Muéstrame tu rostro-Capítulo 3-1: Itinerario hacia el Encuentro


ITINERARIO HACIA EL ENCUENTRO
«El que se ha unido a Dios,adquiere tres grandes privilegios:la omnipotencia sin poder,la embriaguez sin vino, y la vida sin fin.»
KAZANTZAKI

«Descubre tu presencia,y máteme tu vista y hermosura;mira que la dolenciade amor, que no se curasino con la presencia y la figura.»
FRAY JUAN DE LA CRUZ

«Tu faz es mi única patria.»
SANTA TERESITA

Al escribir estos capítulos, lo hago pensando de manera iespecial en los cristianos que no pueden disponer de guíasu orientadores para alimentar y canalizar sus hondas aspiraciones. Queriendo facilitarles todo, he colocado las orientaciones en un orden práctico, a fin de que puedan hacer por símismos, sin necesidad de ayuda, su caminar hacia el interior del misterio infinito de Dios, transformando sus vidas en amor.

Sentido de este capítulo
La paciencia, la constancia y la esperanza serán como tresángeles guardianes que permanentemente nos acompañaránen el camino, sin permitir que la noche de la desolaciónnos sorprenda. Necesitamos paz.

Un cristiano poblado de cargas agresivas, resistencias secretas y rechazos viscerales no puedeentrar en el templo de la paz que es Dios. Para pacificar elalma, hemos colocado un proceso de purificación profunda,con ejercicios prácticos de abandono. Necesitamos calma.

Un cristiano, dominado por la dispersión interior, desintegrado por la agitación y el nerviosismo no puede llegar a la unión transformante con Dios. Para calmar el nerviosismo hemos colocado una serie de ejercicios, fáciles de practicar. Necesitamos, además, unidad interior.

Grandes olas se levantan en la navegación espiritual: distracciones, sequedades, arideces... ¿Qué hacer? Señalamos medios prácticos para superar tales escollos. Para dar los primeros pasos nos vamos a apoyar en la palabra como puente de unión entre el alma y Dios. Como medios prácticos hemos puesto la oración vocal, la lectura meditada, etc.
Hay aspectos que, aparentemente, son secundarios y- que,sin embargo, inciden en el resultado de la oración: ¿Dónde,cuándo, cómo orar? Posición, respiración... Damos orientaciones prácticas para problemas concretos.

Orar no es fácil
En mi opinión, una cosa que perjudica y desorienta a loscristianos es el asegurar que orar es cosa fácil, tan fácil como hablar con el padre, la madre o el amigo. Comprendo que sea fácil hacer una oración vocal, unas peticiones comunitarias, unas jaculatorias o una superficial comunicación con Dios. 

Pero profundizar en los inescrutables misterios de Dios, habituar y habilitar las facultades psicológicas para el crecimiento de la gracia, condicionando este crecimiento a los vaivenes de la estructura humana, continuar avanzando por las cuestas oscuras y fatigantes de las exigencias de Dios hasta la unión transformante..., todo este proceso es de una lentitud y dificultad exasperantes.

Entre las operaciones humanas, el avanzar a fondo en la vida con Dios es la operación más compleja y difícil. Orar no es fácil. La gracia ofrece un abanico ilimitado de posibilidades, desde el cero hasta el infinito.
 
No a todos se les ha dado la misma capacidad de desarrollo; no a todos se les exigirá la misma medida; a cada cual según la medida de la donación. La cuestión es que nadie puede decir: a mí se me ha dado tal potencia y solamente se me reclamará tal resultado. Sólo Dios es el dador, sólo El tiene la medida.

A nosotros nos corresponde ser fieles totalmente, sin elucubrar sobre cuánto se me ha dado y cuánto debo corresponder. Sea como fuere, con un algo de oración, sin apenas perseverancia y disciplina, no esperemos una fuerte experiencia de Dios, tampoco esperemos vidas transformadas ni, por consiguiente, profetas que resplandezcan

Orar es un arte
Aunque orar es fundamentalmente obra de la gracia, es también un arte, y como arte está sometido, a nivel psicológico, a las normas de todo aprendizaje como en cualquier actividad humana. El orar bien exige, pues, método, orden y disciplina. En una palabra, técnica. 

Comprendo que a una simple campesina, sin necesidad de técnica alguna, Dios, por la vía de gracias infusas y gratuidades extraordinarias, puede descubrirle insondables panoramas del misterio de su ser y su amor. Pero esas gracias ni se merecen ni se consiguen a pulso. Se «reciben» fuera de todo cálculo y lógica porque son gratuidad absoluta. 

La técnica, sin la gracia, no logrará ningún resultado. Pero, en sentido inverso, he observado también muchas veces y a simple vista que fuertes llamadas, almas dotadas de alta potencia, han quedado en las primeras rampas de la vida con Dios por falta de esfuerzo o disciplina, cuando en realidad habían «recibido» alas y fuelles para ascensiones extraordinarias.

Pensemos cuántos años se necesitan, cuántas energías, métodos y pedagogías, para cualquier formación humana: un pintor, un compositor, un profesional, un técnico. Si el orar es, entre otras cosas, un arte, no soñemos con alcanzar un alto estado en la vida con Dios sin energía, orden y método. Es cierto que aquí contamos con un pedagogo original que puede echar por la borda todos los métodos, meternos en las veredas más sorprendentes saltando por encima de las leyes psicológicas y pedagógicas.

Pero normalmente Dios se somete a las leyes evolutivas de la vida, igual que en el caso del grano de mostaza: es una semilla insignificante, casi invisible. Se siembra. Pasan los días y semanas, y, al parecer, no ocurre nada. Sin embargo, al cabo de un cierto tiempo, comienza a asomar algo así como un proyecto de planta que casi no se ve. Pasan los meses, crece y crece hasta que se forma un tupido arbusto, echa ramas y vienen los pájaros a poner sus nidos (Me 4,30-33). Este proceso lento y evolutivo es válido para toda vida, para el crecimiento en la oración, en la vida fraterna, para plasmar en nuestra vida la figura de nuestro Señor Jesucristo.

A vista de pájaro
Si miramos a vista de pájaro la marcha de la vida con Dios desde la oración vocal hasta las comunicaciones másprofundas, tendremos el siguiente panorama general.
En las primeras etapas, Dios deja la iniciativa al alma, con el funcionamiento normal de los mecanismos psicológicos.

La participación de Dios es escasa. Deja al hombre que se busque sus propios medios y apoyos, como si sólo él fuera el albañil de su casa.
Y aunque es verdad que en estas etapas abundanlas consolaciones divinas, la oración parece una edificación apoyada exclusivamente en un andamiaje humano. En la medida en que el alma avanza hacia grados más elevados, paulatina y progresivamente Dios va tomando la iniciativa e interviene directamente, mediante apoyos especiales. El alma comienza a sentir que los medios psicológicos que tanto la ayudaban anteriormente, son ya muletas inútiles.

Dios, cada vez con mayor decisión, arrebata al alma la iniciativa; la va sometiendo a la sumisión y al abandono, en la medida que va entrando en escena otro sujeto, el Espíritu,el cual finalmente queda como el único arquitecto hasta transformar el alma en «hija» de Dios, imagen viva de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.«Y el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza porque no sabemos pedir lo que nos conviene; masel mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables, y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según Dios» (Rom 8,26-28).Los primeros pasos son complicados.

El alma, como niño que comienza a andar, necesita apoyos psicológicos, métodos de concentración, maneras de relajarse, puntos de reflexión. Pero cuando Dios irrumpe en el escenario, el alma, ante la proximidad de Dios, siente el contraste entre su «faz» y la «faz» de Dios, y se siente arrastrada a sucesivas purificaciones por medio de una desapropiación general.

Lograda la pureza, la libertad y la paz, el alma no siente impedimento alguno para avanzar velozmente a velas desplegadas bajo la conducción de Dios hacia la unión transformante, mientras sobre ella se va esculpiendo llena de madurez, grandeza y servicialidad, la figura de nuestro Señor Jesucristo.

«Estas transformaciones interiores tienen un eco que repercute en la conciencia psicológica. Independientementede los favores extraordinarios, que causan verdaderos choques en la conciencia y dejan en ella una herida saludable, crea la gracia en el alma, silenciosa y lentamente, através de los gozos pasajeros y algunas veces desbordantes, a través de los sufrimientos violentos y hasta con ellos mismos, una región de paz: refugio al que no llegan sino excepcionalmente el ruido y las tempestades, oasis de fuentes de fuerza y gozo» (1).

La paciencia
Muchos emprenden la ruta de la oración. Algunos la abandonan casi de entrada, diciendo: Yo no nací para esto.
Dicen también: Es tiempo perdido; no veo los resultados. Otros,fatigados, se detienen en las primeras rampas, se estacionan en la mediocridad, continúan en la actividad orante pero a ras de tierra. 

 Hay también quienes avanzan, entre dificultades, hasta las regiones insondables de Dios. El enemigo principal es la inconstancia, la cual nace de la sensación de frustración que sufre el alma cuando se da cuenta de que los frutos no llegan o no corresponden al trabajo desplegado. Tantos esfuerzos y tan pequeños resultados, dicen. Tantos años dedicados asiduamente a la oración y tan poco progreso. Estamos acostumbrados a dos típicas leyes de la civilización tecnológica: la rapidez y la eficacia.

En cualquier actividad humana, el circuito dinámico funciona así: a tal causa,tal efecto; a tanta acción, tanta reacción; a tales esfuerzos, tales resultados.

Los resultados saben a premio y estimulanel esfuerzo. Continuamos en el esfuerzo porque palpamos los resultados positivos, mientras los resultados dinamizan el esfuerzo. Y así se desarrolla la corriente circular de la actividad humana, sin cortocircuitos. Pero en la vida de la gracia no sucede lo mismo. Nos parecemos, más bien, a aquellos pescadores que durante toda una noche se mantuvieron en vigilia con las redes extendidas, y en la madrugada seencontraron con que las redes estaban completamente vacías (Le 5,5).

Necesitamos paciencia para aceptar el hecho de que con grandes esfuerzos habrá pequeños resultados o, al menos, para aceptar la eventual desproporción entre el esfuerzo y el resultado. Dicen unos que la paciencia es el arte de esperar. Otros responden que es el arte de saber. Nosotros podríamos completar, combinando ambos conceptos: es el arte de saber esperar. Se espera porque se sabe.

Con otras palabras: la paciencia es un acto de espera porque se sabe y se acepta con paz la realidad tal como es. ¿Cuál realidad? En nuestro caso se trata de dos realidades.

La primera, que Dios es esencialmente gratuidad y, por consiguiente, que «su conducta» es esencialmente desconcertante. Y la segunda, que toda vida avanza lenta y evolutivamente.

Lo más difícil, para los que se han embarcado en la milicia de la fe, es tener paciencia con Dios. 

La «conducta» del Señor para con aquellos que se le entregaron es, muchas veces, desorientadora. No hay lógica en sus «reacciones». Por eso mismo no hay proporción entre nuestros esfuerzos por descubrir su rostro bendito y los resultados de ese esfuerzo; y muchos pierden la paciencia y, confundidos, lo abandonan todo.

 Dios es el manantial donde todo nace y todo se consuma. Es el pozo inagotable de toda vida y gracia. Todo lo disone y dispensa según su beneplácito. En el dinamismo general de su economía, sólo existe una dirección: la de dar.

Nadie puede exigirle nada. Nadie puede cuestionarlo, enfrentándolo con preguntas. Las relaciones con El no son de la naturaleza de nuestras relaciones humanas. En nuestras interrelaciones hay contratos de compraventa, trabajo y salario, mérito y premio. En la relación con Dios no existe nada de eso. Sólo hay regalo, gracia, dádiva. El es de otra naturaleza: El y nosotros estamos en diferentes órbitas. El que se decide a tomar en serio a Dios, lo primero que necesita hacer es tomar conciencia de esta diferencia y aceptarla con paz. Eso significa tenerpaciencia con Dios.
Sí.

El está en otra órbita; en la órbita de la pura gratuidad. Nosotros no podemos trazar coordenadas paralelas, como quien dice: Después de hacer millares de experimentos en materia pedagógica, se ha llegado a esta constante: en quince horas de enseñanza de matemáticas, con esta pedagogía, un alumno de coeficiente intelectual normal aprende (es una constante) nueve lecciones. Es un experimento científico: a tal causa, tal efecto. Está comprobado.

Nosotros no podemos ahora levantar un paralelismo diciendo: quince horas de oración, con este método y estas circunstancias, tienen que dar, en una persona normal, el siguiente y palpable resultado: cinco grados de paz y dos grados de humildad. No podemos sacar tales deducciones: estamos en diferentes órbitas. Al contrario, pueden suceder cosas completamente imprevisibles, por ejemplo, que quince horas de oración nos den por resultado un grado de paz y que, al día siguiente, una hora de oración nos dé quince grados de paz. Si en la vida con Dios hubiese constantes, no habría en este mundo gente que dejara de rezar. Por ejemplo, si poruna hora de oración se consiguiera normalmente dos grados de paz, todo el mundo encontraría tiempo para orar.

Pero en el mundo de la gracia no hay ley de proporcionalidad ni cálculo de probabilidades ni constantes psicológicas. Es bueno caminar hacia Dios por métodos de oración ya experimentados, pero sin perder de vista el telón de fondo que es el misterio de la gracia.
 
Paciencia significa tomar conciencia y aceptar con paz el hecho de tener que movernos en esta dinámica extraña, desconcertante e imprevisible que, no raras veces, pone en jaque la paciencia y la fe. Nuestro Dios es desconcertante. En el momento menos previsto, como en un asalto nocturno, Dios cae sobre una persona, la abate con una presencia poderosa e inefablemente consoladora, la confirma para siempre en la fe, y la deja vibrando quizá por todos los días de su vida. Ante operaciones tan espectaculares y gratuitas, muchos quedan preguntándose: ¿Y por qué no a mí?

A Dios no se le pueden formular preguntas. Hay que comenzar por aceptarlo tal como es. A otras personas las lleva el Señor por las arenas del desierto, en una eterna tarde de aridez. 
A otras les dio una notable sensibilidad para con las cosas divinas como predisposición innata de personalidad, y, sin embargo, nunca les concedió una gratuidad infusa propiamente tal. 
Hubo hombres en la historia que jamás se preocuparon de Dios ni para atacarlo ni para defenderlo; no obstante el mismo Dios salió al encuentro de ellos con gloria y esplendor. Hay quienes navegan sobre un mar de consolaciones, de horizonte a horizonte de su existencia.

Hay almas destinadas a hacer su peregrinación a través de una perpetua noche, y noche sin estrellas. Personas hay que caminan entre altibajos y vaivenes, bajo el brillante sol o espesas nubes. Para otros, su vida con Dios es un día perpetuamente gris.

Cada persona es una historia, y una historia absolutamente única y singular. El que quiera alistarse entre los combatientes de Dios, debe comenzar por aceptar esta realidad primaria: Dios es así: gratuidad. Usted se fue a pasar una tarde con Dios a un bosque lleno de soledad y paz; y resultó una tarde negra: total dispersión interior, aridez completa, incapacidad de concretar un pensamiento o un afecto.

Al día siguiente, viajando en un tren, abarrotado de gente loca y gritona, comenzó a pensar en su Dios y pronto quedó inundado de su presencia. Fue una oración sin precedentes; como nunca en su vida. Todo es así: imprevisible. Nadie puede cuestionar a Dios, diciendo: ¿Qué es eso, Señor? A este que trabajó una hora, ¿le estás pagando el mismo salario que a este otro que cargó con el peso del día? El va a responder: Lo que di a éste y a ése no es salario sino regalo, y de lo mío puedo hacer lo que considere conveniente. En este reino, continúa Dios, no existe el verbo pagar ni el verbo ganar.

Aquí nada se paga porque nada se gana. Todo se recibe. Todo es regalo, gracia. Tomad conciencia de esto: estamos en órbitas diferentes. Aquí no rigen los cánones de vuestra justicia equitativa. Mis medidas no son vuestras medidas. Mis criterios son otros porque mi naturaleza es otra.

Si las almas que acometen la subida a Dios —repetimos— no comienzan por darse cuenta y aceptar con paz la naturaleza gratuita y desconcertante de Dios, van a hundirse muchas veces en la confusión más completa. La observación de la vida me ha llevado a la conclusión de que la razón más común para el abandono de la oración es ésta: en la vida con Dios, a muchos, a veces, todo les parece tan sin sentido, tan sin lógica, tan sin proporcionalidad, que acaban teniendo la impresión de que todo es irreal, irracional... y lo abandonan todo.

Hay más: así como en la actuación de Dios para con las almas no hay lógica, tampoco existe lógica en las reacciones de la naturaleza. Y la vida con Dios se consuma en la frontera entre la naturaleza y la gracia. Esta persona durmió muy bien esta noche y, sin embargo, amaneció malhumorada y tensa. En la noche anterior no pudo dormir debido a los ruidos y mosquitos y, en cambio, despertó tranquila y relajada. 
En las vivencias humanas no hay líneas rectas. Por eso, el ser humano es tan imprevisible en sus reacciones. En un solo día, un mismo hombre puede ir saltando por los estados de ánimo más variados y hasta contradicctorios: ahora se siente seguro, más tarde temeroso, después feliz, y al caer la tarde ansioso; y no estamos hablando de naturalezas clínicamente inestables o perturbadas. Un escritor o un compositor se pone a trabajar, y en doce horas de trabajo no produce nada; y de pronto, en sesenta minutos consigue mayor producción que normalmente en doce horas.

¿Quién entiende eso? Somos así. Naturalmente, todo fenómeno tiene su causa o serie de causas. No existe el azar. Pero normalmente las razones de los humores y estados anímicos no son detectables. Y cuando no es posible detectar las causales de un hecho, decimos que estamos ante un imponderable.

En el espíritu sucede lo mismo: en una misma tarde, un cristiano, retirado a un tranquilo eremitorio para orar, puede ir pasando por el prisma más variado de situaciones anímicas desde momentos de completa aridez hasta los de mayor consolación, pasando por momentos de apatía. ¿De qué se trata? ¿De situaciones biológicas, de reacciones psicológicas, de diferentes respuestas a la gracia? Es imposible discernir.

Se trata, sin duda, de una gran complejidad de causas comenzando por los procesos bioquímicos. La vida, por su propia naturaleza, es movimiento. Y el movimiento es versátil. Y por eso mismo los estados de ánimo están siempre cambiando. Y sin darnos cuenta ya estamos metidos en una cuestión que preocupa a muchos: un mismo fenómeno espiritual, por ejemplo una fuerte consolación, ¿hasta qué punto es cosa de Dios y hasta qué punto es producto biopsíquico proveniente del fondo vital? Dicho de otra manera: ¿hasta dónde es naturaleza y hasta dónde es gracia?

Siempre pienso que nadie puede saberlo. Es inútil pretender discernir esto porque no existen instrumentos de medición para puntualizar las fronteras. Pienso también que esa preocupación, además de inútil, es nociva, porque centra a la persona en sí misma, con peligro de una camuflada compensación narcisista. Sin embargo, hablando en términos generales, podríamos establecer un criterio aproximativo, el criterio de los frutos: lo que induzca a la persona a salirse de sí misma y a darse,es cosa de Dios. Todo lo que produzca no sólo una sensación de calma sino un estado de paz es don de Dios. Incluso podríamos avanzar más lejos: vamos a suponer que una determinada emoción sea, en su raíz original, un producto estrictamente biopsíquico. Aun en este caso, si de hecho impulsa a la persona a salirse para darse, podríamos considerarla como don de Dios. De todo esto se hablará en otro capítulo.

La perseverancia
La paciencia engendra la perseverancia. En la esfera general de la vida no hay saltos: ni en labiología ni en la psicología ni en la vida espiritual. El grano de trigo se sembró esta tarde; y no se nos ocurre ir, a la madrugada siguiente, para observar si el trigo nació. Necesita noches y días para morir. Después de varias semanas asoma tímidamente como una pequeñísima miniatura de planta. Luego, durante meses, aquella plantita va escalando los espacios hasta transformarse en un hermoso tallo.

Paciencia significa saber (y aceptar) que no hay saltos ino pasos. Y ella, la paciencia, arrastra la perseverancia. Estamos dirigiéndonos a los que se esfuerzan por conseguir la amistad con Dios o por recuperarla. Los unos y los otros, especialmente los segundos, vienen marcados por un denominador común: la atrofia de las energías espirituales y un vivo deseo de salir de esa situación. Estos sujetos emprenden decididamente la búsqueda del rostro del Señor. Y, al dar los primeros pasos, toman conciencia, lamentándolo profundamente, de que les es imposible caminar, se les olvidó andar en Dios, sus pies no obedecen a los deseos, no aciertan a establecer una corriente cálida y dialogal con el Dios vivo, sus alas están heridas para este vuelo, Dios está «muerto».

Hablan con el Señor, y tienen la impresión de no tener interlocutor y de que sus palabras se las traga el vacío. Esto les sucede particularmente a los que perdieron la familiaridad con el Señor y desean recuperarla. Es una noche espiritual.Estas personas inmediatamente se ven dominadas porun profundo desaliento, y al instante aparece la impaciencia con la consabida y desconsolada frase: no consigo nada.¿Qué significa no conseguir?

El que buscó ya encontró, dice san Agustín. El que trabajó ya consiguió. Siempre arrastran consigo la misma comparación, diciendo: Tantas horas de pesca y las redes vacías. Para los ojos de la cara, y para los ojos del sentimiento, ciertamente las redes estaban vacías.

Pero, para los ojos de la fe, que ven lo esencial, las redes estaban llenas de peces. Es que lo esencial siempre está invisible. Mejor, lo invisible sólo es visible a los ojos de la fe.¿Qué les sucede a estos que dicen que «no consiguen nada»? Es el drama de siempre: una espiral fatal. Me explico: no comen porque no tienen ganas de comer; no tienen ganas de comer porque no comen. Y viene bajando la muerte por los cables de la anemia.

¿Cómo o por dónde romper este círculo mortal? Comiendo sin ganas para que aparezcan las ganas de comer. Mucha gente, entre los creyentes, por no haber rezado durante mucho tiempo, no tienen ganas de rezar. Y por no tener ganas de rezar, no reza. Y así vamos entrando en el círculo: las facultades se anquilosan, Dios es cada vez más un ser extraño y distante, y acaba por cerrarse el círculo mortal, atrapándonos en su seno.

¿Cómo salir de ahí? Rezando con perseverancia y sin ganas para que afloren las ganas de rezar y el sentido de Dios. Persevere el cristiano en el trato personal con el Señor aunque tenga la impresión de estar perdiendo el tiempo. Apoyado en la oración vocal y en la lectura meditada, establezca esa corriente de comunicación con el Señor, en la fe pura y desnuda, repita las palabras que serán puente de unión entre su atención y la persona del Señor, y persevere aunque sienta la impresión de que no hay nadie al otro lado de la comunicación.

Si un cristiano ha vivido en la periferia de Dios durante años, es locura pretender entrar en una semana a cuatrocientos metros de profundidad en el Misterio Viviente e Insondable. Hay pasos, no saltos.

Basta asomarse a un hospital para aprender sabiduría de vida. Aquí hay un convaleciente, después de un accidente gravísimo. Estuvo sin moverse durante seis meses. Ahora está incapacitado para caminar porque sus músculos habían perdido toda consistencia. Después de hacer, día a día, innumerables sesiones de masaje, sus músculos comienzan a recuperar lentísimamente un poco del antiguo vigor, y después de mucho tiempo recomienza a dar heroicamente los primeros pasos.

La perseverancia es el alto precio que hay que pagar por todas las conquistas de este mundo. El cristiano necesita de la perseverancia obstinada de un trigal en una región fría. Llega el invierno y caen sobre el pobre trigal, recién nacido, toneladas de nieve. El trigal se agarra obstinadamente a la vida, sobrevive y persevera. Llegan temperaturas bajísimas, capaces de quemar toda vida.

El trigal aguanta y sobrevive. Hasta que, llegado el verano, ese trigal, ya dorado, es la esperanza de la humanidad. Todo lo más grande de este mundo se ha conseguido con una ardiente perseverancia.Todo crecimiento es un misterio. Una plantita, asomada tímidamente sobre la tierra, extrae los elementos orgánicos y los transforma en sustancia viva. Apenas da señales de crecimiento, pero crece. En cambio, el crecimiento de la gracia no es detectable a simple vista ni aun con instrumentos de medición u observación como un test.

¿Para cuántos fue patente la naturaleza y la potencia divinas de Jesús, Hijo de Dios? ¿Habremos de imaginar que las nazarenas veneraban a su paisana María como un ser excepcional? ¡Qué desconcertante e inexplorable es el misteriodo la gracia
Se me podrá replicar: El crecimiento es observable enlos efectos, cuando el hombre avanza en el amor, en la madurez, en la humildad, en la paz. Es verdad, pero hasta cierto punto nada más.

Sabemos por experiencia propia cuántas energías desplegamos muchas veces para superar defectos congénitos y parecemos a Jesús. Sin embargo, sólo Dios y uno mismo somos testigos de tales esfuerzos. Los demás ni lo notan. Por otra parte, la gracia se adapta a las distintas naturalezas, operando al estilo del que la recibe. La gracia no hace estallar las fronteras del hombre: de un charlatán no hace un taciturno, a un expresivo no lo transforma en un reservado. Respeta los límites humanos; siempre perfecciona, pero al charlatán dentro de sus fronteras de charlatán, al comunicativo dentro de sus cualidades personales. En el crecimiento de la vida de oración nos encontramos con síntomas muy especiales: las dificultades siempre son iguales y aun mayores.

Diríase que a medida que avanzamos la meta está cada día más lejana; a menudo, en el camino, encontramos zonas profundas de desniveles y altibajos, nos cercan frecuentes y largas temporadas de aridez...¡Tanta energía para tan pequeños resultados ...
Y el desaliento comienza a caer sobre el alma como una blanca niebla que paraliza la marcha de muchos o los instala definitivamente en la mediocridad, o simplemente les hace abandonar la ruta.

Sin embargo, la alta Cima sigue llamando. Los peregrinos presienten que sólo allá arriba habrá «descanso sabático», el gozo del Tabor y la victoria final.
El alma se levanta, engendra nuevas energías, aprieta el paso y continúa la ascensión hacia Dios. Cada alma es una «historia», una historia llena de contrastes, marchas, contramarchas, vacilaciones, generosidades.