75.3 La vida en común



75,3. Esfuérzate por ser una persona buena y agradable con todos; siempre con una acogedora amabilidad, una inagotable disponibilidad; tener para cada uno la palabra adecuada, la sonrisa, la broma... En fin, todo lo que constituya una discreta y sincera simpatía. 
Es muy importante que seas amable. 
Amabilidad es la cualidad por la cual una persona es digna de ser amada. Consiste en considerar, respetar, aceptar a las personas como son y alegrarse con sus éxitos. Amabilidad es atender a cada persona según lo que necesite en ese momento. La amabilidad es sigo de madurez y grandeza de espíritu. Procura ser una persona educada, respetuosa, agradecida, honrada, buena y servicial con todos. Y sobre todo muy cristiana. Así serás una persona estimada por todo el mundo.

Tú mismo te sentirás satisfecho de tu proceder; y, sobre todo, Dios te lo premiará.


La vida en común es una continua ocasión de ayudarse mutuamente. Al principio quizás tengas que esforzarte para ser una persona atenta; pero después, esto será para ti una costumbre y no te costará trabajo alguno. Los que te rodean se sentirán influidos por tu amabilidad y recurrirán a ti espontáneamente y con frecuencia. Ten constancia y no te canses al verte importunado por unos y otros, que será mucho el bien que puedas hacerles. El buen cristiano está siempre en actitud del máximo servicio al prójimo, según sus posibilidades.


Preocúpate muy vivamente de tus compañeros enfermos o heridos. Ve a visitarlos, si te es posible.

Quién sabe si se encuentran aplanados, tristes y abandonados! Si es así, el rasgo tuyo te ganará su amistad para siempre.

Evita todo lo que pueda molestar a tus compañeros y procura disimular lo que de ellos a ti te moleste, haciendo todo lo posible por mostrarte con afabilidad y servicial con ellos. El ser caritativo, además de ser una virtud, es señal de buena educación.Todos tenemos faltas y defectos que molestan a los demás, y debemos tener paciencia cuando los demás nos molestan con los suyos.


Elogia sinceramente lo digno de elogio. Toda persona tiene defectos y limitaciones. Pero también tiene virtudes y cosas positivas. El ver que los demás saben apreciar lo bueno que hay en nosotros es una de las cosas más alentadoras de la vida. Pon siempre tu persona y tus cosas a disposición de todos, dentro de lo razonable. No dudes nunca en hacer un favor a otros, aunque para eso tengas que fastidiarte. El sacrificarte por el prójimo llevará a tu alma una sana alegría.

Además, con esto ganarás el corazón de tus compañeros y así te será más fácil hacerles el bien. No puede existir un hombre, humana y espiritualmente perfecto, sin una alegría cordial que ilumine a cuantos le rodeen.

Procura ser alegre y optimista. El optimismo no es miopía que no ve los males; ni estoicismo que niega el dolor. El optimismo no niega el mal, ni el sufrimiento, ni la necesidad del esfuerzo, ni la dureza de la vida..., sino que se esfuerza en hallar en todo esto un lado bueno, un punto de vista confortador, un fin útil, un valor real, desconocido a primera vista. Si sabemos iluminar con algún bien todo mal, embelleceremos nuestra vida y haremos más felices a los que nos rodean.


Otra cosa muy importante es saber escuchar. En tus visitas a los enfermos hay que saber escuchar.

Escuchar con interés es la mejor manera de consolar al que sufre. A todos los hombres nos gusta que nos escuchen. Pero mucho más al que sufre. Y si además tu palabra cálida le transmite paz y alegría interior, habrás hecho una gran obra.

No es lo mismo ser bueno que ser estúpido. Hacer el bien llena al ser humano de alegría y felicidad.

Pero no hay que confundir la bondad con el dejarse pisotear y humillar por alguna persona frustrada que para reafirmarse necesita hacer daño.

Para evitar que se salga con la suya, lo mejor es ignorarla: como si sus ofensas no nos afectaran. Pero hay que saber defenderse sin ira y sin rabia, que nos alteran el espíritu desfavorablemente. Nos descompone y desequilibra física, psíquica y emocionalmente. Debemos hacerlo, si no con dominio propio, con sentido del humor, y mejor con ironía. Pero siempre de forma razonable.


No hay que confundir la soberbia y el orgullo, que son una supervaloración de sí mismo con desprecio de los demás, con una razonable autoestima. La autoestima es valorarme en lo que soy y para lo que valgo. Sería ridículo creer que valgo para todo. Pero también es triste creer que no valgo para nada. Conocer mis posibilidades y limitaciones, y valorarme en lo que soy. El sentirme competente en algo y ser estimado por algo me da paz, alegría y confianza en mí mismo. Esto ayuda a ser feliz. Sobre todo si mi capacidad la pongo al servicio de los demás.

Dice un proverbio chino: «Toda gran marcha empieza con un primer paso». La esencia del ser humano es encontrar el verdadero sentido de la vida. La autoestima nos ayuda a vivir alegres, cordiales, felices y optimistas al apreciar que somos bien aceptados por los demás tal como somos, y servimos para algo útil, aunque para esto tengamos que esforzarnos y sacrificarnos.

Y cuando las cosas no suceden a nuestro gusto, no desesperarnos ni desalentarnos. Aceptar las cosas como vienen y seguir adelante. Mi felicidad está dentro de mí. Depende de mi actitud ante la vida. En lugar de pretender cambiar las personas, las cosas y las situaciones de la vida que no están a mi alcance, puedo cambiar mi actitud ante ellas, no empeñándome en lo que me es imposible, y no perder mi paz y serenidad interior

Lo que verdaderamente vale son las cualidades espirituales. La sencillez, la bondad, la generosidad, la honradez, la simpatía, la servicialidad, etc., están en nuestras manos. La persona verdaderamente cristiana da prioridad en todas las cosas al punto de vista sobrenatural. Por eso vive segura, confía en Dios, y siempre tiene el ánimo alegre y optimista.

No trates a nadie con arrogancia, sino por el contrario, condesciende buenamente con todos, en lo que no se oponga a tu conciencia; y si crees que has ofendido a alguien, no dudes en darle alguna explicación. Cuando otra persona te dé explicaciones de las ofensas que te ha hecho, admítelas fácilmente, aunque tú creas que no son suficientemente satisfactorias.


75,4. Todo esto, además de ser normas de buena educación son consecuencias de la caridad cristiana, cuya manifestación en el amor y sacrificio por el prójimo fue una de las principales recomendaciones que nos dejó Jesucristo en su Evangelio.

La actitud de servicio es fundamental en un cristiano. Basta con mirar el ejemplo de Cristo que no vino «a ser servido, sino a servir» (881).

Por eso dice el Concilio Vaticano II que «el cristiano no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (882).

No sé quién escribió:
«Vivir amando. Amar sufriendo.
Sufrir callando.
Y siempre,
sonriendo».


El hombre se humaniza sirviendo a los demás con amor: eso es lo que hizo Jesús.

Este pensamiento lo expone bellamente el premio Nobel de Literatura Rabindranath Tagore:
«Dormía y soñaba que la vida era alegría.
Me desperté, y vi que la vida era servir.
Serví, y vi que el servir era la alegría».


El secreto de la felicidad está en el servicio a los demás.
Lo mismo expresa este bonito pensamiento: «Quien no vive para servir, no sirve para vivir».
No recuerdo dónde leí: «Haz de hoy un día bueno: en servicio, generosidad, alegría. Y tendrás una vida plena: en satisfacciones, felicidad. Mañana, repite».

En una sociedad en la que los poderosos son envidiados, y se nos ofrecen continuamente caminos para adquirir poder, el cristianismo nos muestra el camino del servicio como el único que transforma realmente una sociedad; porque hace que pasemos de ser rivales, a ser hermanos; de dominar a los demás, a ayudarles.

Procura que todos se persuadan que tienen en ti una persona fiel, pero que no conseguirán nada cuando se trate de violentar tu conciencia.

Esto es de una importancia capital. La experiencia demuestra que no hay nada que tanto gane la simpatía para con una persona como su rectitud de conciencia: esa entereza de carácter ante la cual se estrellan todas las insinuaciones, más o menos indirectas, que pretenden desviarle hacia el mal.

Los mismos que pretendieron rebajarle, terminan por reconocer, incluso en público, la gran idea que han concebido de su virtud y carácter. La sonrisa despectiva de algunos es la reacción del mediocre para no reconocer los valores que admira en su interior, pero no se atreve a imitar.