75.- EL AMOR A DIOS Y AL PROJIMO ES LA SEÑAL CARACTERISTICA DEL BUEN CRISTIANO.



75,1. El cristiano debe cumplir sus obligaciones con la misma perfección que uno que sea ateo pero de distinta manera , es decir, con amor a los demás, como al mismo Jesucristo. Es más, como Cristo los ama: «Amaos los unos a los otros como Yo os he amado» (877).



No se puede amar a Dios si no se ama al prójimo. Pero no todo amor al prójimo es ya amor a Dios.

Tú puedes amar a una persona por ser hija de sus padres, a quienes amas; pero también puedes amarla por ella misma, sin que eso suponga que amas a su padre, que puede serte totalmente indiferente.

Por eso la caridad cristiana es amar al prójimo porque es hijo de Dios. Lo contrario puede ser un humanismo ateo que se llama filantropía.

Solemos citar muchas veces los textos de la carta de San Juan en los que se exige la caridad para con los demás de una forma enérgica: «Si uno dijere que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso» (878).





Pero se cita menos otra frase que en el pensamiento de San Juan no admite duda, y necesita que se recuerde hoy de una manera especial: es cierto que la caridad con Dios es cosa vana cuando no va unida al amor del prójimo, que es hijo de Dios, pues ahí está la razón profunda de nuestro deber para con él; pero el amor del prójimo que quisiera ignorar el amor de Dios, no sería verdadero: «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios» (879).


Se oye con bastante frecuencia hoy día, que las palabras mandato y ley son palabras condenadas a estar proscritas de manera absoluta; como si hablar de cosas permitidas y de cosas prohibidas fuera una verdadera y peligrosa desnaturalización de la vida moral.

Ante todo, es evidente que estas palabras, que se quieren proscribir, pertenecen al mismo Evangelio. Son auténticas palabras de Dios.
Es difícil eliminar de la primera carta de San Juan la palabra y la idea de mandato; aparecen repetidas sin cesar y en el sentido más profundo.

Y de una manera sistemática e inaceptable se quiere eliminar, por lo mismo, la palabra y la idea de ley; en la enseñanza de San Pablo. Lo que él condena es una cierta concepción de la ley, mas para devolverle otra, a la que da expresamente ese nombre, y cuyas exigencias no deja de señalar de forma clara.

En el fondo de la idea de ley y de mandato existe la afirmación de alguien que es el Señor y que tiene derecho a hablarnos como tal.

Escuchemos a Jesucristo cuando habla del mandato de su Padre, de la voluntad de su Padre; escuchemos a los santos, a los que figuran catalogados y aquellos a quienes nos encontramos en la vida. Oiremos que resuena en ellos esa alabanza, esa humildad, esa obediencia, que, lejos de inspirar repugnancia por la palabra mandato, le dan un sabor indecible, como el salmo 119, en el que se hace un elogio de la ley divina.



Es cierto que una moral que no tenga en la caridad su principio y su fin, no es tal moral; o en todo caso, no es la moral cristiana. Mas no es menos cierto que una doctrina de la caridad que quiera ignorar la moral y sus leyes, es una quimera peligrosa de la que la caridad es la primera en pagar las consecuencias .

Evidentemente que el valor del cumplimiento de una ley depende del amor que en ello se ponga. El cristiano que cumple una ley tan sólo como un requisito externo revela que le falta lo más importante, que es el amor. Las leyes son necesarias en una sociedad organizada. Las leyes justas están siempre orientadas al bien común. Al cumplirlas hacemos un acto de amor al prójimo, y también de amor a Dios, al aceptar el ser regidos por leyes exigidas por la naturaleza que él nos ha dado.



Cuando se ama de verdad al prójimo, la espontaneidad interior puede indicarme el camino de la rectitud. Pero no cabe duda de que esta espontaneidad interior no basta en multitud de ocasiones, en las que es necesario acudir a normas externas a nosotros mismos que nos señalen el camino mejor a seguir. Pero, repito, el cristiano debe siempre poner mucho amor en su comportamiento. El egoísmo es el gran pecado del hombre. Y tan egoísta es el que no cumple una ley por propia comodidad, como el que la cumple sólo por evitar la sanción. El buen cristiano cumple la ley; y la cumple con amor y por amor.

No existe moral sin caridad, que es su alma.
No hay caridad verdadera sin moral, que le da un cuerpo.
El fundamento de todo está en la aceptación de Dios.

Hay quienes no quieren más norma moral que su propia conciencia.
Sin embargo hay que advertir que su conciencia debe estar de acuerdo con la realidad objetiva, es decir, acorde con lo que dicen los entendidos, los especialistas. Por ejemplo, si los astrónomos dicen que la distancia de la Tierra a la Luna es de 384 000 kilómetros, esto es una verdad independiente de lo que a mí me parezca. A mí me puede parecer poco o mucho, pero lo que a mí me parezca no cambia la distancia de la Tierra a la Luna, que es la que dicen los astrónomos que la han medido. Igualmente, si el agua de una fuente no es potable, y las autoridades sanitarias que la han analizado así lo avisan, es tonto beber de ella.

El agua no se convierte en potable por lo que a mí me parezca, sino que su potabilidad depende del análisis que han hecho los especialistas.