Muéstrame tu rostro Cap. 4-1: Adorar y contemplar


•Cierra los ojos y verás. Haz silencio y escucharás.*
Refrán oriental

«La noche sosegada,la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora...»
FRAY JUAN DE LA CRUZ

«Atención: estoy a la puerta y llamo.
Si alguien oye mi voz y abre la puerta,bentraré,y cenaré con él, y él conmigo.»

Apocalipsis 3,20

«Año de gracia, 1654,lunes 23 de noviembre, día de san Clemente.
Desde las diez y media de la noche aproximadamente
hasta las doce y media, más o menos, de medianoche,
¡el fuego Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob,
no de los filósofos y sabios.
Certidumbre, alegría,certidumbre, sentimiento, alegría,paz.»

PASCAL

Un mediodía ardiente, Jesús, cubierto de polvo y sol,atravesaba la provincia de Samaría por la agreste gargantaque se abre entre los montes Ebal y Garizim. Sobre la cumbre de este último, los cismáticos de Israel que eran los samaritanos, habían erigido un templo relativamente modesto, como réplica y desafío al templo de Jerusalén, y en torno a este monte se desarrolla la vida religiosa de los samaritanos.

La rivalidad entre los judíos y los samaritanos se remontaba a los lejanos días del retorno desde la cautividad de Babilonia. Al salir de la garganta, entró Jesús en el valle que se extiende desde Siquem hasta Naplus. A la entrada del valle se levantaba Sicar, ciudad adornada de leyendas que se remontaban a los días de Jacob. Cerca de la ciudad había un pozo manantial de unos 30 metros de profundidad.

Jesús, cansado, se sentó sin más junto al pozo. Era mediodía. Y sucedió una escena extraña. Con un cántaro a la cabeza, llegó desde la ciudad una mujer con mucha vida y largas historias en su haber. Jesús le pidió agua para aliviar su sed. Ella halló extraña esta petición. Rápidamente, sin embargo, entraron los dos en una conversación de alto vuelo. Y, a cierta altura de la conversación, sonó por primera vez, en este entorno tan singular, una palabra con gran peso de eternidad: adorar.

Entre digresiones y desviaciones del tema general, Jesús vino a decir: Mujer, vosotros los samaritanos decís que es en la cumbre de Garizim donde se debe adorar al Padre. Los judíos, por el contrario, replican diciendo que es el templo de Salomón el lugar de la adoración. Yo, a mi vez, te digo: ni aquí ni allí. En otro «templo», hija mía. Mira: Dios es espíritu; tú no eres espíritu pero tienes espíritu por haber sido plasmada a imagen y semejanza de Dios; eres portadora de un aliento divino e inmortal. Ahora bien, si Dios es espíritu y tú tienes espíritu, es el espíritu el verdadero «lugar» del encuentro con el Padre. Los verdaderos adoradores, de ahora en adelante, deben adorarlo «más allá» de los ritos, templos, ceremonias y palabras: lo harán en espíritu y verdad. Son éstos los adoradores que el Padre necesita y desea (Jn 4,1-27).

Hacia el interior
Un poema oriental dice así: «Dije al almendro: hermano, habíame de Dios. Y el almendro floreció.» Sin embargo, el Rostro no florecerá tan fácilmente. Ese Rostro bendito está cubierto de densas neblinas, siempre lejos, allá en el mar del tiempo. Necesitamos hacernos a la vela y remar sin tregua entre las hostiles olas de la dispersión, distracciones y sequedades; avanzar siempre mar adentro del silencio con la ayuda de métodos psicológicos, para dar alcance al Centro que concentrará y aquietará todas las expectativas del corazón.

Los vestigios de la creación, las reflexiones comunitarias y las oraciones vocales pueden hacernos presente al Señor, pero de manera refleja y difuminada. La fuente viva y profunda está lejos. Uno puede apagar la sed en las aguas frescas del torrente, pero el origen de esas aguas está allá arriba, en el glaciar de eternas nieves. El alma, cuanto más experimenta a Dios, suspira por la Fuente misma, por el Glaciar.

«No quieras enviarme de hoy ya más mensajero,que no saben decirme lo que quiero.» Como se ve no hay cosa que pueda curar su dolencia sino la presencia y vista de su Amado, desconfiada de cualquier otro remedio, pídele en esta canción le entregue posesión de su presencia.

Más allá de los vestigios, dones y gracias, el alma busca, pretende no el agua sino el Manantial mismo. Busca esa quieta, identificante e inefable relación yo-Tú.
Busca —¿cómo decirlo?— esa comunicación profunda de presencia a Presencia, esa inter-acción e inter-relación de conciencia a Conciencia.

Pero, una vez más, a través de sombras, Dios comienza a manifestarse al alma, pero lo hace como cuando el solse derrama a través de una espesa arboleda en un bosque muy tupido. Es el sol pero no es el sol: son partecitas de sol derramado a través de la espesura.
«Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados» (2). Este es, con otras palabras, el ardiente anhelo expresado innumerables veces por los hombres de Dios en la Biblia, y que da título a este libro: Muéstrame tu rostro.

El rostro de Dios es una expresión bíblica para significar la presencia viviente de Dios; y esa presencia se engrosa,se condensa cuando la fe y el amor hacen que las relaciones del alma con Dios sean más profundas e íntimas. El alma tiene que entender muy bien que esa presencia es siempre oscura, pero permaneciendo oscura se hace másviva. Quiero decir que cuando la fe y el amor se intensifican, entonces los rasgos de Dios se perciben no más claros, sino más vivos. La claridad no se refiere a las formas, que Dios no las tiene, sino a la densidad y seguridad de su presencia.

Puedo estar en una oscura noche «con» una persona; aunque no nos veamos, aunque no nos toquemos y estemos en completo silencio mirando las estrellas, puedo «sentir» vivamente su presencia, «sé» que está ahí.

Cuando el alma intenta entrar en la comunicación con el Señor, lo primero que tiene que hacer es vivificar la presencia del Señor, después de dominar y recoger las facultades.
El alma ha de tener muy claro que Dios está objetivamente presente en su ser entero al que comunica la existencia y la consistencia.
Habrá que recordar que Dios nos sostiene. No es elcaso de la madre que lleva a la criatura en sus entrañas,sino que, en nuestro caso, Dios nos penetra, envuelve y sostiene.
Está más allá y más acá del tiempo y del espacio. Está en torno mío y dentro de mí, y con su presencia activa alcanza las más lejanas y profundas zonas de mi intimidad. Dios es el alma de mi alma, la vida de mi vida, larealidad total y totalizante dentro de la cual estamos sumergidos; con su fuerza vivificante penetra todo cuanto tenemos y cuanto somos.
En un poema intentaré decir todo esto.

No estás. No se ve tu rostro.
Estás.
Tus rayos se disparan en mil direcciones.Eres la Presencia Escondida.
¡Oh Presencia siempre oscura y siempre clara
¡Oh Misterio Fascinante al cual convergen todas las aspiraciones
¡Oh Vino Embriagador que satisfaces todos los deseos
¡Oh Infinito Insondable que aquietas todas las quimeras
Eres el Más Allá de todo y el Más Acá de todo.

Estás sustancialmente presente en mi ser entero.
Tú me comunicas la existencia y la consistencia.

Eres la esencia de mi existencia.
Me penetras, me envuelves, me amas.
Estás en torno de mí y dentro de mí.

Con tu Presencia activa alcanzas
hasta las más remotas y profundas zonas de mi intimidad.

Eres el Alma de mi alma, la Vida de mi vida,
más «Yo» que yo mismo,
la realidad total y totalizante
dentro de la cual estoy sumergido.

Con tu fuerza vivificante penetras todo cuanto soy y tengo.

Tómame todo entero, oh Todo de mi todo,
y haz de mí una viva transparencia de tu Ser y de tu Amor.


A pesar de tan estrecha vinculación, no hay simbiosis ni identidad, sino una presencia activa, creadora y vivificante.

Esta realidad última del hombre la expresa el salmista con una incomprensible expresión poética: «Todas nuestras fuentes están en ti» (Sal 86). La recitación pausada de algunos salmos, al comienzo de la oración, puede servir para hacer «presente» al Señor. Es necesario avanzar hacia el interior porque sólo el hombre interior percibe a Dios. «La sabiduría de esta contemplación es el lenguaje de Dios al alma, de puro espíritu a espíritu puro. Todo lo que es secreto y no lo saben ni pueden decir, ni tienen gana porque no lo ven».

Las personas que se mueven en el mundo de los sentidos y dominadas por ellos, no serán capaces de la experiencia religiosa, al menos mientras estén bajo ese dominio. El doctor místico distingue como una periferia del alma, que él imagina como unos arrabales bulliciosos; serían los sentidos y la fantasía, un mundo que con su agitación impide observar los pasajes más interiores.
Y avanzando más adentro, el santo distingue la región del espíritu que es una «profundísima y anchísima soledad..., inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin»

Es lo que llamamos el alma, una región fronteriza entre el hombre y Dios, quiero decir, es simultáneamente realidad humana y teatro de la acción divina, un universo realísimo como la pared que tocamos, pero cuya percepción a la generalidad de los hombres nos escapa completamente porque vivimos en la periferia; los hombres interiores lo distinguen y perciben nítidamente aunque también ellos andan apretados para traducirlo en palabras.

«El centro del alma es Dios, al cual cuando el alma hubiere llegado según toda la capacidad de su ser, y según la fuerza de su operación e inclinación, habrá llegadoal último y más profundo centro suyo en Dios, que será cuando con todas sus fuerzas entienda y ame y goce a Dios...»

Cómo el alma sea la región fronteriza entre Dios y el hombre, el santo lo explica de la forma siguiente: viene a decir que la profundidad del alma es proporcional a la profundidad del amor.

El amor es el peso que inclina la balanza hacia Dios porque mediante el amor se une el alma con Dios, y cuantos más grados de amor tuviere, tanto más profundamente el alma se concentra con Dios. Para que el alma esté en su centro (que es Dios) basta que tenga un grado de amor.

Y cuantos más grados de amor tuviere el hombre, en esa misma proporción va centrándose y concentrándose en Dios, tantos círculos adentro.
Y si llega hasta el último grado de amor divino, se habría abierto el último y más profundo centro del alma. Puede ocurrir, pues, que se vayan cavando sucesivas profundidades en la sustancia del alma.

Y en cada profundidad, el rostro de Dios brilla más, su presencia es más patente, el sello transformante más hondo y el gozo más intenso. Entiéndase bien: necesariamente tengo que hablar en figuras, quiero decir percibir, distinguir.

El alma (así como también Dios) es inalterable.
En la medida en que se va viviendo la fe, el amor y la interioridad, se distinguen nuevas zonas. Esta grandiosa realidad la simboliza santa Teresa con las diversas moradas de un castillo, como dependencias cada vez más interiores. Por eso dice Jesús: «Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,13).

Y a mayor amor, una morada más interior y entrañable.
En esas regiones profundas de sí mismo es donde el alma experimentará la presencia activa y transformadora de Dios


1. El encuentro
La oración de intercesión, también la de alabanza, se hallan pobladas de gentes: roguemos por los enfermos, los misioneros, por el santo Padre... En la adoración desaparece todo el mundo y quedamos solos El y yo. Y si no conseguimos quedarnos a solas El y yo, no hay encuentro verdadero. Podría estar yo en una asamblea orante, entre cinco mil personas donde todas oran y aclaman. Si yo, en mi última instancia y estancia, no quedo a solas con mi Dios, como si nadie respirara en el mundo, no habrá encuentro real con el Señor.

Comencemos diciendo por adelantado que todo encuentro es intimidad, y toda intimidad es recinto cerrado. Todo lo decisivo es solitario. Las grandes decisiones se toman asolas: se muere solo, se sufre solo; el peso de una responsabilidad es el peso de una soledad, el encuentro con el Señor se consuma a solas, aun en la oración comunitaria. El encuentro es, pues, la convergencia de dos «soledades».

He aquí el gran desafío para lograr el encuentro de adoración: de qué manera llegar, a través del silencio, a mi soledad y a la «soledad» de Dios. Y a fin de conseguir esto, qué hacer para acallar (aislarme, desligarme) los clamores de fuera, los nerviosismos, las tensiones y toda la turbulencia interior hasta percibir, en pleno silencio, mi propio misterio. Y en segundo lugar, de qué manera sobrepasar el bosque de imágenes, conceptos y evocaciones sobre Dios y quedarme con el mismísimo Dios, con el Misterio,en la pureza total de la fe.

Más allá de la evocación
Al caer la tarde escuchamos una música evocadora. Esta melodía, arropada con ese colorido orquestal, en este momento de fe, no sé por qué misteriosos resortes, despierta en mí vivamente a mi Dios. Pero si yo, centrada toda mi atención, consigo «quedarme con» el mismísimo Señor, seesfuma la música, aunque ella siga sonando. El Señor Dios está más allá de la evocación. Mejor, al conectarme con elEvocado, desaparece la evocación. ¿Cómo ligarme con la «soledad» pura de mi Dios?

En este amanecer nos sumergimos en el corazón de lanaturaleza. Este conjunto de color, formas y tonalidad, estaembriagadora variedad de armonía y vida despierta en mí, no sé por qué inefable encanto, la presencia vibrante y amante de mi Dios y mi Padre. Pero si yo, concentrando las energías dispersas, y en la fe pura, establezco con mi Dios una ligadura atencional quedándome a solas con él, ya desaparecieron las montañas, las flores y los ríos aunque sigan brillando al sol. Dios está «más allá», lo que no quiere decir que esté distante sino que El mismo es algo distinto de la imagen con que lo revestimos. Al aparecer el Evocado, desaparece la evocación.

En esta noche serena salimos al descampado. Contemplamos largo rato, en silencio, esa bóveda profunda, y decimos: Ese firmamento estrellado, más allá de los años-luz y de las distancias siderales, evoca para mí el misterio palpitante de mi Dios, eterno e infinito. Pero si, en la fe pura, entro en una corriente de comunicación personal con el mismísimo Eterno, se esfuman las estrellas como por arte de magia. He aquí el problema: ¿Cómo llegar a la «soledad» de Dios y quedarnos con El mismo en la simple y total presencia? ¿Cómo establecer la sintonía de misterio a Misterio?

Debido a su naturaleza trascendente y a nuestros procesos cognoscitivos, revestimos a Dios con imágenes y formas conceptuales. Pero El mismo, repetimos, es distinto de nuestras representaciones sobre él. Para adorarlo en espíritu y verdad, tenemos que despojar al Señor de todos esos ropajes que, si bien no son falsos, al menos son imperfectos o ambiguos. Tenemos que «silenciar» a Dios.

Bueno será apoyarse en la creación para orar, y para algunos puede ser la manera más eficaz de adoración. Buena cosa será asistir a aulas de teología donde el misterio de Dios es transmitido en conceptos. Pero los profetas provienen de los desiertos, allá donde sobre la plataforma inapelable de la monotonía emerge el Señor en su «soledad», en su Sustancia ineludible, en su Persona inalienable. En el jardín o en el campo mil reflejos distraen, los sentidos se entretienen y el alma se conforma con destellos de Dios que danzan entre las criaturas; pero en el desierto, en la fe pura y en la naturaleza desnuda, Dios refulge con la luz absoluta.

No queremos decir con esto que, para adorar, debamos buscar las arenas ardientes de un desierto. Hablamos en figura. Necesitamos, sí, ciertos elementos de lo que significa «desierto»: la desnudez en la fe, el silencio y la soledad. Y esto, si no todos los días, al menos para los encuentros de los tiempos fuertes. Dios es «solo», el hombre es «solo». Avancemos hacia la convergencia de esas dos «soledades».

Ultima estancia
Sentirse solo es como sentirse solitario. Algo negativo. Pero percibirse solo es tomar conciencia de que, como yo, no hay ni habrá otro en el mundo: sólo yo y sólo una vez.

¡Mi misterio Algo inefable, singular, inédito. Por el silenciamiento de los clamores exteriores, y sobre todo de los interiores, se llega a la percepción de la propia soledad (interioridad, identidad). Lo que impide, pues, la percepción (posesión) de mi propia identidad es la dispersión interior en que la persona es disociada en recuerdos, sensaciones, proyectos, preocupaciones que la disgregan de tal manera, que acaba por sentirse como un montón de pedazos de sí mismo. Si no se es (se siente) unidad, no se puede «poseer» su misterio. En este caso es imposible el encuentro real con Dios, que siempre se consuma de unidad a unidad.

El hombre no es un ser acabado, sino un ser «por hacerse», por obra de su libertad (GS 17). Una piedra, un árbol, son seres plenamente realizados dentro de las fronteras o límites de su esencia. Quiero decir que no pueden dar más de lo que dan, no pueden ser más perfectos de lo que son. Igualmente un gato, un perro. Son seres encerrados, acabados, «perfectos» dentro de sus posibilidades. El hombre, no. El hombre, originalmente, es un «poder-ser». Es el único ser de la creación que puede sentirse irrea-lizado, insatisfecho, frustrado.

Y por eso es, entre los seres creados, el único que tiene capacidad para superar las barreras de sus limitaciones. Por otra parte, es también el único ser capaz de autotransparencia, de trascendencia y libertad. En una palabra, es un ser abierto, capaz de un encuentro personal con Dios, de un diálogo con su Creador.

El Concilio presenta al hombre como un ser magnífico,«centro y cima de todos los bienes» (GS 12), que lleva ensus profundidades la imagen de Dios, portador de gérmenes ilimitados de superación y, sobre todo, «con capacidad para conocer y amar a su Creador». El hombre se distingue particularmente de los demás seres en que lleva una zona interior de soledad, que es el «lugar» del encuentro con el Absoluto y Trascendente.

«Por su interioridad es superior al universo entero. A estas profundidades [de sí mismo] retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones y donde él, personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino» (GS 14). Se trata, pues, de una zona interior y secreta, adonde el hombre deberá bajar, si desea el encuentro cara a cara con Dios; lugar, por otra parte, donde nadie más puede asomarse: «... el núcleo más secreto y el sagrario del hombre en elque éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en elrecinto más íntimo de él» (GS 14).

Con esto parece estar indicando el Concilio que, si esa zona de soledad no está poblada por Dios, el hombre sentirá una soledad despoblada y vacía. Y es entonces cuandola palabra soledad adquiere un sentido trágico y se convierte en el enemigo número uno del hombre.Es en este «espacio de soledad», donde Dios espera al hombre para el diálogo, para hacerlo participar de su vida y para plenificar y dar cauce a las altas energías de la criatura.

Esto significa a su vez —siempre según el concilio—, que el valor máximo en cuanto a la estructura psíquica del hombre es el Dios que en la interioridad lo invita al diálogo.
Hacia ese valor máximo tienden las energías vitales del hombre, cuando busca el silenciamiento para la contemplación(GS 8).

Todo lo cual conduce a la sabiduría, que es el resultado final de la plenificación de ese «espacio de soledad»: «Imbuido por ella, el hombre se alza por medio de lo visible a lo invisible» (GS 15), es decir, al Dios absoluto. Voy a completar estas ideas con otras palabras. Cuando la persona se capta experimentalmente a sí misma, percibe que «consta» de diferentes niveles de profundidad o interioridad, como si tales niveles fueran los diferentes pisos de un edificio.

Entre esos niveles y más allá de ellos, el hombre percibe en sí mismo algo así como una última estancia donde nadie puede hacerse presente salvo Aquel al que no le afecta el espacio, justamente porque esa estancia no es lugar sino algo.

Cuando se elaboraba la teología escolástica y todosbuscaban la definición de la persona, Escoto dijo que lapersona es la última soledad del ser.

En sus momentos decisivos, el hombre percibe vivamente ser soledad (identidad inalienable y única), por ejemplo en la agonía. En ese momento, el que se va puede estar rodeado, imaginemos, de las personas más queridas que, con su presencia, palabras y cariño, tratan de «estarcon» él, acompañándolo en esta travesía decisiva. Los cariños y las palabras no pasarán de su piel o de su tímpano.
En su última estancia, allá donde es él mismo y diferentea todos, el que se va está completamente solitario, y no hayconsuelos, palabras o presencias que lleguen hasta «allá».

Todo queda en la periferia de la persona. Pueden estar junto a él. «Con» él —en su última y definitiva profundidad—nadie está ni puede estar. Es como si él dijera: Amigos,me voy, y ninguno de vosotros puede venir conmigo. Es en las horas decisivas cuando se transparenta el hecho de ser soledad (mismidad, ella misma). Hay, pues, en la constitución de la persona un algo que le hace ser ella misma, diferente a todos, y que, como una franja de luz, atraviesa y ocupa toda la esfera de la personalidad, dándole propiedad, diferenciación e identificación.
Esta soledad (ser él mismo) se percibe, repetimos, cuando se silencia todo el ser: su mundo mental, corporal y emocional.

De tal manera que, a la hora de experimentar, se confunden o se identifican dos expresiones: silencio y soledad.
La percepción de sí mismo (soledad) es el resultado del silenciamiento total. La percepción posesiva de su misterio es el «lugar» de la adoración. Es en ese «templo» donde se adora en espíritu y verdad, como pedía Jesús, y se llega a la convergencia profunda de los dos misterios.

Entra y cierra las puertas
En lo alto de la montaña, erguido Jesús sobre una roca frente a una muchedumbre anhelante, había proclamado el programa del Reino. Y ahora estaba diciendo que, para adorar, no es necesaria abundante palabrería ni fimbrias largas ni trompetas de plata.

Basta entrar en el aposento interior, cerrar bien las puertas, encontrarse con el Padre, que está en lo más secreto, y quedarse con El (Mt 6,6). Estas palabras quiero traducirlas a otro lenguaje, ampliando el horizonte de su significado. Después de todo, no se trata de un encuentro de personas de carne y hueso, que se aprietan la mano para saludarse, y se sientan en sendos sillones para conversar. Fácil cosa es cerrar las puertas de madera y entornar las ventanas de vidrio. Pero en nuestro caso se trata de algo mucho más impalpable. Ese aposento interior es otro «aposento», esas puertas son otras «puertas», y ese entrar es otro «entrar».

Hemos dicho que todo encuentro es intimidad; y toda intimidad es recinto cerrado, y recinto cerrado significa silenciamiento de todo y alumbramiento de una «soledad» (presencia de sí mismo o «in-sistencia»). Es un encuentro singular de dos sujetos singulares que se hacen mutuamente presentes en un aposento particularmente singular: en espíritu y verdad.

Nunca me cansaré de repetir lo siguiente: Para que «aparezca» Dios, para que su presencia, en la fe, se haga densa y consistente, es necesaria una atención abierta, purificada de todas las adherencias circundantes, preparando de esta manera una acogedora «sala de visitas», vacía de gentes. En una palabra, un recipiente de acogida del Misterio.

Cuanto más silencien las criaturas y las imágenes, cuanto más despojada esté el alma, tanto más puro y profundo será el encuentro. Impresionan las insistencias de fray Juan de la Cruz al respecto en todos sus libros.
«Aprended a estaros vacíos de todas las cosas, es a saber interiores y exteriores, y veréis cómo yo soy Dios» .Según entiendo, la mayoría de los cristianos queda fuera de las experiencias fuertes de Dios por no hacer este difícil e imprescindible trabajo previo al encuentro. Comprendo que, a nosotros, pobres mortales zarandeados en el torbellino de la vida, no nos sea fácil hacer todos los días un encuentro de profundidad con el Señor Dios Padre, pero sí es factible hacerlo en los tiempos fuertes.

Cuanto más frecuentes sean estos tiempos fuertes, más fácil será vivir en permanente presencia de Dios.La tarea tiene dos vertientes. Primero, el silenciamiento.

Segundo, la percepción del propio misterio.
Nos ocuparemos, en primer lugar, del silenciamiento. Ya hemos colocado en el capítulo anterior una serie de ejercicios para silenciarlo todo. No obstante, voy a agregar aquí nuevas orientaciones prácticas. Advierta el cristiano que tenemos que silenciar tres zonas bien diferenciadas.

a) El mundo exterior.
Un conjunto de fenómenos exteriores, sucesos y cosas son, o se convierten, en diferentes estímulos que, según el grado de sensibilidad de cada cual, perturban la quietud interior, excitan y disocian al sujeto, y le hacen perder el sentido de unidad. Para salvarse de esas olas disociantes, el hombre necesita alienarse, ausentarse, desligarse (tres palabras y un solo contenido) de todo eso, de tal manera que lo circundante no le robe la paz niperturbe su atención.

b) El mundo corporal.
Se trata de tensiones o acumulaciones nerviosas que, a su vez, producen encogimientos musculares, instaladas en diferentes partes del cuerpo. Ellas consumen inútilmente excesivas cargas nerviosas, y originan la fatiga depresiva y un estado general de desasosiego. En este caso, el silenciamiento se llama relajarse.

c) El mundo mental.
Es una masa de actividad mental en la que es imposible distinguir lo que es pensamiento y lo que es emoción. Todo está entremezclado: recuerdos, imágenes, proyectos, presentimientos, sentimientos, resentimientos, pensamientos, criterios, anhelos, obsesiones, ansiedades... Todo eso tiene que ser cubierto con el manto del silencio. El silenciamiento se llama, aquí, des-prendimiento, des-ligamiento. Se trata de una completa purificación. Al posarse tan gran polvareda, queda como resto la paz, y aparece en toda su pureza mi misterio: mi mismidad.
Y, colocándonos en la órbita de la fe, «aquí» y ahora emerge el misterio, y se consuma el encuentro de misterio a Misterio, lográndose el encuentro en espíritu y verdad. Hay que comenzar por silenciar el mundo exterior.

Considere el cristiano que los pájaros seguirán cantando, los motores zumbando y los humanos gritando. Pero desligue su atención de todo eso, de tal manera que oiga todo y no escuche nada. Silenciar significa, pues, en este caso, sustraer la atención a todo lo que bulle, de tal manera que el cristiano quede ausente o alienado de todo, como si nada de eso existiera. Hágalo con suma tranquilidad. Para sustraer la atención lo más fácil es suspender la actividad mental o hacer el vacío interior como se enseñó en el capítulo anterior.

Sentado en una posición cómoda, respirando tranquilo y profundo, ejercítese en el desligamiento. Despréndase: no permita que se le prendan los barullos. No permita que los agentes exteriores, que normalmente golpean los sentidos, lo perturben o le causen impacto. Aproveche cualquier circunstancia para ejercitarse en el desligamiento. En segundo lugar, relaje las tensiones. La palabra clave es soltar.

Se suelta lo que está atado, o también lo que tengo agarrado o lo que se me agarra. Sentirá la sensación de que los nervios están atados, de que los músculos se le agarran.

Soltar los músculos y nervios es relajarse, y relajarse es silenciar. Siéntese cómodo, con el tronco recto. Respire profundo y tranquilo. Como un señor que recorre todos sus territorios, recorra todo su organismo imponiendo la calma.

Quieto, concentrado y tranquilo, comience por soltar los músculos de su frente (al decir músculos, estamos refiriéndonos a los nervios que agarrotan los músculos), hasta que la frente quede relajada y tersa
Suelte los músculos de la cabeza, los que rodean el cráneo.
Suelte los músculos (y nervios) de la cara, mandíbula...
Suelte los músculos de los hombros y cuello hasta quelos sienta relajados.
Suelte el antebrazo, brazo y manos.
Suelte los músculos del pecho y vientre, piernas y pies.Y ahora, de un solo golpe experimente vivamente cómo el exterior de todo su organismo está en calma.
En seguida comience a soltar los nervios y músculos interiores.
Hágalo primeramente en el cerebro.
Luego con la garganta.
Continúe con el corazón y el vientre, sobre todo en lo que se llama boca del estómago o plexo solar. Y acabe con los intestinos.
Para terminar, experimente vivamente una sensación profunda y simultánea: en todo mi organismo reina un completo silencio.
Finalmente tenemos que silenciar el mundo mental.

Es lo más difícil y decisivo. Otra vez necesitamos usar el verbo soltar o desprenderse.
El cristiano percibirá que los recuerdos y deseos se le agarran, se le prenden. Suéltelos y déjelos que desaparezcan entre las brumas del tiempo en la región del olvido. Haga como quien borra en un instante una pizarra escrita. Sentado, tome una posición cómoda. Respire bien. Comience por el pasado de su vida. Apague de un golpe todos los recuerdos: los que le alegran, los que le entristecen, los indiferentes.

Nada hacia atrás en su vida: personas, conflictos... Haga el vacío completo como quien apaga la luz de la habitación y queda todo oscuro. Cubra con el manto del olvido total ese pozo hirviente del inconsciente, cementerio vivo de todas las impresiones de una vida. Si le vienen los recuerdos a la memoria, que los suelte uno por uno.

Nada hacia adelante en su vida. Suéltelos todo: planes, expectativas, temores, ideales, anhelos... Borre todo de un golpe. Haga el vacío mental. Si le perturban los proyectos, con gran tranquilidad suéltelos uno por uno. Suelte y desprenda el miedo general que penetra el pasado y el futuro.

Nada fuera de este momento. Suelte los problemas actuales, emociones. Nada fuera de este lugar.
Suelte personas ausentes, su lugar de trabajo, su familia ausente...Silenciado todo, sólo queda el presente: un darme cuenta de mí mismo, aquí y ahora.Yo soy yo mismo: percepción de mí mismo como sujeto y objeto de mi experiencia. El que percibe soy yo; lo percibido soy yo. Pensar que pienso. Saber que sé. Soy uno y único, diferente a todos. Soy yo solo y sólo una vez, unidad, «soledad», mismidad, misterio.

Diríamos que la adoración es una convergencia de dos presentes: dos presencias integran una sola presencia. Dos presencias mutuamente abiertas y acogedoras, en quietud dinámica, en movimiento quieto.
Dos presentes proyectados mutuamente, introyectados en una intersubjetividad. Este vivir el presente no significa desinterés por los demás. No es egoísmo camuflado. Al contrario, este presente encierra una gran carga explosiva de irradiación; se extiende dinámicamente de horizonte a horizonte de mi vida: el pasado se hace presente, el futuro se hace presente, aquí y ahora, y, como un núcleo dé átomo, en este presente están encerradas todas las virtualidades de transformación y amor.

Se me dirá: Orar así es cosa complicada. Bien sabemos que toda oración es don de Dios, y mucho más lo es el don de la contemplación. Sé muy bien que el Señor Dios, sin ninguna ambientación, puede ocupar todas las habitaciones de un alma. Pero de ordinario no sucede así.

Al contrario: son muchas las almas que, por falta de preparación sistemática, quedaron estancadas en una áurea mediocridad. Los que viven en la superficie de la oración es porque no se preparan, y no se preparan porque les falta real interés. No podemos cruzarnos de brazos, levantar los ojos y esperar la lluvia. Al colocar los medios, estamos manifestando nuestra disposición y demostramos que, de verdad, buscamos el rostro del Señor. Nosotros preparamos el terreno; el Señor dará lluvia e incremento.