Muéstrame tu rostro 3-5: Posiciones y circunstancias

Una vez más, tenemos que recordar que cada persona experimenta las cosas de manera singular e irrepetible. No hay enfermedades sino personas enfermas, y una misma receta aplicada a diferentes enfermos produce diferentes efectos.

Vamos a dar aquí unas sugerencias concretas, pero es cada cristiano el que tiene que ensayar las diferentes recetas; hacer eventualmente, con ellas, combinaciones diversas y, al final, quedar con lo mejor. No somos ángeles. 

Muchas veces pensamos a partir de una dicotomía y de unos conceptos dualistas. Hablamos de la gracia y el alma. No se trata del alma sino de la naturaleza, es decir, cuerpo y alma. Ambos están integrados en unidad tan indisoluble que no hay bisturí en el mundo que pueda señalar las fronteras entre el uno y la otra. Para orar, hay que contar con el cuerpo. Una postura corporal adecuada puede solucionar un estado de aridez. Una respiración, hecha con lentitud y profundidad, puede desvanecer la ansiedad.

Una posición correcta puede ahuyentar las distracciones. 
Cuando, por diferentes motivos, es absolutamente imposible orar, el cristiano puede adoptar corporalmente posiciones que signifiquen adoración, por ejemplo, prosternarse en tierra y permanecer así, adorando, sin expresar nada ni mental ni vocalmente. Podría ser una excelente oración para un determinado momento.

Cuando el cristiano se encuentre sumamente dolorido y enfermo, en cama, no pretenda rezar nada, no diga nada. Simplemente extienda los brazos como Jesús en la cruz; entregúese como ofrenda. Será la adoración de su cuerpo doliente. Cualquier posición que, como señal exterior, indique receptividad, acogida o abandono, ayuda para que el alma tenga la misma actitud.

Naturalmente, las posiciones exteriores son extrínsecas ala oración misma, y por consiguiente tienen una importanciasecundaria. No obstante, en momentos determinados, pueden constituir una ayuda sustancial para el encuentro con Dios.
Muchos cristianos se quejan de sus dificultades y distracciones, casi invencibles, para recogerse en la presencia del Señor. 
¿No sucederá esto, muchas veces, por descuidar los factores exteriores? Por ejemplo, con una respiración agitada o superficial, difícilmente llegará el cristiano a un encuentro profundo.

Posiciones para orar
Anda por ahí un precioso folleto que se titula Le corpset la priére (Editions du Feu Nouveau, Paris).
Algunas de laspresentes sugerencias están inspiradas ahí.

De pie.
—No olvidemos que los judíos —y por tanto Jesús también— oraban de pie. Colócate de pie. Las puntas de los pies pueden estarmás o menos abiertas, sin estar necesariamente juntas. Losque sí deben estar juntos, y tocándose, son los talones, de tal manera que el peso del cuerpo caiga equilibradamente porla arboladura de la columna vertebral, sintiendo distensión muscular y serenidad nerviosa. La cabeza erguida pero no rígida. Esta posición regula la respiración, activa la circulación y neutraliza el cansancio muscular.

Los brazos pueden estar en diferentes posiciones: abiertosy extendidos hacia adelante, en actitud receptiva.

Abiertos y levantados hacia arriba para expresar una súplica intensa o cualquier impresión fuerte, sea de gratitud o exaltación.
Abiertos, los antebrazos en cruz y los brazos y manos levantados hacia arriba, palmas hacia adelante para expresar disposición y prontitud.
Brazos-manos recogidos y cruzados sobre el pecho para expresar recogimiento o intimidad.
Manos juntas y dedos cruzados, apoyado todo (o no) sobre el pecho para manifestar interiorización, gratuidad, súplica.
Brazos completamente abiertos en forma de cruz para la oración de intercesión, de carácter universal. No olvidemos cuántas veces los salmos hacen referencia a los brazos extendidos: «Todo el día estoy clamándote, Dios mío; y extiendo mis manos hacia ti» (Sal 88; cf 62 y 118).

Los ojos pueden estar completamente cerrados. Esto, de por sí, significa intimidad. De hecho, esto ayuda a muchos a recogerse. A otros, en cambio (de ojos cerrados) les asaltan toda clase de imágenes.

Pueden estar (los ojos) entornados y recogidos, focalizados sobre las puntas de los pies, la boca del estómago u otro lugar fijo, con tal que siempre miren, de alguna manera, «hacia dentro».

Pueden estar (los ojos) completamente abiertos, dirigidos hacia arriba, hacia adelante, mirando un punto fijo o mirando al infinito. La inmovilidad ocular (y corporal, en general) ayuda la quietud interior. Según en qué entorno se encuentre, el orante puede mirar una imagen, el sagrario, el crucifijo...

Sentado.
—Si está sentado en un banco o en una silla, debe apoyar la espalda en el respaldo del asiento, de tal manera que el peso caiga equilibradamente, teniendo presentes las normas generales sobre los brazos, manos y ojos.Se puede, también, sentar a la manera llamada «carmelitana»: se arrodilla, se sienta sobre los talones, con las puntas de los pies levemente juntas y los talones un tanto separados. Los brazos deben caer libre y suavemente, apoyadas las manos (palmas hacia arriba o hacia abajo) sobrelos muslos.

Para el que no está acostumbrado esta posición puede resultarle, al principio, un tanto incómoda. Cuando el cuerpo se habitúa, resulta una posición descansada y expresiva: indica humildad, disponibilidad, acogida. Para evitar la molestia, muchos utilizan unos banquitos, de la siguiente manera: una vez que está de rodillas, coloca el banquito encima de las piernas, junta las puntas de los pies, distancia los talones y las rodillas; se sienta, lenta y completamente, sobre el banquito. Es una posición sumamente cómoda. Existen, también, otras maneras de sentarse.


Postrado.
—Postrarse en el suelo es la posición de máxima humildad e indica y fomenta la adoración más profunda. Sus compañeros sorprendieron muchas veces a san Francisco en esta posición, en la sagrada montaña de Alvernia.

Primer modo: Con movimientos lentos, arrodíllate. Quédate así durante unos momentos. Después, inclínate (siempre con lentitud), curvando todo el cuerpo hasta tocar (apoyar) la frente en el suelo. Los brazos y las manos se apoyan en el suelo cerca de la cabeza. El peso del cuerpo cae, pues, sobre cuatro apoyos: pies, rodillas, frente, brazos-manos. Mantente en esta posición, respirando profunda y regularmente, hasta sentirte completamente cómodo. Al terminar la oración vuelve, con lentitud y suavidad, a sentarte o ponerte de pie.

Segundo modo: Arrodíllate primero; después, con movimientos lentos, acuéstate completamente de bruces en el suelo, con los brazos extendidos en cruz o recogidos a lo largo y junto al cuerpo, o colocando las manos como apoyo de la frente.
En los comienzos, se ha de ejercitar gradualmente. En los primeros ensayos no se ha de permanecer mucho tiempo en una misma postura. Deben evitarse posiciones que resulten forzadas o incómodas. Si te sientes a gusto, es señal deque la posición es correcta y de que se ha logrado una buena distensión muscular y nerviosa. Es el mismo cristiano quien tiene que ejercitarse en las diversas combinaciones hasta encontrar las posturas más adecuadas a su naturaleza. A cada actitud corporal debe corresponder una determinada actitud interior.

¿Dónde orar?
Hay quienes entran mejor en comunicación con el Señor estando en un templo recogido o en una capilla solitaria, en penumbra.
Hay quienes lo hacen mejor saliendo a una terraza, al jardín o al campo en una noche profunda, bajo el cielo estrellado, cuando ya se apagaron las voces del mundo. Otros se sienten más unidos a Dios mirando atentamente a una flor, o con la mirada perdida o divagando sobre un bello panorama, o en la soledad de un cerro.
Hay quienes nunca sintieron tan fuerte la presencia de Dios como cuando estaban visitando a un enfermo que despedía hedor desagradable, o al internarse en las negras barriadas para llevar una sonrisa o una palabra a los pobres.
Hay quienes no pueden recogerse si están en medio de un grupo orante; otros, en cambio, necesitan el apoyo del grupo.

¿Cuándo orar?
Hay quienes por la mañana amanecen descansados, inundados de paz. Es su mejor hora para concentrarse y orar. En cambio, a los que tienen intensa vida subconsciente, les sucede lo siguiente: durante el sueño, aprovechándosede la ausencia del vigilante que es la conciencia, el inconsciente irrumpe desde latitudes desconocidas, asalta e invade como ladrón toda la esfera de la persona donde gran parte de la noche actúa a su antojo. 

A consecuencia de esta invasión nocturna, esas personas despiertan cansadas y malhumoradas, más cansadas que cuando se acostaron, como si hubiesen estado toda la noche luchando contra no sé qué enemigos. Debido a ese fenómeno, he conocido personas que sienten profunda aversión a toda oración, comenzando por su nombre.

No saben por qué. Pero pronto se descubre una asociación inconsciente entre el mal humor y el sueño por un lado, y la oración por el otro, ya que ambas cosas fueron juntas durante muchos años, todas las mañanas. El anochecer, en general, es la mejor hora para orar. Se calmó la agitación. La luz brillante declinó. Parece que todas las cosas se aquietan y descansan. Se acabó el combate. Es la hora de la paz y de la intimidad. Hay también quienes prefieren hacerlo de noche. Ciertamente hay personas que, llegada la noche, no valen para nada; sólo para dormir.

Para las personas que no les sucede esto, la noche puede resultar la mejor hora para orar: se acabaron los compromisos; el mundo duerme; el silencio lo llena todo; todo convida a la intimidad con el Señor. En la tradición bíblica, los hombres buscan y usan la noche como el momento ideal para sus comunicaciones con el Señor. Así lo hacía Jesús.

¿Completa espontaneidad?
Vivimos la era de la espontaneidad. Hoy no se tolera ninguna imposición. Se huele en el aire la repugnancia instintiva contra todo cuanto signifique autoridad, paternidad... Desde los días de Bonhoeffer corre un mito que domina los ambientes y que es aceptado como verdad absoluta: la madurez dela humanidad y, por consiguiente, la madurez del individuo. Dos mitos —uno solo— que no resiste el análisis.

Hay ciertos axiomas evidentes y comunes: el que se siente adulto no lo proclama. El que publica a los cuatro vientos su categoría adulta es señal de que no la tiene. Un hombre maduro nunca se siente tratado como niño. Si uno se siente tratado como niño, es señal de que es efectivamente infantil.

¿Orar? Y responden a coro: Siempre y cuando tenga ganas.
Esto, que tiene cara de madurez, encierra mucho infantilismo. ¿Qué tal si seguimos sacando todas las conclusiones? ¿Estudiar? Cuando tenga ganas. ¿Trabajar? Cuando tenga ganas.

¿En qué acabaría el mundo con esta espontaneidad? En una anarquía infantil en nombre de la madurez adulta. En los diálogos y comunicaciones espontáneas son muchos —casi la mayoría— los que confiesan que si no hacenoración en la comunidad, nunca rezan después en privado, y que, si no rezan en el horario establecido por el reglamento, ya no rezan ni en común ni en privado.

Aquello de que el hombre ha llegado a la madurez es un mito sin consistencia alguna. Basta mirar un poco dentro de nosotros y otro poco fuera de nosotros, y comprobaremos en todas partes la incoherencia y la incapacidad para sostener en pie los compromisos asumidos; comprobaremos también que, muchas veces, la palabra es escritura en el agua.
Conocí personas consagradas que, en el terreno profesional, eran un portento de eficacia y organización: capaces de llevar adelante con alta eficacia colegios de miles de alumnos y hospitales complejos. Allá, en eso, eran realmente adultos: había orden, puntualidad, responsabilidad.

Estas mismas personas, sin embargo, según confesaban ellas mismas, eran pura irresponsabilidad en sus compromisos religiosos. ¿Quién entiende esta dicotomía?
Pienso que si no se dedican ciertos tiempos fuertes a la oración común, organizada por la comunidad, fácilmente se puede llegar a abandonar totalmente la oración misma. Es necesario establecer una jerarquía de valores, organizar la vida según esa jerarquía, dar a Dios lo que es de Dios, y que la comunidad venga en ayuda de la fragilidad individual, estableciendo horarios comunes de oración. Esto no impide que cada uno, espontáneamente, organice sus propios tiempos fuertes.

Debemos tener presente, como ya dijimos, que orar no es fácil y exige esfuerzo; y el instinto del hombre se agarra a la ley del menor esfuerzo. Por ese instinto, el hombre prefiere cualquier actividad exterior —porque es más fácil—que la actividad interiorizante de la oración. Ya que el instinto huye la oración, tiene que imponerse la convicción. Muchos buscan, también, en la fraternidad una presión psicológica, voluntariamente buscada. Me explico: hay personas que buscan otra persona para estimularse mutuamente en la vida con Dios. Intercomunicándose sus experiencias espirituales, se animan a continuar buscando con fidelidad al Señor. Conozco mucha gente que, mediante esta ayuda, se han mantenido muchos años en una elevada órbita.

Tratar ¿con Jesús o con el Padre?
A algunos se les hace difícil el ponerse en comunicacióncon el Dios trascendente.Estas mismas personas, en cambio, entran rápida y fácilmente en diálogo con Jesús resucitado y presente. Esta facilidad es más notable todavía cuando conversan con Jesús enla Eucaristía.

Se ponen en oración e, inmediatamente, sienten a Jesús como un ser concreto y próximo, como un buen amigo. Lo adoran, lo alaban, le piden perdón, fuerza o consuelo; con él y en él asumen sus compromisos y dificultades; se perdonan y perdonan a los demás, y así curan las heridas de la vida.

Uno no sabría dónde encuadrar esta oración o cómo definirla: ¿representación imaginaria?, ¿mirada simple de fe? Aunque se ha de recomendar la mayor libertad para cada personalidad, sin embargo, para los primeros pasos, es aconsejable este trato familiar con Jesús en la simplicidad de la fe.

En cambio, hay otras personas que, desde el principio,sienten una atracción oscura e irresistible hacia el Invisible, Eterno y Omnipotente. No se sabe si esto es una predisposición personal o una gracia particular. Ahora bien: cuando el alma va avanzando en zonas contemplativas más profundas, señalan los maestros espiritualesque el alma tiende a superar las formas imaginarias y corpóreas —de Jesús Amigo— y avanza hacia el encuentro directo del Dios Simple y Total que nos penetra, nos envuelve, nos sostiene y mantiene, en que las palabras son sustituidas por el silencio, en la fe pura.

Contra esta doctrina, generalmente admitida por todos los maestros espirituales, se yergue santa Teresa con resuelta energía, afirmando que en todos los estadios de la vida espiritual hay que fijar la mirada contemplativa en la humanidad de Jesús resucitado.

Sea como fuere, nosotros, en esto como en lo demás, aconsejamos al cristiano dejarse llevar por la gracia con docilidad y abandono porque ella puede tener un camino diferente para cada persona, y para una misma persona diferentes caminos para diferentes momentos.