57-61 Pecado mortal y venial


57.- HAY DOS CLASES DE PECADOS: MORTAL Y VENIAL.

57,1. El pecado es una ofensa a Dios . La imperfección no llega a pecado venial. Suele definirse como la deliberada omisión de un bien mejor. Pudiendo hacer un bien mayor se elige un bien menor .

58.- EL PECADO MORTAL SE DIFERENCIA DEL VENIAL, EN QUE EL MORTAL ES GRAVE Y EL VENIAL ES LEVE .

58,1. No es lo mismo cometer un adulterio -que siempre es grave-, que decir una mentirilla -que puede no tener importancia-. El pecado grave rompe nuestra amistad con Dios. El pecado venial, no .

Algunos distinguen entre el pecado grave y el pecado mortal. Pero ha dicho el Papa Juan Pablo II: «el pecado grave se identifica prácticamente en la doctrina y en la acción pastoral de la Iglesia con el pecado mortal... La triple distinción de los pecados en veniales, graves y mortales, podría poner de relieve una gradación en los pecados graves. Pero queda siempre firme el principio de que la distinción esencial y decisiva está entre el pecado que destruye la caridad y el pecado que no mata la vida sobrenatural: entre la vida y la muerte no existe una vida intermedia» (586). Por eso el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica no hace distinción entre pecado grave y pecado mortal .

59.- LOS EFECTOS DEL PECADO MORTAL SON: PERDER LA AMISTAD CON DIOS, MATAR LA VIDA SOBRENATURAL DEL ALMA, Y CONDENARNOS AL INFIERNO, SI MORIMOS CON ESE PECADO

59,1. Esto limitándose a los bienes espirituales. Pero aun en los bienes naturales, cuántas enfermedades, cuántos encarcelamientos, cuántas ruinas, cuántas desgracias de familia no tienen otro origen que un pecado contra la Ley de Dios! Una mancha de grasa en una prenda de vestir nueva es motivo suficiente para que la cambies. Si tienes la cara tiznada, te lavas inmediatamente, porque así no puedes presentarte en ninguna parte. Y no te da vergüenza que tu alma sea repulsiva a Dios y a la Virgen» Una piedrecita en el zapato no te deja en paz hasta que logras quitártela, y cómo puedes tener tranquilidad con un pecado mortal en el alma»


60.- LOS EFECTOS DEL PECADO VENIAL SON: PONER ENFERMA LA VIDA SOBRENATURAL DEL ALMA, Y DISPONERNOS PARA EL PECADO MORTAL

60,1.-El pecado venial es una transgresión voluntaria de la ley de Dios en materia leve . Una tos pequeña, pero descuidada, puede llevar a la sepultura. Un punto negro en un diente no es nada, pero si no se lo enseñas al dentista, pronto todo el diente quedará dañado, y hasta puede ser necesaria la extracción.

No es que el pecado leve se convierta en grave. Ni siquiera que muchos pecados leves hagan un pecado grave. Sino que el pecado leve dispone al pecado grave , pues debilita la voluntad y nos priva de gracias sobrenaturales con las cuales podríamos luchar mejor contra el pecado grave. Pero los pecados veniales no nos excluyen del Reino de Dios .

Deberíamos poner especial diligencia en evitar los pecados veniales plenamente advertidos y voluntarios. Evitar también todos los semideliberados supone especial gracia de Dios. Este privilegio lo tuvo María Santísima (587).

60,2. Un pecado que de suyo es leve, por ser la materia leve, puede ser grave:
a) si el que lo comete cree, por error, que es grave: robar una peseta.
b) si se comete con fin gravemente malo: insultar a otro para que blasfeme.
c) si se hace a otro un daño grave o se pretende hacerlo, o se es causa de grave escándalo: parejas pecando en público.
d) si al cometerlo, se expone uno al peligro próximo de pecar gravemente: entrar por curiosidad en un cabaret.
e) en algunos casos especiales, en que se acumulan las materias, como ocurre en algunos robos pequeños repetidos con cierta frecuencia.

60,3. Hay personas a quienes les gusta preguntar siempre el límite entre el pecado leve y grave. Pero esto a veces es tan difícil como señalar en el arco iris dónde termina un color y dónde empieza otro. Por eso, en la duda, muchos dicen al confesor: «Me arrepiento tal como esté en la presencia de Dios».


61.- EL PECADO ES GRAVE CUANDO SE DAN JUNTAMENTE ESTAS TRES COSAS:

1) QUE LA MATERIA SEA GRAVEMENTE MALA (en sí o en sus circunstancias); o que yo crea que es grave aunque de suyo no lo sea.
2) QUE AL HACERLO YO SEPA QUE ES GRAVE.
3) QUE YO QUIERA HACER AQUELLO QUE SÉ QUE ES GRAVE.

61,1. Para que haya pecado grave deben darse las tres cosas al mismo tiempo. Si no, no hay pecado grave .

Por ejemplo:

1) Me tiro un farol y digo que he estado en Londres, siendo esto mentira. No puede ser pecado grave, pues aunque miento queriendo y dándome cuenta de que miento, falta la materia grave. Esa materia es leve, pues con esa mentira no hago daño a nadie.

2) Uno no sabe que el emborracharse hasta perder la razón es grave, y para celebrar una fiesta coge voluntariamente una borrachera completa. Aunque la materia era grave y lo ha hecho voluntariamente, no peca gravemente, porque no sabía que era materia grave.

3) Está uno un domingo en alta mar en un barco pesquero. Sabe que es domingo, pero en esas circunstancias no puede ir a Misa. No peca, pues, aunque la materia es grave, y él se da cuenta de la obligación que tiene de ir a Misa en domingo, no puede cumplir con ese precepto en las circunstancias en que se encuentra actualmente. Esa falta a Misa no es voluntaria, por lo tanto no hay pecado.

Materia grave es una cosa de importancia . Puede ser grave en sí misma -como el blasfemar-, o en sus circunstancias -como el mentir con daño grave para el prójimo-.

La advertencia a la gravedad de la materia debe acompañar o preceder a la acción.

No basta que se caiga en la cuenta después de cometerla. La ignorancia culpable (no sé porque no he querido enterarme) no excusa de pecado .

El conocimiento del pecado debe ser valorativo. Debo darme cuenta que al cometer ese pecado estoy haciendo algo malo. Si al hacerlo no advierto que peco, no peco. El consentimiento de la voluntad debe ser perfecto.

Esto supone que hay libertad para hacer la cosa o no hacerla. Quien no tiene libertad para hacer o dejar de hacer una cosa no obra por propia voluntad, y por lo tanto no peca. Quien está encerrado en la celda de una cárcel no peca si no le dejan ir a Misa. Para que haya pecado no hace falta querer directamente ofender a Dios: esto sería algo diabólico.

Peca todo el que hace voluntariamente lo que sabe que Dios ha prohibido (588).
Obrar contra la ley de Dios, ya es ofensa a Dios.

Si uno te quita el monedero no te contentas con que te diga que no quiere ofenderte, que sólo quiere tu dinero.

Al actuar contra tus derechos, ya te está ofendiendo; aunque no tenga intención de ofenderte.

«El hombre peca mortalmente no sólo cuando su acción procede de menosprecio directo del amor de Dios y del prójimo, sino también cuando libre y conscientemente elige un objeto gravemente desordenado, sea cual fuere el motivo de su elección» (589).


Para pecar basta hacer voluntariamente algo que sé que es pecado, dándome cuenta de que es pecado.

Si falta cualquiera de estas tres condiciones no hay pecado grave.

Es decir: cuando la materia no es grave; o es grave, pero yo no lo sé; o lo sé pero lo hago sin querer o sin darme cuenta.

En estos casos no hay pecado grave .

Por lo tanto, todo lo que se hace sin querer (por ignorancia, por descuido, sin caer en la cuenta o en un arrebato inevitable), o lo que se hace sin pleno consentimiento, o sin plena advertencia no es pecado grave.

61,2. Tampoco es pecado nada de lo que se hace en sueños -aunque fuera pecado hacerlo despierto-, pues soñando se obra inconscientemente.

Pero sí lo sería si estando despierto se ha puesto con previsión o intencionadamente su causa, o se continúa complacidamente despierto, lo que comenzó dormido.

Para que sea pecado grave hace falta que uno se deleite en lo que está prohibido, completamente despierto, y con plena voluntad y deliberación. Lo que se hace soñoliento y medio dormido, a lo más es pecado venial.

No puede llegar a pecado grave por faltar la advertencia plena y consentimiento perfecto.

Por esto, en cuestiones de castidad, aunque se esté despierto, si se producen movimientos fisiológicos inevitables, prescinde: no hay pecado ninguno.

61,3. Los pecados dudosos , en los que no se sabe con certeza si ha habido plena advertencia y consentimiento perfecto, conviene decirlos como dudosos al confesor, para más tranquilidad; pero no hay obligación.

La duda puede ser también sobre si se cometió o no se cometió el pecado; si se confesó o no se confesó; si la materia del pecado fue grave o leve.

En ninguno de los tres casos hay obligación de confesarlo; aunque está mejor hacerlo manifestando la duda.

Pero si dudas sobre si una cosa es o no es pecado grave, y te vas a ver en la ocasión de hacerlo de nuevo, tienes obligación grave de preguntarlo antes de hacerlo, si hay razones serias para sospechar que pueda ser pecado grave.

61,4. Cuando dudes si es o no lícita una acción, puedes aplicar lo que los teólogos llaman probabilismo .

La ley ahora dudosa para ti, no te obliga con tal de que se trate de algo que no perjudique a nadie, ni material ni espiritualmente.

Por ejemplo, vas a comulgar y no tienes seguridad si ha pasado ya la hora del ayuno eucarístico; pues te parece que sí, pero no recuerdas la hora exacta.

En ese caso puedes salir de la duda sabiendo con certeza que puedes obrar tranquilamente pues esa ley, ahora dudosa para ti, no te obliga.

Aunque el probabilismo es lícito, las personas que tienen delicadeza de conciencia saben que lo meramente lícito no es siempre lo que más agrada a Dios; por amor a Él y por generosidad se puede superar lo que es lícito por lo que más agrada a Dios.

61,5. Conviene instruirse bien de lo que es pecado y de lo que no lo es, pues si creo que algo es pecado grave -aunque de suyo no lo sea- y a pesar de eso lo hago voluntariamente, cometo un pecado grave.

La educación de la conciencia es indispensable. Una conciencia equivocada es culpable si se debe a despreocupación por conocer la verdad y el bien.

61,6. Por lo tanto, una acción pecaminosa no será pecado, si al hacerla yo no sé que es pecado.

Una acción lícita y permitida será pecado, si al hacerla yo creo erróneamente que es pecado y la hago libremente.

El pecado será grave, si al hacerlo yo lo tenía por grave, aunque de suyo la materia no sea grave.

El pecado será leve, si al hacerlo yo lo tenía por venial, aunque después me entere que la materia fue grave.

El pecado ya cometido fue leve, pero si lo repito después de conocer su gravedad, la misma acción será ahora pecado grave.

La razón de todo esto es que Dios juzga nuestros pecados tal como los tenemos en la conciencia .

Lo que Dios castiga es la mala voluntad que tenemos al hacer una cosa, no las equivocaciones o errores involuntarios. Pero debemos procurar tener bien formada la conciencia.

Quien duda de si está en la verdad, ha de poner los medios para salir de esa situación.

61,7. Para pecar basta tener intención de hacer lo que es pecado, aunque después no se realice.

Soy culpable del pecado en el momento en que he decidido cometerlo.

Por ejemplo: peca gravemente quien ha tenido intención de cometer un adulterio, aunque después, por alguna dificultad que surgió, no lo haya realizado en la práctica.

El pecado realizado es más grave, pero sólo el intentarlo ya es pecado.

Uno coge cierta cantidad de dinero con intención de robar, y luego se entera que robó su propio dinero: ha cometido pecado formal aunque no haya sido pecado material .


61,8. El 6 de agosto de 1993 el Papa Juan Pablo II firmó la encíclica «Veritatis splendor».

La encíclica ha venido a terminar con el subjetivismo moral que se estaba extendiendo en la Iglesia.

  • Muchos se creen con el derecho de decidir ellos mismos lo que es bueno y lo que es malo, según su conciencia; prescindiendo de la ley de Dios, tanto natural como positiva
  • El bien y el mal tienen un valor objetivo, y no dependen de las opiniones de los hombres.
  • Es importante la opción fundamental de orientar la vida hacia Dios.
  • Pero, aunque no haya un rechazo explícito de Dios, se incurre en pecado mortal por una transgresión voluntaria de la ley moral en materia grave.

Monseñor Yanes, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha dicho: «Veritatis splendor» es una presentación amplia de algunos aspectos fundamentales de la moral cristiana. (...). La encíclica es una invitación a la reflexión. Supone el sincero deseo de buscar y encontrar la verdad. Exige tomar en serio nuestra vida y nuestra vocación delante de Dios (590).

Dice la encíclica: La conciencia no está exenta de la posibilidad de error (n 62). El mal cometido a causa de una ignorancia invencible o de un error de juicio no culpable puede no ser imputable a la persona que lo hace (...), pero cuando la conciencia es errónea culpablemente porque el hombre no trata de buscar la verdad, compromete su dignidad (n 63). El hombre tiene obligación moral grave de buscar la verdad y seguirla una vez conocida (n 34).

Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento (n 70). Con cualquier pecado mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios que ha dado la ley (...); a pesar de conservar la fe pierde la gracia santificante (n 68). La opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones conscientes de sentido contrario en materia moral grave (n 67).

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Los cristianos tienen en la Iglesia y en su Magisterio una gran ayuda para la formación de la conciencia (n 64). La Iglesia ilumina sobre la verdad objetiva de la ley natural, obra de Dios (n 40). El hombre que se desengancha de la verdad objetiva de la ley natural se equivoca (n 61). Es inaceptable que se haga de la propia debilidad el criterio de la verdad para justificarse uno mismo (n 104), adaptando la norma moral a los propios intereses (n 105). La conciencia no es una fuente autónoma para decidir lo que es bueno o malo (n 60). Por voluntad de Cristo la Iglesia Católica es maestra de la verdad, y su misión es (...) declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana (n 64).

El Señor ha confiado a Pedro el encargo de confirmar a sus hermanos (n 115). La Iglesia se pone al servicio de la conciencia ayudándola a no desviarse de la verdad (n 64, 110, 116). Los fieles están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios (n 76).

Los fieles, en su fe, deben seguir el Magisterio de la Iglesia, no las opiniones de los teólogos (Prólogo). La Iglesia tiene autoridad no sólo en cuestiones de fe sino también en cuestiones de moral (n 28 y 95). La fe tiene un contenido moral: suscita y exige un compromiso coherente con la vida (n 83).
 Una verdad no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica (n 88). La libertad no es un valor absoluto (n 32). La libertad debe someterse a la verdad (n 34). No hay libertad fuera de la verdad (n 96). Se llegaría a una concepción relativista de la moral (n 33).

La revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios (n 35). La doctrina moral no puede depender de una deliberación de tipo democrático (n 113). La ley natural es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres (n 51). A ella deben atenerse tanto los poderes públicos como los ciudadanos (n 97 y 101). Las opiniones de los teólogos no constituyen la norma de enseñanza (n 116).

En la oposición a la enseñanza de los Pastores no se puede reconocer una legítima expresión de la libertad cristiana ni de las diversidades de los dones del Espíritu Santo (n 113). Los Pastores tienen el deber (...) de exigir que sea respetado siempre el derecho de los fieles a recibir la doctrina católica en su pureza e integridad (n 113). Hay verdades y valores morales por los cuales se debe estar dispuesto a dar incluso la vida (n 94). Ninguna doctrina filosófica o teológica complaciente puede hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la cruz y la gloria de Cristo resucitado, pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida (n 120).