La fuerza de voluntad es muy importante en la vida. Se consigue con entrenamiento, como en una competición deportiva. Para conseguirla hace falta una gran dosis de animación. Es necesario el premio: el estímulo, la atención y la alabanza frecuente. La vida es dura y sólo a base de coraje se logra la cima de los fuertes.
Hoy se da con relativa frecuencia lo que Enrique Rojas llama la filosofía de «lo que me apetece».
Hago esto porque me apetece. No hago esto porque no me apetece. Son esclavos de lo que pide el cuerpo. Volubles como la veleta que gira según el viento que sopla. Incapaces de objetivos concretos. Sin embargo, una persona que tiene educada su voluntad consigue lo que quiere, si es constante. Para tener voluntad hay que empezar por tener dominio propio. No hacer lo que me apetece, sino lo que es mejor.
Puede ser que me apetezca lo mejor, pero esto no siempre pasa. Para educar la voluntad hace falta un aprendizaje gradual que se consigue con la repetición de actos donde uno se vence en los gustos hasta adquirir «el hábito positivo». Esto da paz, alegría y felicidad.
Sería conveniente enseñarle a hacer pequeños sacrificios: renunciar a una golosina, retrasar el momento de saciar la sed, dejar de ver la televisión, comer lo que no le gusta, dejar hablar a los demás, no gastar en cosas superfluas, etc. Esto educa su voluntad, lo cual le va a ser muy útil el día de mañana. Aristóteles sostenía que la auténtica manifestación de fuerza de voluntad se mide en el dominio propio. La vía del menor esfuerzo no conduce nunca a la maduración .
Es necesario no sólo animar a que el niño se esfuerce por conseguir unas metas, sino también ir alabando con cierta continuidad lo poco o mucho que, de hecho, consiga en cada momento.
El niño, de pequeño, no tiene criterio. El bien y el mal se aprende fundamentalmente de los mayores.
Antes de que nadie lo malee, es necesario darle base moral sólida, formarle la conciencia, inculcarle el sentido del deber, corregir lo defectuoso y dejar bien claro dónde está la virtud.
Conviene indicar con claridad lo bueno y lo malo. Es importante crear hábitos buenos.
Acostumbrarles a hacer las cosas bien, y más adelante ellos mismos comprobarán que les va bien con lo que aprendieron.
Sólo se aprende lo que se hace . De manera que, el poner al sujeto en acción, ayudándole a reflexionar sobre ello, es el único o casi, más importante modo de andar con realismo en el terreno de los valores .
Hay que educar en valores. Hace falta un sistema de valores que sirvan de referencia en la vida. Los valores son guías de conducta. La escala de valores marca la conducta de cada individuo. Lo mismo que los niños aprenden a andar, leer y escribir, aprenden pautas de conducta y comportamiento moral. Si no les enseñamos a distinguir el bien del mal, si no les corregimos ni les enseñamos normas para que sepan a qué atenerse, nunca aprenderán a comportarse como hombres, ni acertarán a dar sentido a su vida. Pero los valores se viven, se sugieren, se comparten, no se imponen. El niño tiene una enorme capacidad de imitación. Aprende a ser hombre haciendo suyas las pautas y valores que ven en los demás. Buscan modelos a los que imitar. El ejemplo es la mejor manera de educar .
La disciplina y el dominio de sí son indispensables en la formación del ser humano. Algunos padres, por temor a que los hijos contraigan complejos, les dejan hacer cuanto quieren y dejan a un lado toda autoridad. Nunca serán hombres: serán un peso para la familia y la sociedad; unos desajustados. No se entrenaron para las dificultades inevitables de la vida. Esa fobia de complejos engendra complejos mucho más funestos.
Que las normas de disciplina sean coherentes y uniformes. Que el padre y la madre estén de acuerdo con la política a seguir en el hogar. No se desautoricen el uno al otro.
Los padres no deben discutir nunca delante de los hijos. Si en algo no están de acuerdo, buscar la armonía cuando estén solos. Pero apoyarse siempre mutuamente delante de los hijos. En algunos matrimonios, basta que uno diga una cosa para que el otro diga la contraria, sin razón que porque lo ha dicho el otro. Es una vengancilla que perjudica al hijo.
Los hijos necesitan estabilidad, un cuadro de referencia fijo, una constancia en la actitud de sus progenitores.
Lo que educa a un niño es lo que comprende afectivamente.
Los hijos desiguales necesitan trato desigual. A un tímido habrá que tratarle con cariño para darle confianza. A un irascible, con calma y paciencia; pero con firmeza. La autoridad y la obediencia no se imponen a gritos, que sólo sirven para aumentar la rebeldía.
Rara será la familia , por cristiana que sea, y por elevada que sea su educación, en la que la crisis de la independencia propia de la adolescencia no haya provocado algún conflicto entre los padres y los hijos (638).
Son conflictos pasajeros que los padres deben procurar no se conviertan en divisiones profundas y duraderas. Los padres deben tener paciencia con las «majaderías» de sus hijos adolescentes, y esperar para corregirlos a tener calma y serenidad. Y nunca en presencia de extraños. Y siempre reconociendo la parte de razón que en las excentricidades de sus juicios y contestaciones pueda tener el muchacho. Hay que reconocerle su derecho a tener algún secreto (cajón cerrado con llave) y el prudente uso de su independencia, siempre que se pueda saber qué uso hace de su libertad. Si los padres respetan su esfera privada, es fácil que el hijo se sincere con ellos, les cuente sus secretos, pida consejos, etc. Pero un registro sin su consentimiento o contra su voluntad disminuye su confianza en los padres y aumenta la distancia .
Es muy conveniente fomentarles cuando tengan edad, alguna afición al margen de la obligación: gimnasia, atletismo, deporte, montañismo, caza, pesca, instrumento musical, pintura, habilidad manual, etc.
El adolescente duda enormemente de sí mismo. Por eso se afirma tan brutal, tan bestialmente. Necesita un apoyo, y lo busca. Pero tiene el orgullo de no aceptar más ayuda que la que le venga de hombre a hombre, como lo que él quiere ser.
Ayuda intelectual, primero. El niño, cuando no sabe pregunta. El adolescente, si ignora empieza por afirmar. Aunque penséis lo contrario, es un progreso, o mejor, una posibilidad de progreso. La afirmación perentoria de los mayores no le basta. Tiene necesidad de respuestas personales. Pasa de la pasividad al activismo, del feliz parasitismo de la infancia a la ambición varonil de la autonomía.
Pero sus juicios son absolutos. No importa dónde los ha encontrado. Ha leído lo que dice, o lo ha oído decir; lo ha visto en la televisión o se lo ha repetido un amigo. Esto basta para afirmarlo frente a todos y contra todos; es decir, para afirmarse. Es inútil contradecirle. Se enoja o se encierra. Pero sobre todo, no os burléis de él. Es obstinado y no dirá ya una sola palabra, e irá a buscar fuera, en un compañero o en una joven amiga, el auditorio complaciente que le negáis vosotros.
Qué hay que hacer? Ayudarle. Empezad por no enfrentaros a él. Os exasperáis, os morís de ganas de decirle que es un idiota, que lo que dice es tan estúpido que no merece discutirse. Callaos, tragad vuestra indignación, calmaos y escuchadle. Aprended a hablar con él en plano de igualdad. Perdéis toda influencia sobre él si le habláis como a un niño. Y en cambio, necesita tanto que conservéis vuestra influencia sobre él...!
El adolescente sólo escucha a quienes le tratan como hombre serio e inteligente, sobre todo si no lo merece. Es la única manera de ayudarle a serlo. Acordaos de lo que pensabais vosotros a su edad; comunicádselo y decidle cómo hicisteis para pensar de manera distinta.
Matizad lo que os dice en vez de despreciarlo globalmente, y veréis cómo llegáis a descubrir una verdad aceptable.
Cada uno elige los valores que desea. Por eso hay que motivarlos. No bastan frases como éstas: «Aquí las cosas se hacen así, y basta»; «de esto tú no tienes ni idea».
Durante la adolescencia, que comienza con la pubertad , tienen lugar importantes transformaciones en el plano afectivo, intelectual y fisiológico: es el paso hacia la madurez. Hay un crecimiento físico, maduración sexual y, sobre todo, una profunda transformación psicológica, que dan al adolescente su propia personalidad. El adolescente siente en su ser cosas nuevas. Comienza la reflexión y el descubrimiento de sí mismo . Esta nueva conciencia que tiene de sí, le lleva a la contemplación del yo, a andar en torno a sí mismo. Quiere conocerse, comprenderse. Es el narcisismo. Narciso , personaje mitológico, se deleitaba mirando su imagen sobre las aguas. Cayó al lago atraído por su propia imagen. Los dioses le transformaron en la flor que lleva su nombre.
Exteriormente tiene una verdadera preocupación por su vestido, su cabello, las formas de su cuerpo. Es la edad de los diarios íntimos y del espejo. También del autoerotismo...
Estos jóvenes desprecian todo lo que es convencional. Quieren destacar por lo excéntrico y original.
Su manera de hablar, vestir, bailar, todo acusa su deseo de extravagancia. La autocontemplación y la agresividad ayudan al joven a afirmarse; pero, si se prolongan demasiado, pueden tener consecuencias serias, pueden dificultarle su adaptación social. Hay muchos adultos que nunca superaron esta etapa. Son los eternos rebeldes contra todo y contra todos, incapaces de adaptarse a la realidad de la vida... Los jóvenes sienten la seducción de lo grande. Es necesario canalizar este impulso hacia un ideal noble...El instinto religioso se despierta entre los trece y los catorce años. Llega a su plenitud a los dieciséis.
El adolescente es naturalmente introvertido . Esa actitud repercute en la conducta del joven, haciéndole amar el recogimiento y la oración silenciosa. Siente los valores y quiere formar un ideal... En la pubertad es donde se dilucida el problema religioso. Problema generalmente difícil, ya que queda situado entre la mentalidad infantil y el espíritu crítico del adulto, entre el sentimiento de seguridad y el irrumpir violento de la vida instintiva, entre la sumisión y la afirmación del yo.
La evolución religiosa del adolescente depende de varios factores, de sus propias reacciones, del ambiente, del ejemplo de los mayores... Algunos abandonan la fe porque les ha sido presentada como un yugo, y no como un ideal que les perfecciona y les ayuda a realizarse plenamente... El instinto sexual trae dificultades a la vida religiosa y moral del joven. Surgen conflictos íntimos entre los valores religiosos y morales por una parte, y las tendencias sexuales por la otra: entre el espíritu y la materia.
Sublimando estas tendencias, sabiendo armonizar los valores naturales con las exigencias de la religión, el joven encuentra gran fuerza para triunfar...
Los jóvenes sin religión caen con más facilidad en la depravación. Sin religión el Eros baja al nivel de una bestia en celo.
Hay quien dice que la moral está pasada de moda , que no hace sino crear complejos, y que todo cuanto frene el impulso del instinto es antinatural; pero la moral se forma con principios objetivos, y no con opiniones particulares. Las obligaciones esenciales de la ley moral se basan en la esencia y naturaleza del hombre, en sus relaciones esenciales, y valen en cualquier parte en que el hombre se encuentre.
Ya hemos dicho que el dominio de sí es indispensable para la formación del ser humano. Los psicólogos nos dicen, fundados en experiencias, que muchos males psíquicos tienen como causa el desorden que resulta de dejar a un lado la ley moral.
El sabio Pablo Chauchard afirma: «los preceptos de la moral son necesarios para el equilibrio psicológico» (640).
La moral debe ser presentada de modo positivo, inculcando a la virtud y a la imitación de Jesucristo . El sacrificio y el dominio que supone seguir al Señor, han de ser libremente elegidos con amor .
En casi todas las esferas y niveles, la necesidad precede a la capacidad. Se tiene necesidad de ser tratado como un hombre antes de ser capaz, precisamente porque sin duda es la única manera de llegar a serlo. Vuestro hijo quiere pensar por sí mismo, cuando todavía no sabe hacerlo. Si le abandonáis por desprecio o por indignación, dónde queréis que aprenda lo que le reprocháis que no sabe? En el periódico? Entre los compañeros? En el cine? Vosotros sois quienes podéis y debéis enseñarle a pensar, pero para ello hace falta discutir despacio y con paciencia con él. Recibiréis la recompensa el día que le oigáis defender ante sus amigos vuestras ideas preferidas, las que él ha combatido siempre en casa. Y os parecerá que las defiende mucho mejor que lo habríais hecho vosotros mismos.
Hablad con los hijos de todas las cosas, y cread un ambiente familiar de diálogo en el que padres e hijos se lo cuenten todo. El adolescente necesita que se escuchen y valoren sus puntos de vista, y sobre todo que se estime su persona y vea que se preocupen por él.
Decálogo de un adolescente:
1 .- Déjame elegir mi ropa.
2 .- Trátame como a un adulto y aprenderé a serlo.
3 .- Déjame construir mis propias convicciones.
4 .- Respeta mi privacidad.
5 .- Ayúdame en mis ideales de fe y servicio al prójimo.
6 .- Ayúdame a apreciar mis capacidades y limitaciones.
7 .- Comunícame tu experiencia y ayúdame a tener la mía.
8 .- Ayúdame a clarificar mis problemas y encontrar soluciones.
9 .- Ayúdame a usar bien el dinero.
10 .- Enséñame cómo prepararme al matrimonio .
Después de 45 años de coeducación, los sociólogos y pedagogos reconocen que es mejor que niños y niñas reciban educación por separado. Por eso la Ministra de Educación de Suecia, Beatriz Ask, así lo ha determinado (641).
«Juventud, divino tesoro», dice el poeta. Y tiene razón. La juventud es la época más bonita de la vida, y la más fácil. Es la época más linda, porque durante ella el corazón abriga infinidad de ilusiones y esperanzas no truncadas por los azares del vivir, y la cabeza engendra ensueños, ideales maravillosos, que muy bien pueden un día hacerse realidad. Pero es la época más difícil, por ser la encrucijada de mil caminos; y según el que se escoja va a estar la felicidad de toda nuestra única vida. Entre cientos de maravillosas posibilidades, se presenta, la angustiosa urgencia de elegir una, y con ello, rechazar todas las demás.
Quizás la característica psicológica más importante de la juventud es la conciencia de poder pensar, idear, trabajar y subsistir por sí mismo. El sentimiento de independencia nos despierta de la niñez, en que dependíamos para todo de alguien. Ese desarrollo y ansia de libertad, que son muy buenos, laudables y necesarios, pueden conducir al joven a una rebelión injusta hacia todo: contra la sociedad, contra los familiares, contra los educadores. Al estilo de vida de creerse superior a los demás; pensar que los otros, los mayores, no saben nada, están anticuados; que yo soy el único que sé, el único que puede y debe elegir el curso de mi vida, ignorando y rechazando toda ayuda y consejo de los demás.
Esta actitud es errónea, porque todos necesitamos de los demás en la vida. Y el joven, aunque muchas veces no lo crea, o no lo quiera, es el que más ayuda necesita, por encontrarse en la encrucijada más difícil de la vida. Y aquí quisiera que los jóvenes entendieran algo muy importante, que por obvio que es, muchas veces no se valora lo suficiente; la mejor, más honesta y más desinteresada ayuda que pueden encontrar es la de sus padres» (642).
Los problemas que destacan en las páginas frontales de los periódicos de todo el mundo, son un reflejo de la falta de disposición de nuestra juventud para someterse a ningún sistema de valores que no sea el que el de sus efímeros, inciertos y pragmáticos criterios. (...) Todos somos testigos de casos de adolescentes que son advertidos y aconsejados una y otra vez por padres experimentados y responsables, pero que ellos prefieren "discurrir por su cuenta" para descubrir demasiado tarde lo que su padre le predecía certeramente. Por desgracia son muchos los jóvenes que no quieren escuchar consejos. Semejante hostilidad hacia la autoridad paterna les priva de la experiencia de los mayores por querer hacer las cosas por sí mismos .