El pobre de Nazaret : Cap. 6-1

Se estrecha el cerco

Dicen que el agua, cayendo gota a gota, acaba por horadar el granito. La historia ha demostrado que, en los gobiernos tiránicos, ciertas "verdades", por muy inverosímiles que parezcan a primera vista, a fuerza de repetirlas a través de los medios de difusión se transforman en postulados nacionales.

Hay que suponer que ésta fue la táctica llevada a cabo por los doctores y fariseos, residentes en Galilea o procedentes de Judea: socavar el prestigio de Jesús por medio de una propaganda negativa, sistemática y obstinada.

A ellos, que gozaban de un indiscutible ascendiente y autoridad moral ante el pueblo —sobre todo los fariseos—, no les resultó difícil organizar una publicidad difamatoria, haciendo correr de aldea en aldea y de boca en boca ciertas frases y calificaciones que a nosotros nos resultan familiares: transgresor de la ley, blasfemo, corruptor, amigo de publícanos y pecadores. No hay pueblo que resista semejante asedio. No cabe duda de que una letanía de este talante era una artillería pesada para la gente sencilla, que recibe, sin capacidad crítica, cuanto le dicen sus venerables magistrados.

Naturalmente, una propaganda difamatoria de este estilo acaba por formar opinión pública; y era inevitable que el prestigio de Jesús rodara por los suelos, como así sucedió efectivamente. De hecho, vamos a constatar cómo desde ahora desciende, y sensiblemente, la curva de su popularidad, y se da un fenómeno parecido a la deserción de masas: el pueblo se va alejando progresivamente hasta tal punto que Jesús no sabrá qué hacer o cómo continuar su misión.

* * *

El hecho sucedió en una de aquellas aldeas que el Evangelio no especifica. Coincidiendo con el día sábado, entró Jesús en una sinagoga. Allí estaban (¡cómo no!) los de siempre, alerta para sorprender a Jesús en algún delito contra la sana doctrina.

Una vez más, todo parecía estar preparado, y el ardid giraba en torno a la dichosa cuestión del sábado. Allí, ante sus ojos, tenía a un hombre con la mano paralizada. Esta vez fueron ellos los que tomaron la iniciativa, formulando al Maestro una pregunta explícita: ¿Es lícito curar en día sábado? 

Jesús les respondió amablemente: 
—Supongamos que uno de vosotros tiene una sola oveja como única riqueza, y que ella cae en una hondonada serrana, ¿quién de vosotros será capaz de dejarla que se muera allí, en consideración de que es sábado? Todo lo contrario: con gran dificultad, y buscando la ayuda de otras personas si es necesario, desciende hasta el hoyo y rescata a la oveja con sumo cuidado por si estuviera fracturada. Ahora bien, si así se procede con una oveja, ¿qué no se hará con un hijo de Dios

E inmediatamente dijo al enfermo: Extiende tu mano. Y el enfermo extendió su mano completamente restablecida. "Pero los fariseos salieron y se confabularon contra él para ver cómo eliminarlo" (Mt 12,14).

¡Otra vez! 
El cerco se estrechaba. La actitud general de los fariseos tiene todos los visos de una conspiración que se va fraguando paso a paso, pero aceleradamente; y su intención final es, sin duda, el asesinato o ajusticiamiento de Jesús.

* * *

Una de las escenas de más alta tensión que vivió Jesús en la confrontación con sus enemigos está ampliamente descrita en Lucas 11, 14ss, Mateo 12, 22ss, y Marcos 3, 22ss.

Los escribas y doctores habían bajado de Jerusalén (Mc 3,22) para acecharlo cada vez más de cerca, y, al parecer, una vez más todo estaba preparado de antemano: le presentaron a un hombre poseído del demonio y mudo. Ellos, inquisidores oficiales llegados ad hoc desde la Capital, estaban vigilantes y atentos a cada detalle. Jesús expulsó al demonio, y el mudo comenzó a hablar expeditamente.

Hubo dos reacciones: el pueblo, asombrado, se preguntaba: "¿No será éste el Hijo de David?" Los inquisidores, a su vez, dieron, seguros y fríos, su veredicto: es un ministro de Satanás, asociado a sus intereses, y actúa con el dedo de Beelzebul; y algo peor, está poseído del demonio (Mc 3,22; 3,30). Nuevo título para Jesús: ¡un endemoniado!; si Jesús manda a los demonios y éstos le obedecen, es por ser amigo del capitán general de la horda diabólica y actúa en su nombre.

Mayor ultraje no se le podía hacer. Aquello olía a ciudad incendiada. No obstante, colocado Jesús en la cima de la infamia, le nació una inesperada dulzura y se dispuso a responderles no con piedras quemantes, sino con mansedumbre y paciencia. Les explicó amablemente que el reino de Satanás era un reino jerárquico y conexionado, y que si se dividía acabaría en la ruina. ¿Cómo podría yo expulsar a Satanás en nombre de Satanás? Si, pues, yo expulso a los demonios en nombre de Dios, es señal refulgente de que el Reino de Dios ha llegado ya. Y a continuación, sin levantar la voz, Jesús extendió una gran sombra sobre las cabezas de todos ellos.

— Desde el fratricidio de Caín —les dijo— hasta que expire el último mortal, se dirán horrendas blasfemias, se cometerán crímenes repulsivos, sacrilegios, imposturas, infamias...; todo se perdonará sin dificultad. Pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará jamás, será reo de pecado eterno. ¡Ay de los que nunca dudan, ay de los que resisten a la luz de la evidencia, ay de los que no ven porque no quieren ver! Pueden hacer resonar tambores a sus puertas, todo es inútil, sus oídos están taponados. Sus ojos están llenos de niebla, y todo lo que ven es niebla. Jamás conocerán los secretos de la luz ni los misterios de la oscuridad, porque cierran obstinadamente sus ojos a la luz, y, en consecuencia, permanecerán en la noche perpetua.

* * *

¡Un endemoniado! 
Probablemente fue éste el dardo más venenoso que los doctores clavaron en el corazón del Maestro, en el que se abrió una herida ancha y profunda, acaso incurable, por la que a partir de ahora frecuentemente respirará Jesús, comenzando por los episodios siguientes. Tenemos la impresión de que las ilusiones y esperanzas de Jesús por la salvación del Israel jerárquico crujen en esta escena y se quiebran por la mitad. En adelante, todo será diferente.

Entre tantas diatribas como habría de lanzar Jesús, como verdadero profeta que era, contra los intelectuales de la religión, la invectiva más terrible, sombría y desesperanzada fue esta afirmación sobre el pecado contra el Espíritu Santo, que fue dirigida expresamente a los fariseos. Al parecer, Jesús llegó en este día a la convicción de que todo estaba irremediablemente perdido; como si la esperanza hubiera muerto. La obstinación, el orgullo y la contumacia de las autoridades religiosas de Israel, que le estaban arruinando su proyecto de salvación, lo hundieron en una decepción casi definitiva y lo hicieron adoptar un papel de profeta agresivo, para ver si por el temor reaccionaban.

Significativamente, esta larga disertación de Jesús sobre el reino de Satanás y el pecado contra el Espíritu Santo la concluye Marcos poniendo, por segunda vez, en boca de sus enemigos, como un estribillo: "Está endemoniado" (Mc 3,30), prueba de su obcecación.

* * *

Entre los doctores había algunos que no eran tan cerrados; incluso estaban dispuestos a reconocer en Jesús algún grado de profetismo o de misión divina, pero exigían pruebas. No se conformaban o no les satisfacían las actuaciones, aunque extraordinarias, operadas anteriormente por Jesús.

Querían un prodigio espectacular, incuestionable, a ser posible de carácter cósmico: que el sol danzara, que repentinamente atravesara el cielo un cometa de larguísima cola, que en un instante se oscureciera el cielo, o cayera una copiosa nevada en pleno verano..., y todo esto sin preparación previa, en el momento en que ellos dieran la señal. ¡Éste sí que sería un signo que convencería absolutamente a todo el pueblo de Israel y le haría doblar las rodillas! 

Cuando Jesús se enteró de esta pretensión de los intelectuales rabínicos, un viento de repugnancia cruzó de parte a parte su alma. Le pareció una pretensión abyecta, un intento de manipular de una manera rastrera e indigna la grandeza de Dios. 

Sintió asco y tristeza; y Marcos nos entrega este notable texto: "Jesús dio un profundo suspiro, y dijo: ¡Cómo!, esta clase de gente ¿busca una señal? Os aseguro que a esta clase de gente no les daré señal alguna. Los dejó. Se embarcó de nuevo y se fue a la orilla de enfrente" (Mc 8,12-13). La esperanza, estrangulada, ¿había sido ya sepultada? Al parecer, muchas cosas han cambiado, y se ha iniciado otra estrategia en el plan de salvación.

* * *

Aquel día Jesús distinguió entre sus oyentes a un numeroso grupo de doctores y sacerdotes; y, enseñando al pueblo, desplegó ante ellos una parábola que, en realidad, era una alegoría que se refería a la clase dirigente.

—Había una vez —les dijo— un acaudalado terrateniente que plantó en su propiedad una hermosa viña, la rodeó de una cerca de espinos, levantó una torre de defensa, entregó la viña al cuidado de unos labradores y se marchó a tierras lejanas. Al llegar la época de la vendimia, el hacendado envió a unos jornaleros para recoger la cosecha; pero los viñadores los capturaron y los mataron. De nuevo el terrateniente envió a otros servidores con la misma finalidad; pero los labradores, con azadas y piedras, los eliminaron. Finalmente, envió a su propio hijo, pensando: al menos a mi hijo lo respetarán. 

Pero sucedió lo contrario: al ver al hijo del dueño, hicieron el siguiente cálculo: éste es el heredero, acabemos con él y la viña será nuestra. Así que lo sacaron fuera de la viña, lo torturaron, lo destrozaron con sus instrumentos de labranza y lo sepultaron allí mismo.

—Cuando regrese el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?
 —les preguntó—.
 
Ellos le respondieron:
—"A esos miserables les dará una muerte miserable, y arrendará la viña a otros labradores que le paguen los frutos a su tiempo" (Mt 21,33ss).
 
—El propietario es Dios —agregó Jesús—; la viña, el pueblo elegido; los siervos, los profetas; los viñadores asesinos, los judíos contumaces; el hijo, éste que os habla. "Por eso os digo —concluyó—: se les quitará el reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos" (Mt 21,43).
 
El Evangelista acaba la narración con este elocuente apéndice: "Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que se estaba refiriendo a ellos, y trataron de detenerlo, pero tuvieron miedo a la gente, porque le tenían por profeta" (Mt 21,45). Es la primera vez que aparece, no ya un pensamiento de eliminarlo, sino un intento de echar mano de él ahí mismo. ¿Para lincharlo? ¿Para arrastrarlo a un tribunal?

La confrontación había tocado fondo. El odio y el rechazo de la clase dirigente hacia Jesús era total. El Maestro, por su parte, al ver que la buena nueva era palabra vacía y nociva para ellos, ha entrado resueltamente en la fase de la denuncia profética. Era una situación irreversible. Jesús comienza a vislumbrar un trágico final.

Una vez que se ausentaron los doctores y sacerdotes, Jesús dirigió la palabra a la multitud, cada vez más mermada, y en especial a sus discípulos, diciéndoles:
—Id con cuidado, la cátedra de Moisés ha sido ocupada por los intelectuales. Cumplid sus enseñanzas, pero no imitéis sus ejemplos, porque ellos no practican lo que enseñan. Echan sobre los hombros de los demás cargas insoportables, pero ellos no las tocan ni con la punta del dedo. Una sola cosa les interesa: ser vistos. Ahí los veréis con las filacterias bien anchas, atadas a su frente o colgadas del brazo, y grandes borlas amarradas a las puntas del manto. Y es cosa que causa risa, por lo ridículo, verlos peleándose por ocupar los primeros puestos en los banquetes y adueñarse de los lugares más relevantes en la sinagoga, y por colocarse bien erguidos en el centro de las plazas para recibir el saludo de las gentes y el título de "rabí".

Vosotros —concluyó— no seáis así: el que quiera ser el más importante, póngase a lavar los pies de los huéspedes y a servirles a la mesa. El que busca encumbrarse sobre el pedestal será bajado, y el que se abaja será encumbrado (Mt 23,1-12).
¡Ay de vosotros!

Por este tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer en su casa. ¿Era uno de aquellos pocos que miraban con simpatía a Jesús, o le ofrecía una ocasión para tenderle una celada? Por los otros comensales que también habían sido invitados pensaríamos que la intención secreta de la invitación era, por lo que después sucedió, complicarlo con enredos e insidias.

En todo caso, Jesús aceptó la invitación, aun a sabiendas de que se metía en un nido de víboras. Como de costumbre, no movió un dedo para agradar y quedar bien ante el anfitrión y los comensales; muy por el contrario, con un cierto aire de desafío entró en la sala del banquete, se dirigió directamente al diván y se sentó, pasando por alto las leyes de los lavatorios rituales, sagradas para los fariseos.

 El fariseo anfitrión, sintiéndose desairado, comenzó a comentar con los otros invitados, sin duda fariseos también, diciendo:
—Acaba de llegar del polvo del camino y del contacto con el pueblo sucio de los pobres; necesitaba más que nadie de una completa ablución. Es un rústico que no tiene ninguna delicadeza, ni para con Dios ni para con los hombres.

Jesús acusó el golpe. En otros tiempos habría respondido en un tono moderado y habría dado una explicación razonable. Pero había caducado esa era. La experiencia le había enseñado que esa clase de gente confunde la bondad con debilidad y que cualquier intento por la vía de la bondad estaba inevitablemente destinado al fracaso. No obstante, empuñar el látigo y asumir el estilo y métodos del profetismo agresivo violentaba las fibras más típicas de su personalidad.

Así y todo, la borrascosa escena en que había sido calificado como compañero y ministro de Beelzebul le había hecho entrar decididamente en la estrategia del choque frontal y violento, como último recurso para la lejana esperanza de que también la jerarquía religiosa entrara en la órbita de la salvación. Y, en una circunstancia tan inoportuna como un banquete, resolvió aprovechar la ocasión para descargar terribles mazazos y provocar así la crisis total.

— ¡Ay de vosotros —les dijo—, escribas y fariseos farsantes, que andáis obsesionados y os ponéis quisquillosos por el brillo de los platos y copas, mientras el interior de vosotros está lleno de inmundicia. Si un día Dios desgarrara vuestro corazón, saldrían de él serpientes y escorpiones. Pagáis meticulosamente el diezmo de las hortalizas más insignificantes, al tiempo que pisoteáis sin ningún escrúpulo la misericordia y el amor. Por las calles de vuestra ciudad sigue corriendo la sangre de los profetas, mientras les levantáis mausoleos de mármol. Con los huesos de los muertos habéis codificado las leyes; y por eso no hay vida, sino muerte en vuestras cátedras; vuestras palabras son hojas dispersadas por el viento otoñal, y vuestras fortalezas serán heridas por el rayo, y pronto no habrá sino escombro y cenizas!

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a esos monumentos funerarios hechos de mármol y otros materiales preciosos, cuyo esplendor deslumbra a los espectadores, pero adentro no hay más que descomposición, hediondez y carroña. A los ojos del pueblo son monumentos vistosos de formalismo, pero en su interior no hay sino estrechez, fanatismo y contumacia. Las columnas orgullosas cederán y toda la estructura se resquebrajará. Vosotros miráis al cielo en espera de un halcón o de un rayo; nosotros esperamos una blanca nube; por eso, vuestro cielo, como el del Sinaí, está teñido de un rojo escarlata, pero el nuestro es azul!

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos fanáticos, que recorréis el cielo, el mar y el aire en busca de un prosélito, y cuando lo habéis atrapado lo abrumáis con vuestras casuísticas rabínicas y lo convertís en un candidato ideal para la geenna. El viento dispersará vuestros fuegos artificiales por los campos inertes y no quedarán en pie más que las máscaras que cubren vuestros rostros vacíos! ¿Qué gracia tiene danzar ante un tullido o consolarse pensando en los pecados de los demás? Donde hay espíritu no hay explicaciones, sino melodías; en lugar de tantas explicaciones, sería mejor tomar el laúd entre las manos. ¿Qué vientos queréis atrapar con tantas redes? Será mejor que dejéis libre al viento, para que mañana despertéis con un corazón alado.


Asistían también al banquete —suponemos que las invectivas sustituyeron a las viandas y que el festín fue rápidamente abortado y transformado en una turbulenta borrasca— doctores de la ley, que replicaron:
Maestro, con tantos ataques también a nosotros nos hieres y ofendes.
— ¡Ay de vosotros —
respondió Jesús—, doctores de la ley, que creéis tener entre manos el monopolio del espíritu de Moisés y creéis retener bien guardadas todas las llaves del castillo. En verdad os digo que vuestras llaves están oxidadas y llenas de herrumbre y no pueden abrir ninguna puerta de las moradas interiores, donde ni vosotros mismos entráis ni dejáis entrar a otros! ¡Hijos de serpientes y raza de víboras!, ¿cómo será posible sustraeros a las garras de la reprobación? Dice el Señor: Os enviaré mensajeros y profetas; pero a unos los trozaréis, a otros los crucificaréis, a otros los encerraréis en las sinagogas para azotarlos cruelmente; y a unos y a otros los corretearéis con piedras en las manos, de ciudad en ciudad. Y así, sobre vuestras cabezas caerá la sangre de todos los justos, derramada desde el principio del mundo.

* * *

Estas invectivas de Jesús, que suponemos habrían estado salpicadas de réplicas por parte de los asistentes, produjeron, como era de prever, una extremada efervescencia de cólera: "Y cuando salió (Jesús) de allí, comenzaron los escribas y fariseos a acosarle implacablemente y hacerle hablar de muchas cosas, buscando con insidias cazar alguna palabra de su boca" (Lc 11,53-54).