Muéstrame tu rostro 3-6 -Primeros pasos

Primeros pasos
Como toda gracia es movimiento filial hacia el Padre, lo importante y urgente es abrir un cauce para canalizar esa aspiración, dando pasos concretos. Nosotros siempre nos dirigimos a dos grupos. El primero es el de aquellos que realmente son principiantes en las cosas de Dios y quieren conseguir por primera vez la intimidad con el Señor.

El segundo es el de aquellos que vivieron largos años la amistad divina. Más tarde, no obstante, la descuidaron: echaron tanta tierra y arena sobre ella que se les apagó la llama divina. Hoy sienten el peso de la tristeza y el vacío. Y quieren recuperar, a cualquier precio, el tesoro perdido. Los unos y los otros, los primeros para conseguir y los segundos para recuperar, necesitan dar los primeros pasos. En el camino de la vida, los primeros pasos resultan siempre vacilantes y desgarbados. No importa. Hay que pasar por ahí y pagar el precio de dos monedas: la paciencia y laconstancia.

Oración vocal
En todo el espectro de la vida, los primeros pasos se dan siempre con apoyos. En nuestro caso, el apoyo es el de la oración vocal. Como ya se explicó, la mente humana, por su naturaleza, es inquieta mariposa, errante como el viento. Necesita moverse, volar perpetuamente saltando del pasado al futuro, del recuerdo a las imágenes, de las imágenes a los proyectos. La verdadera adoración, en cambio, consiste en sujetar la atención centrándola en el Señor. ¿Cómo hacerlo con una mente tan loca? Necesitamos muletas para caminar. El apoyo es la oración verbal; mejor, la oración escrita. Se supone que la palabra está escrita en forma dialogal. ¿Cómo nacerlo?

El cristiano posa sus ojos en la oración escrita. Esa palabra retiene la atención y establece un enlace entre el hombre y Dios. Si leo, por ejemplo, «tú eres mi Dios», y trato de hacer mías esas palabras identificando mi atención con el contenido de la frase, mi mente ya está «con» Dios. La palabra fue puente de enlace. Pero la mente se desliga muy pronto del centro y se dispersa en mil direcciones. El hombre posa de nuevo sus ojos en la oración escrita; y de nuevo la palabra escrita agarra y retiene la atención del hombre.

Al quedar centrada la atención en el contenido de la oración escrita —como tal contenido «es» Dios mismo—, la mente «queda con» Dios. Dada su naturaleza, otra vez la mente se desprende y vuela. De nuevo, con paciencia, los ojos del hombre se sujetan a la palabra escrita y la palabra sujeta la mente del hombre. Dicho de otra manera: la palabra evoca y despierta a Dios «para» el hombre. Esto es: la palabra toma la mente humana y la deposita, como un vehículo, en la meta que es Dios.

A esto no lo llamo oración escrita, a pesar de serlo, sino oración vocal. ¿Por qué? Porque el cristiano comienza porleer la oración escrita; al leerla, vocaliza; al vocalizaría, «men-taliza»; y, de esta manera, el hombre «queda» en oración.En realidad no se trata de una oración prolongada. Esto es: la atención queda propiamente con Dios durante instantes intermitentes. Pero esos instantes intermitentes pueden prolongarse a lo largo de treinta minutos, por ejemplo. En ese caso podemos decir que el cristiano tuvo media hora de oración real.
Hoy día existen preciosos folletos con selecciones de las mejores oraciones. Hay, además, libritos con salmos especiales.

Están, también, los salterios al alcance de cualquiera.Teñios a mano donde rezas normalmente. Llévalos al «desierto».

¿Cómo rezar? 
Toma una oración que te satisfaga. Colócate en actitud orante. Pide la asistencia del Espíritu Santo. Comienza a leer.

Al leer las frases, hazlas «tuyas»: trata de identificar tu atención con el contenido de las frases. Habrá expresionesque te llenen desde el primer momento. Repítelas una y otravez, hasta que esas frases y su «Contenido» inunden por completo tu ser. Continúa leyendo (rezando) despacio, muy despacio. Para. Vuelve a repetir las frases de arriba. Repítelas en voz alta—si el caso lo permite—, más alta o más suave según las circunstancias. Puedes tomar actitudes exteriores que te ayuden, como extender los brazos...

 Deja impregnar tu esfera interior, tus sentimientos y decisiones con la Presencia que emana de aquellas palabras. Si en un momento dado sientes que puedes caminar sin «muletas», abandona a un lado las oraciones escritas y permite que el Espíritu clame dentro de ti y resuene por tu boca con expresiones espontáneas e inspiradas.

Acaba con un propósito de vida. Para muchas personas tiene excelente eficacia la siguiente manera de oración vocal: Toma una postura orante. Selecciona una o varias expresiones fuertes, por ejemplo: «Tú me sondeas y me conoces»; «desde siempre y para siempre tú eres Dios»; «mi Dios y mi todo»; «tú eres mi Señor». Toma una de estas frases u otras. Comienza a repetirla en voz alta y suave. Dila muy despacito, tratando de entrar lo más a fondo posible en la «Sustancia» de la frase con gran serenidad, sin violencia. 

Di las frases cada vez más distanciadamente. Puede llegar un momento en que el silencio descoloque las palabras y sólo queden la Presencia y el silencio. En ese caso, quédate en silencio en la Presencia. Acaba con una decisión de vida. A los que quieren tomar en serio a Dios les doy siempre este consejo: aprended de memoria varios salmos, versículos de salmos, diversas oraciones breves. Cuando uno va viajando en vehículo o caminando por las calles o está en trabajos domésticos, y siente deseos de decir algo al Señor, y no le «sale» nada, constituye una excelente ayuda espiritual el unirse al Señor mediante estas oraciones vocales memorizadas.

Salmos
En mi opinión, no existe un vehículo tan rápido para llegar al corazón de Dios como el rezo de los salmos. Ellos son portadores de una densa carga experimental de Dios. Han sido enriquecidos por el fervor de millones de hombres y mujeres, a lo largo de tres mil años. Con esas mismas palabras se comunicaba con su Padre, Jesús niño, joven, adulto, evangelizador, crucificado. Son, pues, oraciones que están saturadas de gran vitalidad espiritual, acumuladas durante treinta siglos. Entre los salmos hay comunicaciones de insuperable calidad. Salmos que no nos dicen nada. Otros nos escandalizan. En un mismo salmo, de pronto nos hallamos con versículos de bellísima interioridad y otros en que se pide anatemas y venganzas. Se puede pasar por alto los unos y detenerse en los otros.

¿Cómo rezarlos?
Hay que advertir que no estamos hablando del rezo del Oficio Divino sino de cómo utilizar los salmos como instrumentos de entrenamiento para adquirir la experiencia de Dios, para dar los primeros pasos como forma de oración vocal.

Toma los salmos o versículos que más te llenan. Repite las expresiones que más te «digan». Mientras repites lentamente las frases más cargadas, déjate contagiar por aquella vivencia profunda que sentían los salmistas, los profetas y Jesús. Esto es: trata de experimentar lo que ellos experimentarían. Déjate arrebatar por la presencia viva de Dios, envolver por los sentimientos de asombro, exaltación, alabanza, contrición, intimidad, dulzura u otros sentimientos de que están impregnadas esas palabras.

Si en un momento dado llegas a sentir en una estrofa determinada la «visita» de Dios, detente ahí mismo, repite la estrofa; y aunque durante una hora no hicieras otra cosa que penetrar, sentir, experimentar, asombrarte de la riqueza retenida en ese versículo, quédate ahí y no te preocupes de seguir adelante. Acaba siempre con una decisión de vida. Es cierto que hay salmos llenos de anatemas y maldiciones. En ciertos casos, si el cristiano se deja llevar de la libre espontaneidad, sentirá cómo el Espíritu le sugiere aplicar esos anatemas contra el «enemigo» —único y múltiple— que es nuestro egoísmo con sus innumerables hijos como el orgullo, la vanidad, la ira, el rencor, la sensualidad, la injusticia, la explotación, la ambición, la irritabilidad...Yo aconsejo siempre que cada cristiano haga un «estudio» personal de los salmos.

Siendo el hombre un misterio único, su modo de experimentar y experimentarse es singular y no se repite. Lo quea mí me «dice» mucho, al otro no le dice nada. Lo que aéste le «dice» tanto, a mí me dice poco. Por eso, se necesitaun «estudio» personal.

¿Cómo hacerlo?
Comienza desde los primeros salmos. En un día determinado «trata» con el Señor con el primer salmo, en un tiempo fuerte de oración; quiero decir, habla con Dios mediante esas palabras. Si hay en el salmo un versículo, quizá una estrofa completa o una serie encadenada de frases que te «dicen» mucho, después de repetirlas varias veces, márcalas con una raya de lápiz.

Si te parece que una expresión encierra una riqueza partiicularmente fecunda, puedes subrayarla con varias líneas, según el grado de riqueza que percibas. Coloca al margen una indicación según lo que te inspire aquella estrofa, por ejemplo, confianza, intimidad, alabanza, adoración...

Puede suceder que un mismo salmo, o una misma estrofa, un día te diga poco y otro día mucho. Es que una misma persona puede percibir una misma cosa de diferentes maneras en diferentes momentos. Si no te dice nada el salmo, déjalo en blanco.
Otro día «estudia» el salmo segundo de la misma manera. Y así los ciento cincuenta salmos. Al cabo de un año o dos, tendrás «conocimiento personal» de todos ellos. 
Cuando quieras alabar, ya sabrás a qué salmos acudir. Cuando quieras meditar sobre la precariedad de la vida, o necesites consolación, o desees adorar, cuando busques confianza o sientas «necesidad» de entrar en intimidad, ya sabrás a qué salmos o estrofas acudir.

De esta manera, irás poco a poco aprendiendo de memoria estrofas cargadas de riqueza, que te servirán de alimento para cualquier circunstancia. Acaba con un propósito de vida. Ofrecemos aquí una lista orientadora de salmos con sus correspondientes sentimientos.

Salmos que expresan confianza, abandono, intimidad, nostalgia y anhelo de Dios:
3, 4, 15, 16, 17, 22, 24, 26, 30, 35, 38, 41, 50, 55, 61, 62, 68, 70, 83, 89, 90, 102, 117, 122, 125, 129, 130,138, 142.

Salmos que expresan asombro ante la contemplación de laCreación con el sentido de gozo personal y gloria a Dios:8, 18, 28, 64, 88, 91, 103.

Salmos que expresan alabanza, exaltación, acción de gracias:
3, 66, 91, 112, 134, 135, 144, 146, 148, 149, 150.

Salmos que expresan la fugacidad de la vida frente a laeternidad de Dios:
38, 89, 92, 101, 102, 134, 138.

Los números en cursiva indican que el tema señalado se da en ellos en grado más intenso. En cuanto a la numeración,se ha seguido la de la Biblia Vulgata. Como punto de referencia, indicamos que el salmo 50 es el Miserere.

Lectura meditada
La meditación es una actividad mental en la que se manejan conceptos e imágenes, saltando de las premisas a conclusiones, distinguiendo, induciendo, deduciendo, explicando, aplicando, combinando diferentes ideas sobre un tema previamente señalado, con variados fines: para clarificar una verdad, para conocer mejor a Dios, para profundizar en la vida de Jesús y así poder imitarlo; en fin, para tomar una resolución con vistas a transformar una vida. La meditación enriquece el alma con conocimientos de la vida divina. Pero, en mi opinión, es una vía demasiado complicada para iniciar a los principiantes en el trato conel Señor Dios.

Es como una navegación a fuerza de brazos y remos, y el hombre de hoy difícilmente llega por esta vía al puerto que es Dios mismo porque vivimos unos tiempos intuitivos y no discursivos, estamos inclinados más a los enfoques emocionales que racionales. La misma santa Teresa sentía poca simpatía por la meditación discursiva: «... tomando a los que discurren (meditan) les digo que no se les vaya todo el tiempo en esto, porque, aunque es meritorio... no es oración sabrosa... Se presenten delante de Jesucristo y, sin cansancio del entendimiento, se estén hablando y regalando con él, sin cansarse en componer razones, sino presentar necesidades...» Sin embargo, la meditación es una actividad espiritual absolutamente necesaria para profundizar en los misterios de Dios y para crecer en la vida divina.

Ahora bien: si la meditación es tan necesaria como difícil, ¿dónde hallaremos la solución? Primeramente en la lectura meditada. Y, en grado menor, en la meditación comunitaria.

Repetimos una vez más: Necesitamos apoyos para dar los primeros pasos con el fin de adquirir o recuperar el sentido de Dios. Muchos cristianos tienen vivos deseos de volar hacia el sumo vértice de Dios pero no tienen todavía suficiente consistencia y fortaleza para navegar sobre aguas tan profundas y mal conocidas. Se sienten incapaces de estar a solas a los pies del Maestro por un tiempo más o menos largo. Necesitan muletas para caminar. Quisieran pero no aciertan a hablar, como los infantes. No encuentran corrientes afectivas que los arrastren, en círculos convergentes, hacia el centro.

Necesitan apoyos. Y ningún apoyo tan válido, para ellos, como la lectura meditada.Todo lo que hemos dicho de la oración vocal, tenemosque aplicarlo aquí: es la palabra escrita la que va a sujetara la mente y conducirla por los senderos de una reflexión ordenada y fecunda. Es conmovedora la declaración de santa Teresa: «Yo estuve más de catorce años que nunca podía tener aún meditación sino junto con lectura.»

Con gran espontaneidad y sin ninguna inhibición sigue diciendo la santa que, a no ser inmediatamente después de comulgar, nunca se atrevía a entrar en el atrio de la oración si no estaba acompañada de un libro. Y si pretendía orar sin tener a mano un libro, se sentía a sí misma como si estuviera en trance de entrar en recia batalla con un ejército numeroso. Si tenía a mano el libro, era éste como un escudo que recibía los golpes de las distracciones, y ella quedaba tranquila y consolada. Confiesa que la sequedad nunca le dio guerra. Sin embargo, al faltarle el libro caía en árida impotencia. Sólo con abrir el libro, sus pensamientos entraban en orden, dirigiéndose dócilmente hacia el Señor. Unas veces leía poco, otras mucho, según el espíritu.

¿Cómo practicarla?

En primer lugar, tenga el cristiano un libro esmeradamente seleccionado que facilite al mismo tiempo la reflexión y el afecto, un libro que ponga y retenga al alma en presencia del Señor Dios. Sin embargo, el primer libro para la lectura meditada es, naturalmente, la Biblia.

Yo aconsejo siempre que el cristiano tenga hecho su «estudio» personal sobre diferentes materias de los diferentes libros bíblicos. Es muy útil que, después de hacer sus «investigaciones» personales, disponga el cristiano de un cuadernito donde tenga anotadas sus propias indicaciones, de tal manera que si quiere meditar, por ejemplo, sobre el amor de Dios, la esperanza, vida eterna, consolación, fe, fidelidad, etcétera, sepa con certeza a qué libro de la Biblia acudir.

En segundo lugar, para hacer, propiamente, la lectura meditada, haga así. Tome una posición descansada. Pida la luz del Señor. Sepa exactamente sobre qué argumento quiere meditar o, al menos, en qué parte de la Biblia va a centrar su atención.

Supongamos que se trata de un capítulo de las cartas paulinas. Comience a leer. Lea despacio, muy despacio. En cuanto lee, medite. En cuanto medita, lea. Supongamos que una idea le parece interesante. Deténgase; levante sus ojos del libro. Profundice la idea. Continúe leyendo despacio. En cuanto lee, siga meditando. Supongamos que no entiende un párrafo. En ese caso vuelva atrás. Haga una amplia relectura y vea cuál es el contexto de aquella idea, y por el contexto entenderá seguramente el sentido delpárrafo. Siga leyendo despacio.

Supongamos que, de pronto, surge un pensamiento que le impresiona fuertemente. Levante sus ojos y exprima todo el jugo a aquel pensamiento, aplicándolo a la vida...Si de pronto siente ganas de conversar con el Señor, dirigirle un afecto adhesivo, adorar, asombrarse, agradecer, pedir perdón, fuerza..., hágalo con calma. Si no se produce nada especial, siga con la lectura reposada, concentrada, tranquila.

Hay que tener presente, sin embargo, que lo ideal es que esa lectura «agarre» al cristiano y lo arroje efectivamente en los brazos del Señor para, finalmente, transformarlo en imagen viva de Jesús y testigo suyo en medio del mundo. Si a lo largo de la lectura meditada se produce una «visita» del Señor, no se le ocurra seguir remando. Abandone a un lado los remos y déjese llevar del viento de Dios, conformándose con estar cabe el Señor. Es muy conveniente que cada lectura meditada acabe con un propósito concreto de vida según el rumbo de las ideas que se han meditado. Este método no sólo es provechoso para los principiantes sino también para los muy avanzados en los misterios de Dios, sobre todo en las temporadas de sequedades, arideces,pruebas y noches.

Meditación comunitaria
El segundo camino, relativamente fácil y provechoso parameditar, es la meditación comunitaria. Ella consiste en que un pequeño grupo de personas se reúne para reflexionar sobre diferentes temas de la vida cristiana. Se comienza por la lectura de un fragmento bíblico o de un capítulo de un libro que circunscriban la materia que se va a meditar. De esta manera, además, queda ambientado e iluminado el tema. Es conveniente también rezar una oración común, como un salmo o una invocación al Espíritu Santo. Luego, cada persona hace su reflexión espontánea delante de los demás asistentes, comunicando lo que le sugiere el tema mismo o su aplicación a la vida, pudiendo hacerse también un rodeo por otros campos paralelos, afines al tema central. Y así, sucesiva y espontáneamente, van participando todos.

Para que la meditación comunitaria dé su fruto, es imprescindible que, en el grupo, haya tranquilidad, sinceridad y confianza mutua. De otra manera, queda bloqueada la espontaneidad y la acción del espíritu. Es necesario también evitar a toda costa el vedetismo, esto es, el afán de lucir, de decir cosas originales o de hacerlo con más brillo que los demás.

Es conveniente que los asistentes, además de enriquecerse mentalmente, afinen criterios prácticos, tomen en común decisiones concretas para la vida fraterna o pastoral. Así, la lectura meditada se transforma en una escuela de vida y amor. He conocido cristianos a los que el Evangelio se les caía de las manos porque no les decía nada. Pero una vez ingresados en un grupo meditante descubrieron insospechadas riquezas y, ¡cosa extraña , arrastrados por el epíritu comunitario han «sacado» de su interior, y comunicado a los demás, grandes novedades sobre Jesús, descubrimientos que, más que a nadie, les han extrañado a sí mismos. Si en este momento se establece una corriente afectuosa con el Señor a nivel personal y grupal, entonces puede darse una hermosa oración comunitaria.

Oración comunitaria
Entiendo por oración comunitaria el hecho de reunirse varios cristianos para orar espontáneamente y en voz alta, uno después de otro. Para que la oración comunitaria sea convincente es necesario que las personas que allá participan hayan vivificado anteriormente su fe y se hayan «entrenado» en el trato personal con el Señor. De otra manera, se va a dar la impresión de que allá «suenan» palabras, y a veces palabras bonitas, pero, como aquellas palabras de Ionesco, serán incapaces de mantenerse en pie porque les falta contenido.

Es necesario también que no existan cortocircuitos emocionales entre los orantes comunitarios. Aunque estos orantes estén personalmente llenos de fervor, ocurre un fenómeno curioso: los estados conflictivos entre los hermanos congelan el fervor personal y bloquean al individuo en su relación con Dios: en una palabra, la distancia entre los hermanos se convierte en distancia entre el alma y Dios.

Sin embargo, no sería necesario, como condición indispensable, la existencia de una gran confianza entre los asistentes. Más de una vez he presenciado hermosos resultados entre los participantes que no se conocían anteriormente. Lo importante es que no haya situaciones conflictivas entre los asistentes. Algunas personas, por su temperamento reservado, sienten un no sé qué frente a esta clase de comunicaciones. 

 Es bueno invitar, aun a éstos, a comunicarse, pero sin violentar su natural reservado. Existe también una ley de psicología general por la que cualquier intimidad exige reserva, y a mayor intimidad, mayor reserva. Así como los amantes de este mundo se alejan para sus encuentros de toda presencia y miradas humanas, así los grandes contempladores como Moisés, Elias, Jesús, buscan la soledad completa para sus encuentros con Dios.

Francisco de Asís no sólo iba a las altas montañas para sus comunicaciones con el Señor sino que, aun allá, se escondía en las grutas solitarias y oscuras. A pesar de esto, si en un grupo orante se produce el contacto vivo con Dios, ese grupo se transforma en un nuevo cenáculo, y esa plegaria comunitaria encierra el ímpetu y la fecundidad de Pentecostés. Eso sí, para derramarse ante el Señor y ante los hermanos es necesario que los orantes provengan del «desierto», cargados de fe y amor.

Oración litúrgica
La plegaria litúrgica, para el presente caso en que buscamos medios pedagógicos para adquirir o recuperar el sentido de Dios, está en la misma línea de la oración vocal.
Ciertamente tiene una dignidad y eficacia particulares por tratarse de la plegaria oficial de la Iglesia. Por otra parte, sus ritos los envuelve en una belleza excepcional, ofrece los textos más selectos de la palabra de Dios, y en todo momento está presente un alto sentido comunitario. Todo lo cual convierte a la oración litúrgica en la gran plegaria del Pueblo de la Alianza.

Sin embargo, la oración litúrgica, que es alimento para las multitudes y solemne homenaje del pueblo a su Dios, necesita interioridad y devoción personal para llegar a ser la verdadera adoración «en espíritu y verdad» (Jn 4,24). Aquí es aplicable lo que decía el dramaturgo Ionesco: Las palabras son como los sacos: vacías, se caen. Lo que las mantiene en pie es su contenido.

Quiere decirse: si el alma viene «entrenada» en el trato con Dios, «cargada» de Dios, entonces la oración litúrgica será para ella como un plato exquisito, un banquete insuperable que no solamente vigorizará a esa alma sino que, por contagio comunitario, estimulará a las multitudes transformándolas en un Pueblo de adoradores en espíritu y verdad (Jn 4,24). Pero si el alma llega vacía, o no da pleno sentido a las ceremonias, podría ocurrir que la plegaria litúrgica no lleguea ser un encuentro con Dios ni con los hermanos, cumpliéndose aquellas palabras: «Este pueblo me honra con suslabios, pero su corazón está lejos de mí» (Is 29,13).

Oración carismática
En estos últimos años ha surgido un movimiento de oración en todo el mundo. Recibe diferentes nombres: oración carismática (debido al despliegue de los carismas del Espirito Santo), oración pentecostal...

Sus efectos suelen ser losde una mañana de pentecostés: embriaguez sin vino, conversiones fulgurantes y una inundación irresistible del Espíritu. Han aparecido muchos libros sobre esta materia. En mi opinión, es uno de los medios más eficaces para vivificar la fe, para experimentar la proximidad arrebatadora de Dios y para que las almas queden marcadas, posiblemente para siempre, por el fuego vivísimo de Dios. Además, existe la ventaja de que todo este proceso se desarrolla a nivel comunitario.

A estos encuentros de oración se llega con una espontaneidad admirable y arriesgada, sin ninguna preparación; nadie se preocupa de lo que va a decir o hacer quien va a hablar. No hay orden del día o tabla de materias, ninguna planificación. Todas esas preocupaciones se depositan en las luces del Espíritu Santo. Los orantes llegan con un espíritu alegre, fraterno y comunicativo.

Se comienza con un canto, con una lectura o con un grito de alabanza, según lo que «dicte» el Espíritu. Todos rezan a la vez y en voz alta; y el clamor de los orantes sube y baja como oleadas sucesivas. Allí reina la espontaneidad más completa. Se grita, se reza, se llora, se produce una alegría indescriptible en una gran apertura frente a Dios y frente a los hermanos, sobre todo a la hora de los testimonios. Los gritos son de alabanza, súplica, júbilo y exaltación espiritual.

Toda esa oración es dirigida generalmente a Jesús. A veces, los orantes no hacen sino repetir una y otra vez una sola exclamación. Hay quienes no salen de dos o tres frases. Otros, en cambio, son arrebatados por la ola de la inspiración y manifiestan expresiones que de ninguna manera podrían explicarse humanamente.Todo esto se desenvuelve en un verdadero tumulto, enmedio de un enorme desconcierto. Pero, paradójicamente, parece un verdadero concierto en el que el rumor de los orantes sube y baja en un flujo y reflujo, como las olas que van y vienen. Las horas van pasando y nadie siente fatiga. De pronto alguien se levanta, habla espontáneamente bajo el impulso del Espíritu, sus palabras son acompañadas por las aclamaciones de los asistentes y gritos de alabanza.

A veces, personas incultas en materia religiosa dicen sublimidades que están fuera del alcance de los teólogos profesionales. Reina una sinceridad radical, una apertura en la que se abren todas las ventanas del alma, absolutamente todas, se hacen confesiones públicas con humilde arrepentimiento, pero sin sentirse humillados. Se exteriorizan promesas, rotundas decisiones de conversión. Deja en los asistentes ganas de orar más, de salir a la calle y hacer inmediatamente el bien a todos, tratarlos como hermanos, perdonar, servir, amar.

Sé que no todo es oro puro. En todo esto hay algunadosis (¿quién podría precisar su grado?) de contagio colectivo (psicosis). En algunos grupos existe una exagerada preocupación por el don de lenguas, curación de enfermedades, recepción espectacular del Espíritu Santo...

No obstante, a pesar de las reservas, lo considero como el método ideal para llegar, quemando muchas etapas, a la experiencia de Dios. Lo considero como un movimiento providencial para la Iglesia católica, tan ritualista en otros tiempos y de tanta depresión de la fe entre algunos eclesiásticos de nuestros días. Tengo la impresión de que se avecina una gran era del Espíritu para la Iglesia de Dios.

5. Devoción y consolación

Devoción
Fácilmente se la confunde con la emoción o con cualquier factor sensitivo. Ciertamente la devoción contiene algunos elementos afectivos pero, en su esencia, es otra cosa. Es un don especial del Espíritu que habita y disponeal alma para todo bien obrar. A veces es el resultado de una «visita» de Dios que sobreviene en la oración y la sostiene. La devoción nos hace sentir fuertes para superar las dificultades, ahuyenta la tibieza, llena el alma de generosidad y audacias, pone claridad en la mente, acrecienta el entusiasmo por Dios, se apagan los apasionamientos mundanos, se superan con facilidad y felicidad las tentaciones; en fin, pone en el corazón del hombre prontitud, decisión y alegría. La esencia de la devoción no es, pues, sentimiento sino prontitud. Jesús sentía náuseas en Getsemaní; sin embargo, tenía devoción filial para dar cima a la proposición del Padre.

Sin embargo, la devoción contiene una cierta dosis de emotividad que, a veces, se debe al temperamento; pero esa emoción no está necesariamente en proporción al verdadero amor, cuyo termómetro exacto es la disposición para cumplir la voluntad del Padre.
«Es ya cosa sobrenatural y que no la podremos procurar nosotros por diligencias que hagamos. Porque es un ponerse el alma en paz, o ponerla el Señor con su presencia, porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el alma que está ya junto a su Dios que, con poquito más, llegará a estar hecha una misma cosa con El en unión...Siéntese grandísimo deleite en el cuerpo, y gran satisfacción en el alma. Está tan contenta de sólo verse cabe la fuente que, aun sin beber, está ya harta.
No le parece hay más que desear. Las potencias sosegadas... La voluntad es aquí cautiva»
.

Por su propia naturaleza, el amor es siempre una fuerza ardiente; y en la medida en que crece en profundidad, se hace más sensible.
El amor es inevitablemente «sentido» tanto en el gozo de la unión como en el vacío doloroso de la ausencia. En ciertas espiritualidades, como en la franciscana, los rasgos sensitivos sobresalen por su intensidad. Toda devoción gozosa que impele a la superación de sí mismo a través de la negación, buena es. De otra manera encierra peligros sutiles de narcisismo, glotonería espiritual y egoísmo alienante.
Se puede buscar a Dios por la paz y consuelo que su Presencia origina, y no por Sí Mismo.
Se puede buscar la dulzura de Dios en vez de buscar al Dios de ladulzura, retardando o dejando de lado definitivamente la unión transformadora. Sin embargo, la «visita» (Presencia «sentida» de Dios)produce iempre «suavidad» y «delicia» (Sal 33; 85; 99;144).

Así como el comer y beber traen satisfacción y deleite, así cualquier facultad que fue estructurada para unobjetivo determinado, logrado el objetivo, se produce lasensación plenificante o satisfacción. Creado el hombre a imagen y semejanza de Dios (como una saeta disparada hacia un blanco divino), es inevitable que cuando ese hombre haya alcanzado en algún grado su Objetivo, sienta ungozo sensible (devoción). Sin embargo, justamente para evitar buscarnos sutilmente a nosotros mismos con la devoción sensible, Dios muchas veces retuerce esa ley natural: a pesar de que el alma ha alcanzado a Dios en grado bastante subido, no obstante se Dios deja a veces al alma ansiosa, vacía...

He ahí la razón de las arideces y de las noches purificadoras. Se comprende que a las almas que vienen de la dura batalla de la vida, la palpitación de Dios les sepa a refrigerio; necesitan de la devoción sensible como de la respiración.
Si no hay gozo sensible para ellas, es como si al navegante le faltaran los remos.

Consolación
En la tristeza, en la enfermedad, en el luto, en la persecución, el hombre tiene necesidad de consolación. Sus familiares y amigos acuden a consolarlo cuando los demás lo abandonan. Pero aun esas palabras son tan sólo un tenue alivio.
El hombre se queda solo con su dolor.
En los momentos decisivos estamos solos. En la Biblia el caso típico, símbolo de todas las desolaciones, es el abandono total de Jerusalén, arrasada, saqueada, quemada, deportada al exilio y olvidada de Dios: «Dios me ha abandonado, el Señor se ha olvidado de mí» (Is 49,14). Pero tanto el profeta Jeremías como el profeta Isaías ofrecen el «libro de las consolaciones». Dios se presenta como unpadre cariñoso anunciando que «por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré» (Is 54,1-9). Hay ciertos momentos en que nada ni nadie es capaz deconsolarnos.

La desolación alcanza niveles demasiado profundos: ni amigos ni familiares ni amantes pueden llegar a esa profundidad.
A veces se dan situaciones indescriptibles, incluso indescifrables para nosotros mismos; no se sabe si es soledad, frustración, nostalgia, vacío o todo junto. Sólo Dios puede llegar hasta el hondón de esa sima.

No hay alma que no tenga la experiencia de que, hallándose en ese estado, repentinamente y sin saber cómo, uno siente una profunda consolación como si un aceite suavísimo se hubiera derramado sobre las heridas. Dios bajó sobre el alma herida como una blanca y dulce enfermera.
Otras veces el hombre llega a sentirse como un niño impotente: desengaños, una grave enfermedad, un fracaso efinitivo, la proximidad de la muerte... La desolación es demasiado grave, sobrepasa todas las medidas.

¿Quién podrá consolarlo? ¿El amigo? ¿La esposa? «Como una madre consuela a su niño, así os consolaré yo» (Is 66,10-14).

El consuelo de Dios sabe a aceite derramado que llega hasta las heridas de la desolación. Y si la desolación es debida a la ausencia de Dios, entonces una «visita» de Dios es capaz de «trocar la oscuridad en luz; brotarán manantiales de agua y los montes se transformarán en caminos y los desiertos en jardines» (Is43,1-4).

Toda ausencia produce tristeza. Jesús se va a ausentar. Los suyos sentirán sensación de orfandad. En la oración ocurre otro tanto: la sensación de oscuridad, la impresión de lejanía, ausencia o silencio de Dios deja en el alma algo asi como orfandad, tristeza, desolación. En ambos casos, «no os preocupéis», les dice Jesús. Os enviaré a Alguien que,por naturaleza, es «el Consolador». Por aquellos días los grupos cristianos «progresaban en el amor de Dios y vivían desbordantes de consolación del Espíritu Santo» (He 9,31). San Pablo descubrió que la consolación brota de la desolación. Había sobrevivido a una tribulación desgarradora hasta el punto de sentir en su carne la garra de la muerte; allá mismo comprobó al Dios de toda consolación que consuela sobre toda medida.

Su Segunda carta a los Corintios es la Carta Magna de la consolación bíblica. La introducción al capítulo primero es un juego alternado de consolación y desolación. Da la impresión de que ambas impresiones acababa de «sufrirlas» de manera vivísima.

«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación mediante el consuelo con que nosotros somos consolados. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación nuestra. Si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la consolación» (2 Cor 3-8).

Y en el capítulo séptimo sentimos a Pablo triturado por dentro y por fuera, combatido por luchas y temores. Pero, una vez más, vemos cómo desde las heridas de la tribulación nace la llama de la consolación.

«Efectivamente, llegando a Macedonia no tuvo sosiego nuestra carne; antes bien, nos vimos atribulados en todo:por fuera luchas, por dentro temores. Pero Dios, que consuela a los débiles, nos consoló con la llegada de Tito, y no sólo con su llegada sino también con el consuelo que le habíais proporcionado, comunicándonos vuestra añoranza, vuestro pesar, vuestro celo pormí hasta el punto de colmarme de alegría» (2 Cor 7,5-8).213