44,4-5-6 El valor de la oración es muy grande

44.4 El valor de la oración es muy grande.
Con ella trabajamos más que nadie en favor del prójimo: convertimos más pecadores que los sacerdotes, curamos más enfermos que los médicos, defendemos a la Patria mejor que los mismos soldados; porque nuestras oraciones hacen que Dios ayude a los soldados, a los médicos y a los sacerdotes para que consigan lo que pretenden.

Dice la Madre Angélica: «Podéis conseguir más con la plegaria que con mil millones de dólares»80.

Puede ser interesante mi vídeo: ¿Cómo cambiar el mundo: el poder de la oración.

No hay que confundir la oración cristiana con el zen o el yoga.

Hoy están de moda las prácticas de meditación oriental como el zen y el yoga; pero estas prácticas implican riesgos para los católicos.

Por eso el Vaticano ha publicado un documento alertando a los católicos, porque «el zen y el yoga degradan las oraciones cristianas y pueden degenerar en un culto al cuerpo»82.

También el Papa alerta a los que se abren a las religiones orientales en técnicas de meditación y ascesis.


5. Ten la costumbre de acudir a Dios en todas tus penas y alegrías. En tus penas para encontrar consuelo y ayuda; en tus alegrías para dar gracias y pedir que se prolonguen. De suyo, la oración se hace a Dios; pero muchas veces tomamos a la Virgen o a los Santos como mediadores.

Lo mismo que nos valemos de los secretarios de los grandes personajes.

Dios escucha a la Virgen y a los Santos mejor que a nosotros, porque ellos lo merecen más84. Dios conoce nuestras necesidades y las remedia muchas veces sin que se lo pidamos. Pero de ordinario quiere que acudamos a Él, porque con la oración practicamos muchas virtudes: adoración, amor, confianza, humildad, agradecimiento, conformidad, etc. «La eficacia de la oración y su necesidad no es por el influjo que ejerce en Dios, sino en el que ora.

Dios está siempre dispuesto a colmarnos de gracias: nosotros, en cambio, no siempre estamos dispuestos a recibirlas; la oración nos hace aptos para ello»85.

Nunca debo cansarme de pedir a Dios lo que necesito.

No es que Dios desconozca mis necesidades. Pero quiere que acuda a Él. Si no me lo concede, será porque no se lo pido bien, porque no me lo merezco o porque no me conviene. En ese caso, me dará otra cosa; pero la oración que sube al cielo nunca vuelve vacía.

Como una madre que cuando un niño le pide un cuchillo con el que se puede cortar, no se lo da; pero le da un juguete. Y en caso de que en los planes de Dios esté dejarnos una cruz, nos dará fuerzas para llevarla. Dijo San Agustín: «Señor, dame fuerzas para lo que me pides, y pide lo que quieras»86.

«Está bien -por eso Dios nos ha dado inteligencia- que tengamos nuestros puntos de vista; con tal de que no nos olvidemos de que también Dios tiene el suyo, y en caso de no coincidir, Dios es el que siempre tiene la razón, porque no se equivoca jamás. Nosotros sí nos podemos equivocar»87.

Mucha gente le pide a Dios que le toque la lotería. Suponen que eso les conviene. Pero no siempre es así.

A una familia le tocó la lotería. Con ese dinero se compraron un barquito. En su primera salida naufragó y se ahogaron el padre y tres hijos

En nuestras peticiones se sobreentiende siempre la condición de «si es bueno para la salvación eterna».

Hay una cosa que ciertamente Dios está deseando concedérnosla en cuanto se la pidamos. Es la fuerza interna necesaria para vencer las tentaciones del pecado.

Sobre todo, si lo pedimos mucho y bien, Dios nos concederá la salvación eterna de nuestra alma.

Cuando se piden cosas absolutamente buenas para uno mismo, si se piden bien, la eficacia de la oración es infalible.

Aunque a veces Dios modifica la petición en cuanto a las circunstancias, tiempo, etc.

Si es para otro, puede ser que éste rechace la gracia: conversión de un pecador. Dios nos exige un mínimo de buena voluntad.

Él lo pone «casi todo»; pero hay un «casi nada», que depende de nosotros.

Una bonita oración podría ser:
«Señor dame:
-la decisión para cambiar aquellas cosas que yo puedo cambiar;
-la paciencia para aceptar las cosas que yo no puedo cambiar;
-y la inteligencia para distinguir una cosa de otra».



6. Pero la vida de la gracia, además de respirar, necesita -lo mismo que la vida natural- alimentarse.

Dios también nos ha dado un alimento para la vida sobrenatural de la gracia. Ese alimento es la Sagrada Comunión, el verdadero Cuerpo del mismo Jesucristo bajo la apariencia de pan, que se guarda en el sagrario y es la Sagrada Eucaristía.

Es el recuerdo que Jesucristo nos dejó antes de subir al cielo.

Él se iba, pero al mismo tiempo quiso quedarse con nosotros, hasta el fin de los siglos, en el sagrario.