Muéstrame tu rostro Cap. 3-7 Disposiciones


Si la oración es la concentración de todas las facultades, la distracción es la dispersión de la mente en mil direcciones, evadiéndose momentáneamente al control de la voluntad y de la conciencia. Al hablar del silencio interior, hemos explicado la naturaleza de la distracción y señaladolos caminos para la superación.

Sequedad
Cuando la distracción no es un acto pasajero sino una impotencia completa para centrarse en el Señor, y esto llegaa ser habitual por una temporada, se llama sequedad.
Las equedad va acompañada, normalmente, de una sensación de incapacidad depresiva y de un cierto enervamiento de facultades. El pesimista tiende a pensar que no nació para orar, o que todo está perdido.La sequedad puede llegar, en algunas personas, a producir tristeza y hasta desolación debido, generalmente, a la completa impotencia, aunque momentánea, para el trato con el Señor.

En ciertos casos la sequedad puede aproximarse peligrosamente a los linderos de la aridez.
Aunque son palabras diferentes, no obstante están mutuamente condicionadas, de tal manera que es difícil distinguir dónde comienzan y dónde acaban las fronteras de la distracción, la sequedad y la aridez.

Los maestros de espíritu, al descubrir sus experiencias, abundan en descripciones extraordinariamente vivas sobre las sequedades que tuvieron que soportar. Al leerlas, uno queda suspendido entre el temor y la admiración. Santa Teresa nos asegura de ella haber echado muchas veces el caldero en el pozo y otras tantas veces haberlo sacado sin una gota de agua.

Con frecuencia le sucederá al alma —continúa la santa— no tener fuerzas ni para levantar los brazos para agarrar el caldero: en esos momentos será incapaz hasta de ordenar un solo pensamiento. La sequedad exige un alto precio. La que pasó años en esta situación lo sabe por propia experiencia.

Recuerdo que había veces —añade la santa— en que me sentía feliz cuando conseguía sacar una gota de agua de ese bendito pozo, lo que consideraba un privilegio especial del Señor.

Para seguir en pie en las épocas de sequedad se necesita más coraje que para otros trabajos de gran envergadura de este mundo. Hubo años en que andaba yo más preocupada del reloj —en el coro— que de la oración misma, calculando cuánto tiempo faltaba y deseando que todo se acabara luego. Y muchas veces hubiera estado dispuesta a someterme a cualquier penitencia pesada antes que empezar a recogerme para la oración. Yo no sé si era el demonio o mi ruin naturaleza, pero el hecho es que sólo el pensar que tenía que ir a la oración ya me daba pesadez. Y, al entrar en el oratorio, se me caía el alma a los pies y me invadía una gran tristeza y yo misma tenía que infundirme ánimo. En fin —termina la santa—, ya se acabaron aquellos tiempos con la gracia de Dios. 

 He aquí por qué millares de personas abandonan casi del todo la oración. 
Hicieron esfuerzos sobrehumanos y prolongados, y no alcanzaron a sacar ni una gota de agua de ese bendito pozo.
 Entonces se sintieron abrumados por la desproporción entre los esfuerzos y los resultados, y acabaron pensando que la cosa no valía la pena. 

Sin embargo, siempre están dispuestos a reemprender el camino porque presienten que la oración es cuestión de vida o muerte para el proyecto de su vida.

 Las causas de la sequedad son de diversa índole. 
  •  1. Un activismo descontrolado que descompone la unidad interior. 
  • 2. La naturaleza misma de la oración en la que entran: el silencio de Dios, la oscuridad de la fe, la tendencia de la mente humana a la multiplicidad y a la diversificación, la influencia de los sentidos sobre las facultades interiores. 
  • 3. Las tendencias patológicas de cualquier orden, que escapan al diagnóstico; las disposiciones corporales; las posturas fatigosas e incómodas. Sin tener una enfermedad concreta, puede uno sentirse mal, de mal humor, con momentos de depresión, con una fuerte inestabilidad, melancolías o un «no sé qué» indefinible.  Ciertos defectos hereditarios que en la marcha normal de la vida pasan desapercibidos, sobre todo en la línea de la sequedad y de la versatilidad. 
  • 4. La oración bien llevada es una actividad muy compleja, en la que hay una tarea intelectual pero sobre todo hay una labor sensitiva que afecta a las energías emocionales. Se necesita un elemental equilibrio emocional. 
  • 5. Las sequedades pueden ser pruebas expresamente promovidas por el Señor.
  •  En la Biblia es una ley constante el someter a prueba la fe del que se le ha entregado: «Tengo para mí que quiere el Señor dar muchas veces al principio, y otras a la postre, estos tormentos y otras muchas tentaciones para probar a sus amadores, y saber si podrán beber el cáliz y ayudarle a llevar la cruz, antes que ponga en ellos grandes tesoros» 

 ¿Qué hacer?
Cuando llegan las épocas de sequedad, a los principiantes les viene la tentación de desplegar poderosas energías para remontar la sequedad. Vano intento. La sequedad no sevence con brazos y remos.
 «Mientras más la quieran forzar en estos tiempos, es peor y dura más el mal», dice santaTeresa.

He conocido personas a quienes un gran despliegue de energías las ha dejado fatigadas. Luego se apodera de ellas la ansiedad y la impotencia. Todo ello, en vez de solucionar la sequedad, la recrudece. 

Metidos en esta espiral hay muchos que, en la práctica, optan por abandonar la oración como irremediablemente fracasados. 
Una vez más, los tres ángeles que nos acompañarán por la tierra desierta, para no ser envueltos y vencidos por la noche del desaliento, son la paciencia, la perseverancia y la esperanza. 

 La paciencia para aceptar con paz una disposición que tanto nos limita y nos quita las ganas de seguir caminando. Nada se consigue, repetimos, con resistir soltando grandes cantidades de energía para derrotar la sequedad. 
 No es echando encima ejércitos compactos como se vence este enemigo, sino, paradójicamente, rindiéndose, abandonándose. Con otras palabras, aceptándolo. «... no se fatigue, que es peor, ni se canse en poner eso a quien por entonces no lo tiene, sino rece como pudiere:y aun mejor, no rece sino, como enferma, procure dar alivio a su alma»
«... no la ahoguen a la pobre [alma]. Pasen como pudieren este destierro, que harta mala ventura es de una alma que ama a Dios, ver que vive en esta miseria» 
La esperanza nos dice que todo pasará, que nada es eterno. 

 La esperanza nos hace saber que las primeras leyes del universo son las de la contingencia y la transitoriedad. Todo está en un perpetuo movimiento. Nada es estático.

Si todo es efímero y nada permanece, mañana será mejor, pasará la sequedad, vendrán tiempos mejores. 

 El cristiano debe tomar conciencia de esto, y sólo ello será suficiente para abandonarla resistencia, aceptar la sequedad y, aceptándola, vencerla. 

En la travesía de este páramo, la que nos va a acompañar con asistencia muy especial es la perseverancia, hija de la esperanza.

Hay que tomar conciencia de que las grandes conquistas de la humanidad se han logrado con una tenaz perseverancia.
Y ella queda a prueba, precisamente, en los momentos difíciles.

 Perseverar cuando los resultados saltan a la vista no tiene mérito. 
Mantenerse en pie cuando arrecian las tempestades y envuelven las tinieblas; avanzar cuando la niebla impide ver a dos metros, he ahí el alma de la perseverancia. 

 Seguir aferrado a la luz cuando uno se encuentra en el seno de la noche cerrada; brillar incansablemente como las estrellas eternas cuando la gente pregunta: ¿Para qué sirve ese brillo?; seguir faenando con las redes extendidas cuando no cae ni un solo pez; echar tantas veces el caldero al pozo pesar de no sacar ni una gota de agua... Eso es perseverar. 

El grano de trigo, al asomarse sobre la tierra, persevera, aferrado a la vida, defendiéndose contra las heladas y las bajas temperaturas.

El niño que aprende a caminar, cae y se levanta; vuelve a caer y vuelve a levantarse con obstinada perseverancia hasta que, después de mucho tiempo, consigue mantenerse en pie, correr y saltar.

Asimismo los inventores, los sabios, los artistas: todo lo que hay de grande en la tierra se ha conseguido con una ardiente esperanza. Nuestra generación tiene una dificultad especial para perseverar porque está acostumbrada a la rapidez, productividad y eficacia, características de la sociedad tecnológica. Quiere resultados palpables; los exige casi automáticos.

La vida de oración, en cambio, presenta síntomas totalmente opuestos: los resultados son siempre imprevisibles; el crecimiento noes armónicamente evolutivo; la acción de Dios es desconcertante, por ser gratuita, y la respuesta del hombre es versátil como su naturaleza.

Y así, en seguida aparece el desaliento. ¿Resultado? La perseverancia se torna mucho más difícil en este terreno.

Lo importante es no abandonar la empresa y continuar.

La fe y la esperanza encienden la llama de la perseverancia; y la perseverancia es la garantía del éxito progresivo y final. Para sacar fuerzas de flaqueza y para sacar perseverancia de la esperanza, el cristiano necesita apoyarse decididamente en la fe, que consiste no en sentir, sino en saber: saber que, a pesar de que no se ve el movimiento, la gracia se mueve; se mueve porque la gracia es vida y la vida es movimiento. 

Yo no siento el movimiento de mi hígado, ríñones,intestinos...; sin embargo, sé, tengo la certeza de que todo eso está en perpetuo movimiento. Es la certeza de la fe.

La fe toma al cristiano y lo lleva al abandono: abandono en las manos de la sequedad, de la oscuridad, de la impoencia para rezar; no resistir nada, dejarse llevar lleno depaz por la corriente de la insensibilidad y de la apatía. Vendrán días mejores.

Atrofia espiritual
Los maestros espirituales tan sólo nos hablan de tres disposiciones: distracción, sequedad, aridez. Sin embargo, la observación de la vida me ha llevado a «descubrir» otra disposición, posiblemente peor que las anteriores, muy frecuente en nuestros días: la atrofia espiritual.

A los músculos les sucede lo siguiente: de no usarlos, pierden consistencia y elasticidad. No mueren pero pierden vitalidad. Ya no sirven para desarrollar energías, levantar pesos, correr. Se atrofian. No es la muerte pero sí la antesala

La inmovilidad es signo de muerte y produce muerte.Si la vida deja de ser movimiento, deja de ser vida: los tejidos se endurecen y son dominados por la rigidez. Una planta, si la dejan de regar y abonar, se pone mustia, pierde vigor y cae lentamente por la pendiente de la agonía.

A muchas personas les sucede lo mismo. Durante años no hicieron un esfuerzo ordenado, metódico, paciente y perseverante para entrar en la comunión profunda y frecuente con el Señor. Hicieron durante largo tiempo una oración esporádica y superficial. Inventaron mil racionalizaciones para justificar esta situación: que el que trabaja ya reza; que a Dios hay que buscarlo en el hombre... Con eso tranquilizaron su conciencia, al menos hasta cierto nivel. Sustituyeron la reflexión por la oración y la charla compartida por la meditación. Paulatinamente fueron perdiendo el sentido de Dios y el gusto por la oración.

En su intimidad sucedió esto: aquellas energías que los místicos llaman potencias o facultades, al no ser activadas, fueron lentamente perdiendo elasticidad. Al perder su vigor, eran utilizadas cada vez menos. Al no ser utilizadas, fueron entrando en la cuenta regresiva hacia la extinción.

Esas energías son el nudo de enlace entre el alma y Dios: es por ese puente por donde va y viene la corriente afectiva, vestida de intimidad, entre el alma y Dios. Al extinguirse esas energías de profundidad, quedó interrumpida la comunicación con el Señor. Así se perdió la familiaridad con él.
 
Dios fue tornándose cada vez más lejano, vaporoso e inexistente. Y, naturalmente, en estas circunstancias a nadie le apetece rezar. En estas condiciones llegan muchos a los Encuentros de Experiencia de Dios.

Yo me he encontrado, con frecuencia, con casos que dan pena. Llegan con un vivo deseo de recuperar el sentido de Dios y el hábito de la oración. Dentro de la pedagogía de tales Encuentros, los asistentes comienzan a dar los primeros pasos, apoyados en la oración vocal; y, casi desde el primer momento, estas personas se sienten mal, como fuera de órbita.

Mientras hacen lecturas, manejan la Biblia, escuchan conferencias y piensan un poco en sus vidas, todo les va máso me nos bien. Pero en cuanto intentan entrar en mayor profundidad divina, les sucede algo raro, difícil de describir. Se sienten como perdidos en un mundo extraño: como si todo fuese mentira, como si nada tuviera consistencia, como si no pisaran tierra firme...Sienten que su cabeza está llena de confusión: leyeron en su vida tantos libros y revistas, escucharon tantas teorías, asimilaron ideas tan contradictorias...

Por otra parte, su vida está llena de fragilidades; los compromisos vitales y las ideologías mentales los condicionaron y configuraron.

Todo ese confuso submundo emerge ante su mente precisamente ahora que pretenden entrar en sí para el encuentro con el Señor; y, familiarizada su cabeza con mil cosas dispares y disparatadas, la fe y su contenido los encuentran etéreos e inconsistentes .

No tienen problema alguno en reflexionar haciendo acrobacias teológicas sobre mil tópicos del Evangelio. Tampoco sienten dificultad en tratar las materias de fe para las aplicaciones pastorales. Su dificultad —impotencia— comienza al querer —ellos— vivir personalmente esa misma fe.

Y, en este momento, «descubren» que su fe está golpeada. Orar en esta situación es como pretender volar con las alas heridas. Escucharon y leyeron mil disparates sin pestañear en estos últimos años. Todo el mundo se sentía con derecho a opinar.

 Llamaban progresismo al aventurarse más allá de las fronteras del dogma y de la ortodoxia. Derribaron a hachazos los conceptos de autoridad y tradición.

Con toda tranquilidad se tragaron cantidades de errores. Su fe fue recibiendo golpes y más golpes. Ellos ni se daban cuenta porque vivían en la periferia. Pero ahora, al querer entrar en niveles más profundos para el encuentro con el Señor, por primera vez toman conciencia de su impotencia para volar.
Es una situación que les sorprende a ellos mismos.

Es un amargo descubrimiento que no esperaban: les es imposible orar. Están inválidos. Sienten, por otra parte, que la vida con Dios es, para ellos, asunto de vida o muerte en que se juega el sentido de su vida. Y comienzan a navegar entre el deseo y la impotencia.

A muchos de ellos les he escuchado las confidencias más tristes: he sido un frivolo; he dilapidado las esmeraldas más preciosas. Me dijeron muchas veces que la fe es un tesoro frágil, que hay que rodearla de cuidados; la descuidé como si fuera un objeto de tercera necesidad. Y ahora, ¿qué me queda? No puedo remontar el vuelo. Sin oración, mi vida no tiene sentido, y no puedo orar.

Estos, por lo menos, están inquietos, tienen deseos de empezar otra vez y ponen los medios. Pero hay otros que se han estacionado en una mediocridad espiritual y no sienten deseos de salir de ese estado.

No sufren por encontrarse así. Están satisfechos con sus éxitos. El apostolado y otras actividades de tipo profesional les dan una amplia compensación. Se sienten realizados y no echan de menos nada.

La vida con Dios les tiene sin cuidado. Les basta un temperamento bien estructurado para equilibrarse entre los vaivenes de la vida. ¿Para qué más? Y se las han arreglado para vivir como si Dios no existiera.

Para éstos no se vislumbra solución «alguna. El escollo insalvable es su propia satisfacción. En cambio, existe «salvación» para los otros, los inquietos.

¿Qué hacer?
Deberán tener en consideración las orientaciones que hemos entregado en los diferentes lugares de este libro sobre la paciencia, la constancia y la esperanza, así como sobre la naturaleza de la vida de la gracia y su crecimiento. Necesitan dar los primeros pasos como quien reaprende a caminar. Deberán apoyarse en la oración vocal, salmos, lectura meditada, etc. Y, con infinita paciencia y obstinada fidelidad, seguir subiendo y subiendo. Les servirán también las orientaciones prácticas que presentamos aquí sobre la sequedad y la aridez.

Aridez
La aridez es una prueba de impotencia y desgana para aplicarse al trato con Dios, cosa que en otras oportunidades causaba tanto gozo y devoción. Generalmente suele darse en las almas que han emprendido en serio la ascensión a Dios.
En mi opinión la aridez, tal como vamos a describirla aquí, es equiparable casi totalmente a las «noches del espíritu» de san Juan de la Cruz.

Se trata de una verdadera desolación. Las almas situadas en este estado, hablan así: No siento nada. Todo meaburre, hasta me repugna. Como Cristo en Getsemaní, «siento tedio» (Mt 26,37). Es un tormento ponerse a orar. ¡Hubo tanta felicidad en tiempos pasados con Dios...

Han pasado dos meses en este estado de aridez, y me siento como una piedra. Dios está lejos, ausente, no sé siquiera si existe. Si yo supiera que después de un año la aridez asomara al rostro de Dios... Pero ¿quién sabe si nunca jamás «vuelve» el Señor? No hay noche que pueda compararse con esta oscuridad.

El alma hasta puede llegar a sentir la tentación de decir: ¡Ojalá nunca hubiera «conocido» a Dios
En momentos podría llegar a repetir las palabras de Jesús: «Me muero de tristeza» (Mt 26,38).

«La primera purgación o noche es amarga y terrible para el sentido...
La segunda no tiene comparación, porque es horrenda y espantable para el espíritu»


Estas pruebas las reciben las almas adelantadas, y si notuvieran el recuerdo de los felices encuentros con Dios enel pasado, darían para siempre las espaldas a la vida con Dios.
Y si el alma ha experimentado muy vivamente en tiempos pasados la dicha del trato con Dios, la prueba de la aridez podría parecerse al mismo infierno.

«Porque de éstos son los que de veras descienden al infierno, pues aquí se purgan a la manera de allí...»

A mi entender, así como la distracción y la sequedad son fenómenos que ocurren en los primeros pasos y generalmente son explicables por principios psicosomáticos, la aridez, en cambio, es una prueba enviada expresamente porDios; es profundamente purificadora y se da en las almas habituadas a una gran familiaridad con el Señor.

Son muchas las personas, un tanto superficiales en la oración, quecuando llegan las sequedades abandonan definitivamente laoración; incluso, si en este momento de fragilidad les agarra una fuerte crisis, abandonan la institución religiosa o sacerdotal.

En cambio las almas envueltas en la tormenta de la aridez, aunque sufran espantosa y prolongadamente, no abandonan la oración.

La aridez es fundamentalmente una sensación de ausencia.
Si una persona desconoce o es diferente a otra, y éstase ausenta, la primera se queda insensible. Pero si se ama intensamente, al ausentarse una de ellas, la otra queda triste y desolada. Y a mayor amor, mayor desolación.

«Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos
y sólo para ti quiero tenellos.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia de amor,
que no se cura
sino con la presencia y la figura»

Lo trágico de la aridez es que el alma sufre tal desconcierto interior que no entiende que la causa de todo es la ausencia de Dios.

Más bien tiene la impresión de que todo es mentira, o que todo sucede por una fatalidad irracional, o que Dios es nada. Psicológicamente hablando, la sensación de aridez es, probablemente, equiparable a lo que los antiguos llamaban el «tedio de la vida» aunque con una intensidad mucho más aguda.

Generalmente estas tormentas purificadoras suelen ir acompañadas de incomprensiones sociales, calumnias, acusaciones injustas, deserciones de amigos, y todo envuelto en enigma y oscuridad. Dios hace converger distintas casualidades para desarraigar al alma de las mil ataduras que la retienen atrapada a sí misma.

No hay alma selecta que se vea libre de estas pruebas purificadoras.

«Por eso no penséis, hermanas, si alguna vez os viereis así, que los ricos y los que están en libertad tendrán para estos tiempos más remedio.

No, no, que me parece a mí es como si a los condenados les pusiesen cuantos deleites hay en el mundo delante, no bastaría para darles alivio, antes les acrecentaría el tormento. Así acá: viene de arriba y no valen nada las cosas de la tierra»
 

 Es cierto que en el terreno psicológico pueden darse fenómenos parecidos a la aridez como el hastío y las gana sde morir.

En las almas muy avanzadas en el misterio de Dios, un temperamento de esta tendencia podría acrecentar hasta la exasperación la aridez espiritual. Será imposible precisar hasta dónde influye Dios y hasta dónde influye el factor temperamental. Pero no olvidemos que temperamentos radiantes como san Francisco de Asís y santa Teresa han sufrido agudamente la embestida de la aridez y de la oscuridad. Así, pues —sin desconocer la posible influencia del temperamento—, la aridez es una prueba de Dios para purificar, liberar, sanar, quemar, transformar y unir.

El misterio opera muy por debajo de las apariencias, y los mecanismos psicoanalíticos no pueden llegar ni siquiera al umbral del misterio.P
ara consuelo de las almas que han pasado o pueden pasar por situaciones semejantes, voy a transcribir este hermoso párrafo de santa Teresa:
«¿Pues qué hará esta pobre alma, cuando muchos días duran así? Porque si reza, es como si no rezase, para su consuelo digo; que no se admite en lo interior, ni aunse entiende lo que reza ella misma, aunque sea vocal, que para mental no es este tiempo en ninguna manera, porque no están las potencias para ello; antes hace mayor daño la soledad, con que es otro tormento por sí estar con nadie, ni que le hablen. Y así, por mucho que se esfuerce, anda con un desabrimiento y mala condición en lo exterior, que se echa mucho de ver. ¿Sabrá decir lo que tiene? Es indecible porque son apretamentos y penas espirituales, que no saben poner nombre»

La aridez es la prolongación del drama de Getsemaní. Sobre el Monte de los Olivos, en una noche clara del mes de Nisán, una noche oscura se apoderó de Jesús. Su alma tocó el fondo de la aridez. Las almas que la han experimentado en «alto voltaje», suelen manifestarse con expresiones muy parecidas a las de Jesús en aquella noche (Mt 26,30-46; Le 22,39-45; Me 14,26-43).
Todos los que se debaten en el combate de la noche árida participan de aquella depresión crítica de Jesús.

¿Qué hacer?
Seguir en pie, estar despiertos, velar junto a Jesús, con Jesús, aunque nuestra alma esté desgarrada y anonadada. La fe y la esperanza deben alumbrar como un tenue candil la noche del Monte de los Olivos, esa fe y esperanza que nos dicen que detrás de toda noche hay una aurora. Sí, mañana saldrá el sol.

¿Qué hacer?
No dejarse abatir por el desaliento. Esperar contra toda esperanza. Resistir la oscuridad aceptándola. Vencer el desconcierto con el humilde abandono. No quebrarse si la noche se prolonga. Velar, sin dormir, a lo largo de la noche junto a Jesús, acompañándolo con amor, con esperanza, con cariño.

Una «reina» para las «noches»
Llaman la atención las descripciones sublimes que hace san Juan de la Cruz sobre las noches purificadoras. Hemos visto la concreción femenina con que santa Teresa las describe.

Pero no cabe duda de que en el terreno de las noches áridas, el modelo y la reina es la santita de Lisieux. Y esto, no sólo por la claridad con que se expresa o por la fuerza simple y dramática de sus descripciones, sino sobre todo por la entereza con que las vivió en una perpetua actitud de abandono.

Como hay tantas almas en este purgatorio de la aridez (ellas se imaginan quizá hallarse en el «infierno» por la atroz ausencia del Amado), para su consuelo voy a traer unos cuantos testimonios conmovedores de Teresita.

Antes de tomar el hábito, recién retirada del mundo, escribe a una monja, en enero de 1889:«Al lado de Jesús, nada. ¡Sequedad ... ¡Sueño » Denominándose a sí misma corderito, evoca el trágico silencio de Dios con un lenguaje infantil, en otra carta del mismo año:«El pobre corderito no puede decir nada a Jesús; y sobre todo, Jesús no le dice absolutamente nada a él.»

En el mismo año, entre finas ironías y simbolismos, conjugando la simplicidad de la expresión con la grandeza patética, dice:«El cordero se equivoca creyendo que el juguete de Jesús no está en tinieblas; está abismado en ellas... Tal vez, y el corderito, está de acuerdo, estas tinieblas son luminosas, pero no obstante son tinieblas...» 

 Han pasado 18 meses.Va a comprometerse con Dios con la alianza de la profesión. Se prepara para la emisión de los votos con el fervor que todos hemos experimentado en estas oportunidades, pero ella se siente como una fuente agotada en medio del desierto: «No creáis —escribe a una hermana— que no pienso en nada. En una palabra, estoy en un subterráneo muy oscuro.»

Ninguno de sus directores espirituales es capaz de conjurar su aridez. Dios es para ella «Aquel que siempre calla», pero sigue en paz, absolutamente abandonada; y aunque nada ve, nada siente, por debajo de todas las apariencias vislumbra la presencia del Amado que inspira y edifica:«Mi amado instruye mi alma, le habla en medio delsilencio, entre tinieblas.»

Todavía está en su primera juventud, apenas tiene 19años y vislumbramos en ella una madurez desproporcionada a su edad. Es una frágil mujer pero dispone de una sabiduría acabada. Hay en su vida un misterio que desconcierta: posee una inteligencia privilegiada y, sin embargo, no entiende lo que lee:
«No creáis —escribe a una hermana— que nado enmedio de consolaciones. ¡Oh, no Mi consolación es no tenerla en la tierra. Sin mostrarse, sin hacerme oir interiormente su voz, Jesús me instruye en secreto; no por medio de libros, pues no entiendo lo que leo.»

Es una mujer de una fortaleza única. No hay en su vida hechos extraordinarios. Lo único extraordinario es la densidad y persistencia del silencio de Dios sobre su vida. Pero ella vive sosegada. Se siente pobre y confiada como un niño. Se deja llevar. Ni siquiera se queja de la oscuridad ni de la aridez. Las acepta hasta con alegría.

Con una vertiginosa rapidez va devorando las distancias de la santidad; con el simple abandono va quemando etapa tras etapa.
 
Imaginándose a sí misma como una prometida, describe así su itinerario:

«Antes de partir, parece haberle preguntado su Prometido a qué país quería ir y qué ruta quería seguir...La pequeña Prometida ha contestado que no tenía más que un deseo: el de alcanzar la cumbre de la montaña del amor.
Para llegar a ella se le ofrecían muchos caminos... .

Entonces Jesús me tomó de la mano y me hizo entrar en un subterráneo donde no hace frío ni calor, donde no luce el sol, al que ni la lluvia ni el viento llegan. Un subterráneo donde no veo más que una claridad semivelada, la claridad que derraman a su alrededor los ojos bajos de la Faz de mi Prometido... No veo que avancemos hacia la cumbre de la montaña, pues nuestro viaje se hace bajo tierra; pero, sin embargo, me parece que nos acercamos sin saber cómo»

He ahí el modelo y la conducta a seguir en la aridez. No dejarse dominar por el desaliento. Creer y esperar contra todas las apariencias. Caminamos por un subterráneo; sin embargo, estamos escalando la cumbre.

¿Cómo?
Yo no lo sé; pero El sí lo sabe. Dios calla. Pero yo sé que, sin que nadie lo perciba, el Señor instruye mi alma en medio del silencio. ¿Consuelos? Quizá no los haya hasta el día de la eternidad. El consuelo es la esperanza.
 
Abandonarse, esperar y velar con Jesús en la larga noche de la aridez, he ahí la actitud.