Sabemos que su mirada era irresistible: una mirada capaz de hacer, con sólo su fuerza, que los hombres lo abandonaran todo por seguirle. Una mirada profunda, tierna, penetrante. Una mirada llena de bondad, de un Ser que era todo bondad. De un Ser que recorrió haciendo el bien las tierras de Judea, Galilea, Samaría..., curando enfermos, consolando a los desheredados del mundo..., dándose a todos, apiadándose de todos, amando a todos... Del Ser que pronunciara las palabras más dulces que jamás tomaron forma en unos labios humanos: «Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y Yo os aliviaré» (328).
«Creo que no existe nada más bello, más profundo, más atractivo, más viril y más perfecto que Cristo» (F. Dostoieski).
En la Biblioteca Nacional de Madrid he leído un incunable en el que el cónsul romano Léntulo habla de cómo fue Jesucristo . Dice: «En nuestro tiempo apareció un tal Jesús , de gran fortaleza, rostro venerable, ojos serenos y abundante barba. Sus discípulos le llamaron Hijo de Dios, pues resucitó muertos y curó enfermedades» (329).
Los Evangelios nos describen a un ser excepcional, a un hombre que en sólo tres años de vida pública, en un radio de acción de escasos kilómetros, trastornó al mundo, de modo que el tiempo se divide en los siglos que le esperaron y los que siguen a su venida .
Jesucristo ha sido el hombre más grande de la historia. Genios como Calderón de la Barca y Miguel Angel , militares como César y Napoleón , después de su muerte, han sido admirados; pero no amados. Jesucristo es el único hombre que ha sido amado más allá de su tumba. A los dos mil años de su muerte, legiones de hombres y mujeres, dejando su familia paterna y su familia futura, sus riquezas y su Patria, despojándose de todo, han vivido sólo para él.
Jesucristo ha sido amado con heroísmo. Millares y millares de mártires dieron por él su sangre.
Millares y millares de santos centraron en él su vida.
Santos de todos los tiempos, de todas las edades, de todas las clases sociales. Unos con corona de reyes, y otros con los pies descalzos; unos con hábito de monje, y otros con cinturón de soldado; unos con chaqueta y corbata, y otros con manos encallecidas de obrero; muchachos de corazón puro, y muchachas de mirada limpia y andar recatado. Todos éstos le amaron heroicamente y alcanzaron la corona de la inmortalidad.
Jesús ha sido también el hombre más combatido de la humanidad. Qué tendrá este hombre que murió hace dos mil años y hoy molesta a tantos vivos»
32,10. Jesús vivió la mayor parte de su vida como un obrero, ganando su sustento con el sudor de su frente y el trabajo de sus manos.
Ejercía el oficio de carpintero en un taller humilde y alegre de Nazaret. De este modo dignificó y ennobleció el trabajo.
Cristo, como dice la Biblia: «se hizo igual al hombre en todo menos en el pecado» (330). Cuando San Pablo dice que «Cristo se hizo pecado por nosotros» (331) se refiere a que tomó sobre sí la pena debida por nuestros pecados; pero no la culpa, lo cual sería incompatible con la infinita Bondad de Dios.
La vida y doctrina de Jesucristo son para nosotros un ejemplo de lo que tenemos que hacer para alcanzar el Reino de los Cielos, es decir, para salvarnos. él nos enseña el camino del cielo.
Cuando Jesucristo tenía unos treinta años comenzó a predicar su doctrina. Sanó milagrosamente a muchísimos enfermos y remedió a necesitados. Su vida pública puede resumirse en estas palabras de San Pedro : «Pasó haciendo el bien» (332).
Por eso muchos le seguían como discípulos. De entre ellos eligió doce para formarlos especialmente y para que, al faltar él, continuaran su obra.
Pero la clase dirigente judía no podía tolerar que un desconocido, no educado con ellos, les desplazara del favor popular. Creció la envidia y con ella el odio. Se cegaron hasta no ver las cosas más claras. Este hombre -decían- hace muchos milagros y todos se van con él . Lo lógico hubiera sido que, ya que reconocían los milagros, se rindieran ante ese testimonio de Dios, y le siguieran.
Pero no: se obcecaron y no pararon hasta que lo prendieron y lo entregaron a la autoridad romana, arrancándole la sentencia de muerte en cruz, que es la muerte más afrentosa que entonces se conocía.
Hoy hay un acercamiento de los judíos a la persona de Jesús. Se han escrito varios libros de judíos en este sentido. Uno de los más conocidos es el de Joseph Klausmer titulado: «Jesús von Nazaret», publicado en Jerusalén.
Recientemente han pasado al catolicismo del judaísmo personas eminentes, como el historiador Ludovico Pastor y Edith Stein, filósofa; Nadiuska, artista de cine, y André Frossard , que fue hijo del Primer Secretario General del Partido Comunista Francés, y es autor del libro «Dios existe, yo me lo encontré», un éxito mundial.