. Dios calla también: ni una palabra de aprobación.asaste la noche entera de vigilia ante el Santísimo Sacramento.
Además de que solamente tú hablaste durante la noche y el interlocutor calló, cuando al amanecer salgas de la capilla cansado y somnoliento, no escucharás una palabra amable de gratitud o de cortesía. La noche entera el otro calló, y a la despedida también calla.

Si sales al jardín verás que las flores hablan, los pájaros hablan, hablan las estrellas. Solamente Dios calla. Dicen que las criaturas hablan de Dios, pero Dios calla. Todo en el universo es una inmensa y profunda evocación del misterio, pero el misterio se desvanece en el silencio.

De repente la estrella desaparece de la vista de los reyes magos y ellos quedan sumidos en una completa desorientación.

«De pronto el universo en torno a nosotros se puebla de enigmas y preguntas.
¿Cuántos años tenía esa mamá? Treinta y dos, y murió devorada por un carcinoma, dejando seis niños pequeños. ¿Cómo es posible?
Era una criatura preciosa de tres años, una meningitis aguda la dejó inválida para toda su vida. Toda la familia pereció en el accidente, en la tarde dominical, de regreso de la playa.¿Cómo es posible?
Una maniobra calumniosa de un típico frustrado lo dejó en la calle, sin prestigio y sin empleo.¿Dónde estaba Dios?
Tenía nueve hijos, fue despedido por un patrón arbitrario y brutal, todos quedaron sin cas ay sin pan. ¿Existe la justicia?
Y esas mansiones orientales, tan cerca de ese bosque negro y feo de casuchas miserables... ¿Qué hace Dios? ¿No es todopoderoso?¿Por qué calla?

Es un silencio obstinado e insoportable que lentamenteva minando las resistencias más sólidas. Llega la confusión. Comienzan a surgir voces, no sabes de dónde, sidesde el inconsciente, si desde debajo de tierra, o si desdeninguna parte, que te preguntan: "¿Dónde está tu Dios?"66(Sal 41).

No se trata del sarcasmo de un volteriano ni del argumento formal de un ateo intelectual.
El creyente es invadido por el silencio envolvente y desconcertante de Dios y, poco a poco, es dominado por una vaga impresión de inseguridad, en el sentido de si todo será verdad, si no será producto mental, o si, al contrario, será la realidad más sólida del universo. Y te quedas navegando sobre las aguas movedizas, desconcertado por él silencio de Dios.
Aquí se cumple lo que dice el salmo 29: "Escondiste tu Rostro y quedé desconcertado."

El profeta Jeremías experimentó, con una viveza terrible, ese silencio de Dios. El profeta dice al Señor: "Yavé Dios, después de haber soportado por ti a lo largo de mi vida toda clase de atentados, burlas y asaltos, al final, ¿no serás tú quizá más que un espejismo, un simple vapor de agua?" (Jer 15,15-18)»

La última victoria
¿Qué sucedió a Jesús en los últimos minutos de su agonía? Aquello tuvo todas las características de una crisis dedesconcierto por el silencio de Dios. En este momento, el Padre fue para Jesús «Aquel que calla». Jesús, sin embargo, tuvo una magnífica reacción distinguiendo nítidamente el sentir y el saber.

Para medir y ponderar esta crisis, tenemos que examinarciertos antecedentes de orden fisiológico y psicológico.

Según los entendidos en la materia, Jesús había perdidopara este momento casi toda su sangre. El primer efecto de esa hemorragia fue una deshidratación completa, fenómeno en el que la persona sufre no un dolor agudo sino una sensación asfixiante y desesperada.
Como efecto de esto, se apoderó de Jesús una sed de fuego que no sólo se siente en la garganta sino en todo el organismo, sed que experimentan los soldados que mueren desangrados en los campos de batalla. Ningún líquido del mundo puede apagar esa sed sino una transfusión de sangre.

Además, como efecto de esa pérdida de sangre, sobrevino a Jesús una fiebre altísima la cual, a su vez, originó el «delirium tremens» que, en este caso y en términos psicológicos, significa una especie de confusión mental: no se trata de un desmayo sino de una pérdida, en mayor o menor grado, de la conciencia de su identidad y de su ubicación en el entorno vital.
En una palabra, a estas alturas,Jesús se encontraba hundido en profunda agonía.

Fuera de esto, y situándose en niveles más interiores, tenemos que tener en consideración que Jesús, obedientea la voluntad del Padre, moría en plena juventud, al comienzo de su misión evangelizadora, abandonado de las multitudes y de los discípulos, traicionado por uno, renegado por otro, sin prestigio ni honor, aparentemente sin resultados,con sensación de fracaso (Mt 23,37).

Su panorama psicológico queda profundo del barro, y no es reflejado en esta sombría descripción:«Sálvame,-oh Dios,porque las aguas me llegan hasta el cuello. Hundido estoy en loé dónde apoyar el pie. He llegado a alta mar y las olas me ahogan. Mi garganta está ronca de tanto grita ry mis ojos desfallecen de tanto esperar» (Sal 68).

Mas en el ser humano hay niveles más profundos que el fisiológico y el psicológico. Estos dos niveles podían estar, en Jesús, arrasados. Pero allá en la zona del espíritu, Jesús había conseguido mantener una admirable serenidad a lo largo de la Pasión. Sin embargo, a una cierta altura de su agonía, las circunstancias descritas lo arrastraron a un estado de descocierto y confusión. ¿Crisis? ¿Caída en su estabilidad emocional? No se sabría cómo calificar o dónde encasillarlo.¿Qué fue? ¿Desaliento? ¿Pesadilla? ¿Una momentánea noche de espíritu?
¿Aridez en grado extremo? ¿El peso del fracaso? ¿El espanto de encontrarse solo frente a un abismo?

Lo cierto es que, de repente, todas las luces se apagaro en el cielo de Jesús, como cuando se produce un eclipse total.
La desolación extendió sus alas grises sobre el páramo infinito. A su derredor, de horizonte a horizonte del mundo, nada se veía, nada se oía, nadie respiraba. La ausencia, el vacío, la confusión, el silencio y la oscuridad se abatieron de improviso sobre el alma de Jesús como fieras implacables.
¿La nada? ¿El absurdo? ¿También el Padre estaría entre la masa de los desertores?
Era el juicio del Justo. Los injustos lo juzgaron injustamente y lo condenaron. Esto era normal. En el momento oportuno, el Padre apostaría por el Hijo, inclinando a sufavor la balanza. Pero llegada la hora decisiva, nadie dio lacara por el Hijo. ¿También el Padre habría tomado asient oen el tribunal junto a Caifas y Pilato? ¿También el Padre se habría sentado a la puerta para ver pasar al condenado?

Como en todo pleito siempre le quedaba, en última instancia, el recurso de amparo apelando al Padre. Pero todo indicaba que el Padre había abandonado la causa del Hijo y se había pasado al bando contrario pidiendo su ejecución.
Y ahora, ¿a quién recurrir? Todas las fronteras y todoslos horizontes quedaban clausurados. Así que ¿la razón estaba contra el Hijo? Entonces, ¿Jesús había sido un entrometido y no un enviado? ¿Un soñador? ¿Todo había sido inútil?
Al fin, ¿todo se desvanecía en una pesadilla psico-délica, en un caleidoscopio alucinante?

Sobre los abismos infinitos el pobre Jesús flotaba como un náufrago perdido. A sus pies, nada. Sobre su cabeza,nada. «Padre mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Era el silencio de Dios que había caído sobre su alma conla presión de cincuenta atmósferas. Sin embargo, todo eso fue la sensación.
Pero la fe no es sentir sino saber.

Nunca estuvo Jesús tan magnífico como en los últimos tramos de su agonía. Abrió los ojos. Sacudió la cabeza como quien despierta y rechaza una maldita pesadilla. Se sobrepuso rápidamente al mal momento. La conciencia de su identidad emergió desde las brumas del «delirium» y tomó posesión de toda su esfera vital.
Y ya sereno, libró el último combate: el combate de la certeza contra la evidencia, del saber contra el sentir. Y del último combate nació la última victoria.

Sin decir, dijo: Padre querido, no te siento, no te veo. Mis sensaciones interiores me dicen que está lejos, que te has transformado en vapor de agua, en sombra fugitiva, en distancia sideral, en vacío cósmico, no sé, en nada. Sin embargo, contra todas estas impresiones, yo sé que estás aquí, ahora, conmigo; y «en tus manos entrego mi vida» (Le 23,46).

En plena oscuridad dio Jesús el salto mortal en una profundísima sima sabiendo que allá abajo le esperaba el Padre con los brazos abiertos. Y no se equivocó: en los brazos del Padre despertó. Fue un final de gloria. El Padre no lo había preservado de la muerte pero bien pronto lo rescataría de sus garras.

Tres alegorías
No es fácil expresar el significado concreto del silencio de Dios en términos precisos. Mil veces dice la Biblia que Dios está con nosotros,
y dice también que estamos (nos sentimos) «lejos del Señor» (2 Cor 5,6). ¿Contradicción? No.

Simplemente se trata de vivencias profundas, llenas de contrastes que, al explicar, parecen contradictorias pero, al vivirlas, no lo son. El vehículo más adecuado para explicar lo inexplicable es el de la alegoría. Por eso he imaginado —y las coloco a continuación— tres alegorías para transparentar el contenido del silencio de Dios. Lejos del Señor ¿Qué hicieron conmigo? Me dejaron aquí. Me encontré, yo mismo a mí mismo, en esta pampa infinita con todos los cables cortados.

Desde subsuelos desconocidos me nacen impresiones vagas, recuerdos difusos que se parecen a sueños olvidados. Hay en mí un algo que me dice que, en tiempos pretéritos, viví en una patria remota y feliz. De aquello, sin embargo, no queda nada: ni imágenes ni recuerdos,salvo la nostalgia. Sólo eso soy: una nostalgia como una llama al viento. Tengo el alma errante de los expatriados.

Desde la madrugada mi corazón comienza a buscar su rostro entre las brumas. A veces se dibuja en lo distanteuna efigie difusa de mi Anhelado. Es un rostro de niebla sobre la niebla.
De repente me gritan:— ¡Por aquí pasó anoche
—¿Lo visteis? —les pregunto.
—No —me responden—, estábamos dormidos.
—Entonces, ¿cómo lo sabéis?
—Es que esta mañana aparecieron sus huellas. Míralas, aquí están. Todo está claro: nadie lo vio pasar pero sabemos que El pasó anoche por aquí.

— ¡En el mar —me gritaron los ríos—. Sobre las aguas profundas y azules está dibujado su rostro.Y en alas del deseo volamos hasta el mar. Entre la espuma y las olas comenzaron lentamente a dibujar un rostro nunca visto.

Pero, con el movimiento de las aguas, en seguida se esfumó la figura. Nos internamos en una selva tan espesa que, aun en pleno mediodía, sólo las sombras imperaban allí. Entre la espesura, sin embargo, se filtró de improviso un rayo de luz.
— ¡Es el sol —gritaron unos.
—No —respondieron otros—: es un pequeño reflejo del sol. Desde ahora ya sabemos que detrás de esa negra espesura y sobre los anchos firmamentos brilla el sol aunque nadie haya visto su disco de fuego, salvo algún pequeño destello. Acosado por la sed recorrí valles y estepas en busca de una fuente.

— ¡Es inútil —me dije—. No hay agua: aquí se acaba mi vida.

Al instante se levantaron desde la tierra mil voces para gritarme a coro —Caminante, si hay sed tiene que haber una fuente. Camina.

Sobre la pampa infinita, al atardecer, cruzan el cielo cóndores negros planeando hacia mundos ignorados. Si todas las tardes pasan los cóndores en esa dirección, es que más allá de esta llanura infinita se levantan las altas cordilleras, aunque nadie haya visto sus testas coronadas de nieve.

Si las grandes aves vuelan todos los días desde mis nidos hacia las Montañas Eternas, es señal de que éstas descansan a la espera de mis aves, aunque nadie haya divisado sus dormidas alturas.

Crucé valles y colinas. Grité mil veces:—¿Dónde está Aquel que busca mi alma?

El mundo entero se transformó en una respuesta universal: el viento clamaba, los ríos cantaban, las estrellas reían, los árboles preguntaban, la brisa respondía... pero mi Amado callaba.

Seguí preguntando:—¿Dónde mora Aquel que busco desde la aurora?¿Más allá de las estrellas azules? ¿En aquel risco que toca el firmamento? ¿En el rumor del bosque? ¿En la soledad última de mi ser?

De nuevo el silencio levantó su cabeza sobre las piedras obstinadas. De cordillera a mar, desde la aurora hasta el ocaso, el planeta se hinchó de preguntas y voces que me nacieron desde las raíces eternas:—¿Dónde estás? ¿Por qué ese silencio? ¿Acaso no soy tu eco? ¿Por qué callas? ¿Acaso no soy la voz detu voz? Soy una chispa de tu fuego. ¿Por qué no brillas? ¿Por qué no me quemas? ¿Por qué no me ciegas? ¡Ojalá te transformaras en un incendio sobre las espaldas del mundo y me consumieras por completo como un holocausto final

Me hiciste como aquella antigua zarza quesiempre ardía y nunca se consumía. ¿Hasta cuándo? ¿Porqué tengo que ser siempre inquieta llama? Calma mis altas fiebres. Eres agua inmortal. ¿Por qué no apagas de una vez mi sed? ¡Ojalá te transformaras en un río o en un huracán me arrastraras cuanto antes al fondo de tu seno.

Eres remanso y descanso, ¿por qué me mantienes eternamente en vilo, colgado siempre de un cable? Me hiciste como un bosque de mil brazos, abiertos para abrazar. ¿Por qué, cuando estoy a punto de alcanzarte, te transformas en una sombra eternamente errante? Tú eres el mar; yo soy el río ¿Cuándo descansaré en ti? Tú eres el mar; yo soy la playa. Inunda y colma todo.

Me dijeron que alcanzara una estrella con la mano. Comencé por subir a los tejados, para alcanzarla. Continué escalando montañas. Me empiné sobre las crestas de las cordilleras, allá donde no llegan los cóndores. ¿Y la estrella? Cada vez más lejos de mi mano. Eso soy: simplemente un impulso, llama desprendida del leño, eterno peregrino que siempre busca y nunca encuentra. ¿Cuándo habrá para mí un planeta o una patria donde descansar y dormir? Te aclamo y reclamo. Te afirmo y confirmo. Te exijo y necesito. Te anhelo y conjuro. Te añoro y ansio.
Mis alas están ya fatigadas de tanto volar.

En este atardecer de oro, ahora que se apagaron los fuegos del día y la serenidad inunda la tierra, suba hasta ti mi humilde súplica: tú que sostienes los mundos en tus manos, calma y colma todas mis expectativas. Tengo sueño. Quiero dormir.

Agonía y éxtasis
Soy un hombre de 44 años y tengo 7 hijos. Con mi esposa formamos una pareja feliz y honorable. La gente piensa y dice que siempre brillaron las estrellas sobre mi cielo. ¡El hombre de la suerte , así me definen en la calle.

Ellos, sin embargo, no tienen ojos para entrar en mis másremotas latitudes.
Desde joven, casi desde niño, habita en mí una fuerza de contradicción que me turba y sosiega. Nunca me deja en paz y siempre me deja la paz. Molesta como la fiebre y refresca como la sombra. Es al mismo tiempo agonía y éxtasis. A veces me dan ganas de hacer con él lo que con un huésped impertinente: ponerlo en la calle. Pero no es posible: vino conmigo al mundo y conmigo bajará a la sepultura. Es tan mío como mi sangre

No sé cómo llamarlo. ¿Sensibilidad divina? ¿Piedad?

Hay un hecho concreto: no puedo vivir sin mi Dios. Yo no sé si el Señor expresamente encendió en mí esa llama o es una predisposición innata, combinación fortuita de códigos genéticos, resultado feliz de leyes hereditarias. Dicho de otra manera: no sé si es gracia o naturaleza.
Aveces lo considero como el mayor regalo de la vida. Otras veces me parece un «aguafiestas».

Tengo una certeza de acero. Dios es y está conmigo. Pero nunca vi un destello del resplandor de su rostro. Hay algo, sin embargo, dentro de mí que me dice que tal resplandor existe y brilla. Es una certeza más «cierta» que las evidencias geométricas.

Hace un par de años, una despiadada competencia profesional hizo que mis negocios se vinieran al suelo. En esa ocasión supe lo que era una noche sin estrellas.
El rostro de mi Dios se esfumó como una sombra esquiva. El mundose me convirtió en un inmenso desierto; y sobre el arenal infinito caminaba yo solo, solamente yo. Clamaba a mi Dios y El me respondía con silencios. Esto duró no sé cuántas semanas. Cuando parecía que la desolación tocaba fondo, tuve una inesperada «visita» de mi Señor. Si contara lo que sucedió, nadie lo podría creer; por otra parte es imposible contarlo. Sólo diré que no hay en el mundo éxitos,conquistas ni emociones que den tanta alegría como unade esas «visitas».

A veces el absurdo se presenta a mis puertas, me dispara una insistente andanada de preguntas, y se va. Y yoquedo aturdido durante días y semanas sin saber adondemirar. ¿Te acuerdas? ¿El niño de tres años atacado por la leucemia y condenado a morir? La señora vecina, despuésde años de martirio, abandonada ahora por un marido cruel. La familia amiga, desaparecida en un accidente; aquel asesinato; este robo; esa violación; aquella calumnia... ¿Te acuerdas? ¿Dónde está tu Dios?
Acudo a mi Dios para transmitirle estas preguntas y aliviarme un poco. A cada porqué hay un golpe de silencio.Como un eco, sólo queda silbando la risa del absurdo.

A veces me pregunto cómo sería más hermosa la vida, con la fe o sin la fe. Es evidente que, apagada la fe, se encienden las luces verdes para todos los apetitos. Pero cuando lleguen los golpes, cuando invada el hastío o se aproxime la vejez, el hombre sin fe tiene que sentirse miserable, impotente y desarmado. No quisiera estar en su piel en esos momentos.

Conozco por dentro a mis amigos. Gran parte de ellos arrojaron la fe al rincón de los cacharros viejos como un objeto inútil, mejor, como una compañía molesta. No los envidio, sin embargo. Sé que ellos dan rienda suelta a todas sus apetencias. Sé también del infinito vacío de sus vidas.

Hace un mes aproximadamente la tentación, vestida de flores, se presentó a mis puertas. Me dijo que se vive una sola vez; que los ancianos nada apetecen y nadie los apetece; que ahora, todavía en pleno vigor, es la oportunidad para coronarse de rosas. En esos días me pareció que Dios era una sombra inconsistente e inexistente, que estoy perdiendo el tiempo, que el banquete de la vida no se repite. Tomando fuerzas no sé de dónde, invoqué a mi Señor para que me sacara de aquella desolada sima. Por toda respuesta, una vez más, el silencio levantó su obstinada cabeza.

Mi señora me decía el otro día que donde hay drama no hay hastío. Y me añadió: como la fe es drama, estamos salvados del supremo mal, el vacío de la vida. Yo le respondí: del vacío de la vida sí, pero del desconcierto no. Hay, sin embargo, un meteoro que cruza mi cielo tanto en las noches estrelladas como en las noches sin estrellas: la certeza.

Estoy seguro de que mi Señor guardará el tesoro demi vida en un cofre de oro hasta el día de la corona final. Tengo la certeza de que estamos destinados a una vida incorruptible e inmortal.

Sé que mi Redentor vive y que, al fin de los tiempos, se levantará sobre el polvo para hablar el último. Y, revestido de esta misma piel, yo veré a mi Dios en mi propia carne. Sí. Yo mismo lo veré con estos mismos ojos. Yo lo contemplaré, yo mismo.

Es a él a quien contemplaré y no a otro. ¡Ojalá que estas palabras se grabaran en el bronce, o se esculpieran para siempre con un estilete en el granito (Job 19,26).

Todas las noches oscuras, todos los silencios, todos los desconciertos del mundo no serán capaces de derribar esta certeza.¡Oh hermosa aventura de la fe

Vaivén de la duda
Aquí estoy metido en la vida religiosa. Un día escuché claramente la voz de Dios que me invitaba a seguirlo.Salí tras él. Y me ha puesto en este desierto de la fe. En los primeros tiempos, el Señor es un Regalo. De díase transforma en una nube blanca: me cubre contra los rayos del sol. De noche toma la forma de una antorchade estrellas toda resplandeciente: me protege contra la oscuridad y el miedo. Van pasando los años. Todo sigue igual. Todos los días me levanto y comienzo a buscar el rostro del Señor. Aveces siento cansancio de tanto buscar y no encontrar nada.
Pregunto, y nadie responde.Todavía soy joven. Llevo un corazón solitario y virgen. Dios es su habitante.

A veces, sin embargo, siento que nadie lo habita. He pasado la noche entera ante el Santísimo. Al amanecer sentía sueño y decepción. Sólo yo he hablado. Dios ha sido «el que siempre calla».Se me van los años.

En mi alma se suceden los días claros y los días nublados. Por primera vez he sentidola mordedura de unas preguntas que, como un ejército en orden de batalla, han asaltado mi pobre alma. ¿No habré sido víctima de una alucinación? Esta aventura en la que estoy metido y comprometido, ¿no será una desventura?

Se vive una sola vez, y el proyecto de mi vida que elegí para esta sola vez, ¿no será una «pasión inútil»?Estas preguntas se las he hecho al Señor con lágrimas. Pero tampoco he obtenido respuesta.

Se me fue para siempre la juventud. Con frecuencia me invade la depresión, algo así como el tedio de la vida. Se fueron para siempre los arrestos juveniles y comienzan a llegar los signos de decadencia. Muchas veces siento una extraña sensación: para no desfallecer intento agarrarme a Dios, pero tengo la impresión de palpar una sombra.

Hoy he podido distinguir claramente el Rostro del Señor. En estas oportunidades siento que me nacen alas y unas ganas enormes de volar tan alto como las águilas. Me siento como un saco de arena, tan cansado de luchar contra la obstinada oscuridad de la fe.

Dije: si esta noche me visitara el Señor para darme un poco de consuelo y fuerza... Pero esta noche tampoco bajó el Señor. Sin embargo, al amanecer, me he abandonado en sus manos, y he sentido una extraña alegría, profunda como nunca.

Han pasado muchos años. Estoy en el ocaso de la vida.No he tenido hijos. Mi sangre no se perpetuará en otras venas. ¿Me habré equivocado? ¿Habrá sido todo estéril? No.

«Sé muy bien de quién me he fiado, y a quién he confiado la custodia del tesoro de mi vida, y estoy seguro de que no quedaré defraudado en el día final» (2 Tim 1,12).
«Con estos mismos ojos habré de ver a mi Salvador» (Job19,26).

Una señal
Son muchas las personas comprometidas a fondo con el Señor a quienes he oído desahogarse con expresiones parecidas a éstas.Tengo en este momento la seguridad de tocar esta piedra y pisar este suelo. Si yo tuviera la misma seguridad enque mi Dios es verdaderamente Dios vivo, sería yo el hombre más feliz del mundo. Si el Silencioso se transformara en voz, siquiera en una voz más leve que la brisa, si el Invisible se transformara en una teofanía siquiera en el instante de un relámpago, si una gratuidad infusa marcara sobre la sustancia de mi alma la cicatriz de Dios siquiera una vez en la vida, yo sería valiente, alegre, fuerte, me metería en todos los combates, asumiría sin quebrarme los golpes de la vida, perdonaría con facilidad, superaría con felicidad las crisis, amaría sin medida.

Si hubiese para mí una «visitación» súbita, marcante e inefablemente consoladora, si por un solo instante el fulgor del Rostro del Señor rasgara como un relámpago la oscuridad de mi noche, habría en mi vida «más alegría que si hubiera abundancia en trigo y en vino» (Sal 4). Pero no hay tregua. En la retaguardia mental del creyente siempre queda silbando un eco de incertidumbre. Una cierta inseguridad parece pertenecer a la naturaleza misma de la fe. El creyente siempre tiene la impresión de correr un riesgo.

De allá precisamente emana la grandeza de la fe. A muchos hombres de la Biblia los sorprendemos frecuentemente dominados por ese clásico desconcierto que causa el silencio de Dios. También ellos se sienten naufragar sobre aguas inseguras y también ellos buscan una señal visible e inequívoca de Aquel con quien tratamos es El Mismo y no un producto mental subjetivo.

«Gedeón dijo a Dios: Si he hallado gracia a tus ojos,dame una señal de que eres tú quien me habla; y no te vayas de aquí hasta que vuelva yo con mi ofrenda y te la presente» (Jue 6,17).

Los derrotados por el silencio
Entre la gran variedad de situaciones producidas por el silencio de Dios, hoy día alcanzo a distinguir tres grupos bien diferenciados, sobre todo entre los hombres y mujeres consagrados completamente a Dios. El primer grupo es el de los derrotados.

Estos abandonaron definitivamente la vida con Dios yse las arreglaron para vivir como si Dios no existiera. Durante largos años se esforzaron por vivir su fe. Despertaban a medianoche, invocaban a Dios y Dios no respondía. Se levantaban por la mañana, clamaban al Señor; y tenían la impresión de que el Interlocutor estaba lejos, o simplemente no estaba. Cada intento de oración acababa en fracaso. Mil veces sintieron ganas de tirarlo todo por la borda. Mil veces reaccionaron contra esa tentación pensando que,después de todo, lo único que daba sentido a la vida era Dios. Nunca se plantearon formalmente para sí mismos elproblema intelectual de la «hipótesis» Dios. Tenían miedo de encontrarse con el sepulcro vacío.

Hoy día se dan por perdidos. Se sienten en una situación contradictoria y singular: por una parte desean que Diossea o fuese una realidad real y viva pero lo «sienten» como muerto. Ante sí mismos no niegan a Dios, menos aún antelos demás.

Les gustaría creer. Pero les faltan fuerzas hastapara levantar la cabeza. Les parece que no hay nada quehacer. Abandonaron la estructura eclesiástica o están en trámites de hacerlo. El síntoma específico de los derrotados es la agresividad en la línea de la típica reacción de todos los frustrados: la violencia compensadora. Se los ve amargados.«Necesitan» destruir. Sólo así consiguen paliar ante sí mismos y ante los demás su propia derrota.

Critican sombríamente y sin tregua el edificio general de la Iglesia: las estructuras, las instituciones, la autoridad, sistemas de formación, doctrina social...No hablan contra Dios. Al contrario, lo silencian sistemáticamente.

Pero, según me parece, hacen una transferencia psicológica. Esto es: cuando atacan tan obsesivamentea la Iglesia, en el fondo lo están haciendo contra Dios, alque consideran como un enemigo inexistente pero alucinante que les aguó la fiesta de la vida. Sú decepción y frustración van, pues, dirigidas, por vía de transferencia, a Dios mismo.

A alguno de éstos he escuchado las declaraciones más sombrías que pueden oírse en este mundo: Ya tengo cerca de cuarenta años; tengo que comenzar a vivir pero no se puede volver a la infancia o a la juventud para comenzar a proyectar y soñar. Se vive una sola vez, y esta sola vez me he equivocado... He despilfarrado los mejores años de la vida y no los puedo recuperar... Al oir éstas y semejantes declaraciones, uno no puede menos de sentir un reverente respeto por tales casos.

Los desconcertados por el silencio
Durante largos años mantuvieron en alto la antorcha.Hubo una sostenida luna de miel en la que Dios era paraellos una fiesta.

Por aquellos años los ideales ondeaban alviento, las renuncias se tornaban en libertades y las privaciones en plenitudes, y ellos sentían que nada les faltabaen este mundo. Fue una época de oro.Pasaron los años y la noche del silencio comenzó a oprimirlos. Las fuerzas de la juventud fueron esfumándose comoen una cuenta regresiva. A estas alturas, el Señor ya no erapara ellos aquella fiesta de antaño. La vida fue envolviéndolos y, como por osmosis, sustrayéndoles el entusiasmo.Durante estos años nunca recibieron una extraordinaria gratuidad infusa de lo alto, una de esas gracias que marca, afirma y confirma en la fe a las almas y las instala en la certeza. La rutina fue invadiendo sus días como una niebla invisible.

Larga, muy larga fue aquella noche del silencio. Apareció la fatiga que comenzó a hacer mella en los peregrinos.Ellos siguieron desfondándose lentamente hasta que se quedaron casi sin ganas de seguir en el camino. Fue (¿cómodecir?) una sensación entre desencanto, impotencia y fracaso, como quien dice: No tengo alas para tan altos vuelos.Pero la palabra más exacta para definir esa situación es ésta: desconcierto.

«Escondiste tu rostro y quedé desconcertado» (Sal 29).Se les murió la ilusión por el Señor y fue sustituidapor la apatía. Abandonaron el esfuerzo por la oración personal, frecuentan algún sacramento más por rutina que por hambre, asisten a alguna oración comunitaria.
El vacío de Dios lo sustituyen con fuertes dosis de compensaciones Para evadirse de la sensación de fracaso se lanzan desordenada e impulsivamente a la actividad llamada apostólica y, dentro de la ley de los equilibrios, a mayor vacío interior, mayor actividad

El síntoma típico de este grupo —además del desencanto— es la nostalgia.
Sin pretender y sin poder evitarlo regresan estos desconcertados a los años del primer amor, años en los que el encanto por el Señor revestía todo de belleza y sentido.
«Recuerdo otros tiempos y desahogo mi alma conmigo: cómo marchaba a la cabeza del grupo hacia la casa de Dios, entre cantos de júbilo y alabanza en el bullicio de la fiesta» (Sal 41).

Aun en medio de las alborotadas actividades les siguey persigue una voz que no consiguen apagar: aquel antiguo reproche del Señor: «Me acuerdo de tu cariño juvenil» (Jer 2,2).Darían todos sus éxitos profesionales actuales por recuperar aquel primer amor, aquel encanto vivo de antaño por el Señor. Lo que más sienten es que perdieron la alegría. Y allá, muy lejos, en alguna región perdida de sí mismos llevan la convicción de que, fuera de Dios, no existe fuente de alegría. Y siempre están dispuestos a reemprender el camino de regreso hacia esa fuente. La mayoría de los desconcertados acaban por recuperar, tarde o temprano, el encanto primitivo.

Los confirmados
Una larga y doliente historia cargan a sus espaldas estos confirmados. Hubo de todo en sus vidas: marchas y contramarchas, crisis, caídas y recaídas. Pero una fidelidad elemental cubrió con un manto las ruinas transitorias. Y «Aquel que siempre calla» fue curtiendo y endureciendo, forjando y confirmando en una madera noble y definitiva a los que se le entregaron en la luz y en la oscuridad. Desde el principio se les dio la gracia de percibir nítidamente que, en la travesía de la vida, Dios y solo Dios podía dar sentido y solidez a su proyecto de existencia. Y por años sin fin, elevaron su clamor ininterrumpido al Señor Dios.

«Por favor, no me escondas tu rostro; no me abandones» (Sal 26).
«No escondas tu rostro a tu siervo» (Sal68; 87; 101).
«Haz brillar tu rostro sobre tu siervo» (Sal 30).
«Caminaré a la luz de tu rostro» (Sal 88).
«Brille tu rostrosobre nosotros y estamos salvados» (Sal 79).

Pero ¿cuál fue la receta secreta que instaló y confirmóa estos creyentes en la fe? Fue un profundo y universal espíritu de abandono. No resistir sino entregarse, ésa fue la clave de su confirmación. También para ellos Dios fue «aquel que calla». Pero nunca se impacientaron, no se irritaron, no se asustaron, nunca exigieron una garantía de credibilidad, una señal que ver, unas muletas para andar.

Sin resistir se entregaron una y otra vez, en silencio, al silencio. Atravesaron largos períodos de aridez y sequedad. No se dejaron abatir por eso. En medio de la más completa oscuridad permanecieron entregados.

Les llegaron golpes inesperados que sacudieron su árbol hasta las raíces. No se agitaron, sin embargo. Se abandonaron en silencio al silencio. Llegaron las crisis. Durante largos períodos el cielo permaneció mudo y el mundo parecía estar gobernado por el absurdo o la fatalidad. No se confundieron por eso ni se desalentaron sino que, atados de pies y manos, se dejaron llevar por la corriente del silencio y de la oscuridad, seguros de navegar en el mar de Dios.

La brújula que orientósu navegación fue la certeza. Igual que Abraham y otros hombres de Dios, estos confirmados comenzaron por quemar las naves, esto es, dejaronde lado las seguridades de retaguardia así como las reglas del sentido común y los cálculos de probabilidad, continuaron por desestimar las explicaciones que no explican y las evidencias que no aquietan y, cruzados los brazos y cerrados los ojos, acabaron por entregarse una y otra vez al Absolutamente Otro, repitiendo perpetuamente el ¡amén

Al estilo de los pobres de Dios se abandonaron sin apoyos, en plena oscuridad, confiados sin condiciones, a su Dios y Padre. Y así, quedaron para siempre confirmados en la certezade la fe.

Fortaleza en el silencio
En los tiempos modernos tenemos un alto exponente deesta fe de abandono: santa Teresa del Niño Jesús. De ella son estas palabras de grandeza patética y casi sobrehumana: «La aridez más absoluta y casi el abandono fueron mi patrimonio. Jesús, como siempre, continuaba dormido en mi navecilla»

Constituye un infinito consuelo para cualquiera de nosotros el pensar que un alma de tan alta calidad haya vivido con semejante paz y sonrisa el abandono de la fe, bajo la bóveda del espeso silencio de Dios. Ese testimonio adquiere una nueva grandeza cuando lo completa con estas otras palabras: «Puede ser que [Jesús dormido] no despierte hasta mi gran retiro de la eternidad. Pero esto, en lugar de entristecerme, me causa un grandísimo consuelo.»

Esta frágil mujer es de la estirpe de Abraham. Como veremos más tarde, algunas almas pasan por el mundo entre los consuelos de Dios. Pero para muchas otras Dios es tortura.
Sólo el abandono —la fe absoluta— transforma la tortura en dulzura.

A esta clase de almas pertenece santa Teresita. Sus declaraciones, unos días antes de morir, nos dejan mudos, y la encumbran por encima de muchos hombres de Dios que en la Biblia pedían un «signo» para tener la seguridad de que Dios es Dios. Nuestra santa rehusa esa «gracia». «No deseo ver a Dios en esta tierra... Prefiero vivi rde fe» (Ultimas conversaciones).

Con palabras sencillas, en una bella comparación nos desentrañará el misterio de la fe:
«Yo me considero como un pajarillo débil recubierto solo de un ligero plumón. No soy águila; sólo tengo de ellas los ojos y el corazón, pero, a pesar de mi extremada pequenez, me atrevo a mirar fijamente al sol divino, al sol del amor, y mi corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila. El pajarillo quisiera volar hacia ese brillante sol que fascina sus ojos...¿Qué será de él? ¿Morirá de pena viéndose tan impotente?
¡Oh, no El pajarillo ni siquiera llega a afligirse. Con un abandono audaz quiere seguir mirando fijamentea su divino sol. Nada sería capaz de asustarle, ni el viento ni la lluvia. Y si oscuras nubes vienen a ocultarle el Astro de Amor, el pajarillo no cambia de sitio; sabe que más allá de las nubes su Sol sigue brillando, que su esplendor no podría eclipsarse ni un solo momento»
(4).

He aquí el misterio final de la fe. Hemos sido estructurados para un Objetivo infinito. Pero la estructura ha sido deteriorada por un desastre que dificulta el objetivo original. Somos apenas un gorrión, pero llevamos corazón de águila. Este es el terrible y contradictorio misterio del hombre: sentirse al mismo tiempo gorrión y águila; tener un corazón de águila y alas de gorrión.

¿Qué hacer? Sé que no puedo volar alto. Tampoco lo intentaré. Ni siquiera agitaré las alas sino que me abandonaré en las alas del viento: el viento es Dios. Lo demás lo hará El. Sé que no soy un gorrión, pero sé también que si, con una gran paz, me abandono en Dios, El puede prestarme unas poderosas alas de águila. ¿Hay algo imposible para El?

Sé que soy un montón de ruinas y desolación; pero sé también que, si me abandono en Dios, El puede transformarme en una mansión deslumbradora. El es Poder y Gracia. Si Dios se envuelve en un manto de silencio o se oculta detrás de las nubes, «con un abandono audaz» lo seguiré mirando aunque nada vea ni nada sienta. Aunque me asalten millares de voces que me hablen de ilusión, yo sé que detrás del silencio está él, seguiré mirándolo obstinadamente y con paz. Y aunque en mi nave Dios se quede «dormido» durante toda mi vida, no importa.
Yo sé que «despertará» en el Gran Día de la Eternidad.

«Tú crees que ahora, al dispersarse las nubes, ha aparecido la luna.
Te equivocas.
La luna brillaba detrás de las nubes durante largas eternidades»
(Refrán oriental).