El infierno

Penitencia
El más allá
98,1 - 106,2


98.- EL QUE PECA MORTALMENTE Y MUERE SIN ARREPENTIRSE DE SUS PECADOS MORTALES SE VA AL INFIERNO.

98,1. Vive siempre como quien ha de morir , pues es certísimo que, antes o después, todos moriremos.

En la puerta de entrada al cementerio de El Puerto de Santa María se lee: «Hodie mihi, cras tibi» que significa: «Hoy me ha tocado a mí, mañana te tocará a ti». Esto es evidente. Aunque no sabemos cómo, ni cuándo, ni dónde; pero quien se equivoca en este trance no podrá rectificar en toda la eternidad. Por eso tiene tanta importancia el morir en gracia de Dios. Y como la vida, así será la muerte: vida mala, muerte mala; vida buena, muerte buena. Aunque a veces se dan conversiones a última hora, éstas son pocas; y no siempre ofrecen garantías. Lo normal es que cada cual muera conforme ha vivido .


Es impresionante la muerte de Voltaire (Francisco M Arouet). Murió la noche del 30 al 31 de mayo de 1778, a los ochenta y cuatro años de edad. Fue un hombre impío y blasfemo. En la hora de la muerte pidió un sacerdote, pero sus amigos se lo impidieron. Murió con horribles manifestaciones de desesperación, bebiéndose sus propios excrementos, como cuenta la marquesa de Villate, en cuya casa murió (962).


Con la muerte termina para el hombre el estado de viajero, y se llega al término que permanecerá inmutable por toda la eternidad. Más allá de la muerte no hay posibilidad de cambiar el destino que el hombre mereció al morir. Después de la muerte nadie puede merecer o desmerecer. Ha terminado para el alma el estado de vía y ha entrado para siempre en el estado de término .

Hay personas que se acomodan en esta vida como si ésta fuera para siempre y definitiva . Esto es una equivocación. Debemos vivir en esta vida orientados a la otra, a la eterna, que es realmente la definitiva. Por lo tanto debemos aprovechar esta vida lo más posible para hacer el bien.

En la muerte se separa el alma del cuerpo . El cuerpo va a la sepultura y allí se convierte en polvo.
El alma, en cambio, constitutivo esencial de la persona, sigue viviendo.


En el mismo instante de la muerte Dios nos juzga . Esto es dogma de fe (963). Inmediatamente después de la muerte los que mueren en pecado mortal actual se van al infierno; y al cielo -después de sufrir la purificación, los que la necesiten- las almas de todos los santos .

Dice San Pablo: «Cada cual dará a Dios cuenta de sí» (964) «Dios dará a cada uno según sus obras» (965).

Si hemos muerto en paz con Dios, sin pecado mortal, el alma es destinada a ser eternamente feliz en el cielo; pero si hemos muerto en pecado mortal, es destinada a ser eternamente desgraciada en el infierno.

Dice San Juan : «Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida; y los que hayan hecho el mal, para la condenación» (966).

El hombre materialista es vencido por la muerte. Sólo Dios nos da la vida eterna. La fe y la fidelidad a Dios es el supremo modo de vivir en esta vida, y de esperar con ilusión la eternidad.

99.- EL INFIERNO ES EL TORMENTO ETERNO DE LOS QUE MUEREN SIN ARREPENTIRSE DE SUS PECADOS MORTALES.


99,1. El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. La existencia del infierno eterno es dogma de fe. Está definido en el Concilio IV de Letrán (967). Siguiendo las enseñanzas de Cristo , la Iglesia advierte a los fieles de la triste y lamentable realidad de la muerte eterna, llamada también infierno .

«Dios quiere que todos los hombres se salven» (968).

Pero el hombre puede decir no al plan salvador de Dios, y elegir el infierno viviendo de espaldas a Él. El pecado es obra del hombre, y el infierno es fruto del pecado. El infierno es la consecuencia de que un pecador ha muerto sin pedir perdón de sus pecados . Lo mismo que el suspenso de una asignatura es la consecuencia de que el estudiante no sabe.

Jesucristo habla en el Evangelio quince veces del infierno, y catorce veces dice que en el infierno hay fuego . Y en el Nuevo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego. Aunque este fuego es de características distintas del de la Tierra, pues atormenta los espíritus , Jesucristo no ha encontrado otra palabra que exprese mejor ese tormento del infierno, y por eso la repite. La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe dijo, el 17 de mayo de 1979, que «aunque la palabra "fuego" es sólo una "imagen", debe ser tratada con todo respeto».

En el infierno hay otro tormento que es el más terrible de todas las penas del infierno . Según San Juan Crisóstomo, es mil veces peor que el fuego (969).

San Agustín dice que no conocemos un tormento que se le pueda comparar (970).


Los teólogos lo llaman pena de daño . Es una angustia terrible, una especie de desesperación suprema que tortura al condenado, al ver que por su culpa perdió el cielo, no gozará de Dios y se ha condenado para siempre. La Biblia pone en boca del condenado un grito terrible: «Me he equivocado» (971).

Ahora, como no entendemos bien ni el cielo ni el infierno, no comprendemos esta pena, pero entonces veremos todo su horror .

No hay que confundir «el infierno» con «los infiernos» a los que fue Cristo después de morir.

Rezamos en el credo de los Apóstoles: «Descendió a los infiernos».

Aquí «los infiernos» se refiere al «lugar de los muertos», como se dice en el Canon IV de la Misa. Era el «Sheol» para los judíos. Allí fue Cristo a anunciarles la Redención. A la morada de los muertos también la llamamos «el limbo de los justos» (972).

Los Testigos de Jehová niegan la existencia del infierno basados en que Cristo , a veces, empleó la palabra «sheol» que significa tumba.

Pero la palabra «sheol» significa infierno en el sentido teológico, pues si las almas de los justos son librados por Dios del «sheol», éste no podemos considerarlo como domicilio común de todos los muertos . Pero la doctrina católica sobre la existencia del infierno no se basa en palabras metafóricas que Cristo pudo emplear en alguna ocasión, sino en la doctrina que desarrolló repetidas veces en sus enseñanzas, tal como se contiene en el Evangelio.

99,2. El infierno es la negación del amor y el fracaso de nuestra libertad . El infierno es la condenación eterna. Es el fracaso definitivo del hombre. Aquel que, con plena conciencia de lo que hace, rechaza la palabra de Cristo y la salvación que le ofrece; o quien , luego de aceptarla, se comporta obstinadamente en contra de su ley; o aquel que vive en oposición con su conciencia: éstos tales no llegarán a su destino de bienaventuranza y quedarán, por desgracia suya, alejados de Dios para siempre .
Puede ser interesante mi vídeo «El infierno: fracaso definitivo».



A algunos, que no han estudiado a fondo la Religión, les parece que siendo Dios misericordioso no va a mandarnos a un castigo eterno . Sin embargo, que el infierno es eterno es dogma de fe (973).

Pero hemos de tener en cuenta que Dios no nos manda al infierno; somos nosotros los que libremente lo elegimos. Él ve con pena que nosotros le rechazamos a Él por el pecado; pero nos ha hecho libres y no quiere privarnos de la libertad que es consecuencia de la inteligencia que nos ha dado. Jesucristo nos enseñó clarísimamente la gran misericordia de Dios. Pero también nos dice que el infierno es eterno. Cristo afirmó la existencia de una pena eterna, entre otras veces, cuando habló del juicio final: «Dirá a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo» (974).

Y después añade que los malos «irán al suplicio eterno y los justos a la vida eterna» (975).

Es dogma de fe que existe un infierno eterno para los pecadores que mueran sin arrepentirse.

Aunque Dios es misericordioso, también es justo. Dice la Sagrada Escritura: «Tan grande como ha sido mi misericordia, será también mi justicia» (976).

Y su misericordia no puede oponerse a su justicia.


Como es misericordioso, perdona siempre al que se arrepiente de su pecado; pero como es justo, no puede perdonar al que no se arrepiente.

La justicia exige reparación del orden violado. Por lo tanto, el que libre y voluntariamente pecó y muere sin arrepentirse de su pecado, merece un castigo. Y este castigo ha de durar mientras no se repare la falta por el arrepentimiento; pues las faltas morales no se pueden reparar sin arrepentimiento. Sería una monstruosidad perdonar al que no quiere arrepentirse.

Dice Santo Tomás que Dios no puede perdonar al pecador sin que éste se arrepienta previamente (977).

Ahora bien, como la muerte pone fin a la vida, el arrepentimiento se hace ya imposible , porque después de la muerte ya no habrá posibilidad de arrepentirse (978).
Después de la muerte no se puede merecer nada: con la muerte se acaba el tiempo de merecer (979).

La falta del pecador que murió sin arrepentirse queda irreparada para siempre, luego para siempre ha de durar también el castigo .


En el infierno no es posible el arrepentimiento, lo mismo que en el cielo no es posible pecar . Los bienaventurados del cielo se sienten tan atraídos por el amor de Dios, que el atractivo del pecado les deja indiferentes .

Dios es infinitamente justo y no puede quedar indiferente ante las maldades que se hacen en este mundo. Cómo van a estar lo mismo en la otra vida, el asesino, el ladrón, el egoísta y el vicioso, que el honrado y caritativo con todo el mundo» Evidentemente tiene que haber un castigo para tanta injusticia, tanto crimen y tanta maldad como queda en este mundo sin castigo. El temor al infierno no es el mejor motivo para servir a Dios. Es mucho mejor servirle por amor, como a un Padre nuestro que es. Pero somos tan miserables que a veces no nos bastará el amor de Dios, y conviene que tengamos en cuenta el castigo eterno, porque es una realidad. Cristo nos lo avisa para que nos libremos de él.

Se oye decir de labios irresponsables: Hoy a la juventud no le interesa la religión del miedo o de las seguridades . Depende: tener miedo a cosas irreales es de idiotas; pero cerrar los ojos a los peligros reales es de imbéciles. Lo mismo: buscar seguridades ficticias es de idiotas; pero despreciar seguridades reales y preferir inseguridades, es de imbéciles.

El concepto de eternidad se opone al concepto de tiempo, que supone un antes y un después. La eternidad supone una duración ilimitada, una permanencia interminable . Una imagen que puede ayudar a entender la eternidad es un reloj pintado a las nueve en punto. Por mucho que esperemos, nunca señalará las nueve y cinco.


99,3. Debemos pedir a Dios muy a menudo que nos proteja en las necesidades de la vida. Dios tiene en su mano todos los acontecimientos de la vida y los gobierna con amorosa Providencia.

Dios está siempre presente en nuestras vidas. Nos ayuda y protege continuamente. Pero muchas personas sólo se acuerdan de Él cuando lo necesitan. Lo mismo pasa con el aire, que sólo nos acordamos de él cuando nos falta para respirar.

Sabemos que Dios es bueno y cuida de nosotros; aunque a veces no entendamos su Providencia.

Fiémonos de Él que está arriba y ve más. El que está en la cumbre señala mejor el camino de la subida que el que está abajo, que no ve que el camino que él cree mejor está cortado por un precipicio tras una peñas. El buen padre de familia quita a su hijo de botones para que aprenda un oficio. De momento deja de ganar unas pesetas; pero de botones sólo aprende a llevar cartas y a cerrar puertas, y cuando, por la edad, tenga que dejar el oficio, será un hombre inútil. Aprender un oficio es a la larga mucho mejor. Dios nos guía como un padre de familia a sus hijos.


El infierno existe, no porque lo quiera Dios, que no lo quiere; sino porque el hombre libre puede optar contra Dios. No es necesario que sea una acción explícita. Se puede negar a Dios implícitamente, con las obras de la vida. Si negamos la posibilidad del hombre para pecar, suprimimos la libertad del hombre. Si el hombre no es libre para decir NO a Dios, tampoco lo sería para decirle SI. La posibilidad de optar por Dios incluye la posibilidad de rechazarlo .

El gran misterio del infierno es que aunque Dios desea la salvación de todos los hombres, nosotros somos capaces de condenarnos. Dios nos ha creado libres y quiere que nos comportemos como tales. Negar la posibilidad de condenarnos es negar la libertad del hombre. Es anular al hombre. Afirmar que existe el infierno es tomar en serio la libertad del hombre. Dios ofrece la salvación, no la impone. El infierno es el respeto de Dios por tu última voluntad. Si tú libremente elegiste el pecado, mientras no te retractes, Dios te respeta. Y como con la muerte se acaba tu libertad, no cambiarás eternamente.